Aquel otro eclipse

J. Isabel Ibarra

Se sabe a ciencia cierta que la Luna no tiene en la Tierra otra influencia que las mareas oceánicas, y ninguna en los terrestres, aun cuando se hable de que puede alterar el embarazo de las mujeres, o de que alguien ‘trae’ la luna, o de que fulano es un lunático, etc.

Pero según la siguiente historia, no menos cierta, la luna viene embarazada de otros males peores, como una epidemia, vaya usted a saber. En todo caso esto ocurrió en mi pueblo. Nomás vea.

“-Bueno…, bueno, bueno. Se le comunica a toda la gente de Atotonilco que no se les olvide que hoy a las doce del día va llegar el “eclicse”; por lo que deben estar preparados cerrando bien sus puertas y ventanas y no salir a la calle, porque como les hemos venido diciendo es muy peligroso y pueden enfermarse o sepadios que otros males”. Por enésima vez, durante las últimas fechas, Roberto Estrada “El Gorila”, con voz inusualmente estrepitosa y apanicada, advertía a los pobladores de esa comunidad nayarita sobre el eclipse total de sol que ese día, 11 de julio de 1991, se anunciaba como el fenómeno natural del sigloXX y, como suele ocurrir con ese tipo de acontecimientos astronómicos, solo en algunas zonas del planeta y del país se podría observar a plenitud.

Como propietario del típico aparato de sonido que, aun todavía, en no pocas comunidades rurales de México podemos escuchar y que sirven como medio para informar a sus pobladores de todo acontecimiento de interés general: venta de productos alimenticios, reuniones, misas, velorios, fiestas, empleos para jornadas agrícolas, etcétera, “El Gorila” (tal parece que por iniciativa propia), con su campaña de desinformación y terror, desató una ola de pánico cuyo objetivo era transmitir, al resto de sus cohabitantes, su propio temor a tan inusual acontecimiento. Lamentablemente lo logró casi de manera absoluta. Originario que soy de esa comunidad y sabiendo que, en Nayarit, el fenómeno se observaría en su máxima expresión y de manera privilegiada, me trasladé de mi lugar de residencia a esa comunidad, para ser testigo de tan singular hecho que, según se sabía, era una oportunidad irrepetible: en la magnitud esperada, e indefinida en el tiempo.

En nuestra familia, que radicaba en la propia comunidad y sus alrededores, resolvimos reunirnos todos y hacer del espectáculo un encuentro festivo, para lo que dispusimos sacrificar un marrano, y bajo las sombras de frondosos y frescos árboles esperar y disfrutar el eclipse. No habiendo entre nosotros un experto en los menesteres de “matancero”, buscamos a uno, y cuál sería nuestra sorpresa quede los tres o cuatro que en el rancho había, todos se negaron aduciendo los peligros que se corrían si no se protegían oportunamente en sus casas para no exponerse a los malignos efectos del fenómeno solar. Finalmente convencimos al más cercano a la familia, en el entendido de que, si no terminaba para antes de las doce, hora en que estaba programado el hecho, que tan solo tardaría de cinco a siete minutos, el abandonaría su labor, misma que retomaría si el cataclismo anunciado por “El Gorila” no se lo impidiera. Dispuesto el festín, desde las nueve de la mañana, entre cerveza y cerveza, para las once, el matancero ya estaba entrado en copas producto de su adicción y compulsión para la bebida, de tal forma que, llegado el gran momento, olvidó el peligro o se armó de valor para no dejarnos.

Para las once con cuarenta minutos, aproximadamente, las primeras advertencias del advenimiento del eclipse se hicieron muy evidentes: los perros empezaron a ladrar o aullar; los cerdos -excepto el que se estaba friendo-, a gruñir; las vacas, becerros y toros a mugir con marcado alboroto; las gallinas y las aves a buscar acomodo en sus respectivos árboles-dormitorio. Enterados como estábamos de que eso iba a ocurrir, todos nos trasladamos a la pequeña plazuela ubicada a unos pasos del lugar de la convivencia familiar, y ahí pudimos observar, en toda su dimensión, la imagen fantasmal del pueblo: ¡ni una sola alma por sus calles! Vaya, ni siquiera ojeando por ventanas.

El predicador del “apocalipsis” la había hecho.

Eran las doce con cinco minutos, exactamente, de un día espléndidamente soleado -para nuestra fortuna-; cuando la Luna se interpuso entre el Sol y la Tierra, (o como lo poetizan al eclipse algunos pueblos indios: “un encuentro romántico entre la luna y el sol”), y las sombras de la noche cubrieron totalmente a la población, dando lugar a un espectáculo increíble, emotivo hasta las lágrimas y por ello inolvidable.

Hasta la tecnología se rindió ante la insondable naturaleza: las lámparas de la plazoleta se encendieron automáticamente, como diciendo “qué chingaos pasa aquí”. Picoteando en los jardines una gallina despistada, con una media docena de pollos, se vieron sorprendidos por la oscuridad absoluta y arrancaron, “como alma que lleva el diablo”, en busca de refugio y todo por no hacer caso delas recomendaciones gorilescas. Esos histriónicos hechos les pusieron la nota humorística a los seis minutos de encanto prodigioso, incluido el de nuestro leal matancero que, cuando advirtió que seguía vivo, corrió también, pero a sacar a su familia para que vieran lo que él estaba viendo, y aunque vivía muy cerca no lo pudo lograr porque su mujer, atendiendo sus previas recomendaciones, se negó abrir la puerta –no los fuera a contagiar–, no obstante sus gritos desaforados. La naturaleza cumplió puntualmente con su capricho; lo que no pudo evitar fue que los habitantes de esa comunidad, por el pánico desbordado por creencias y mitos ancestrales alentados por la ignorancia, vivieran un espectáculo inusualmente maravilloso que muy probablemente no se volverá a repetir-en esa región-, como eclipse total, por lo menos en setenta y dos años, de acuerdo a las predicciones científicas.

Agosto de 1991.

PD. El eclipse total del 8 de abril pasado en el sur de Sinaloa, si bien tocó tierras na­yaritas, (Playas de El Novillero), no lo fue en la mayoría de las comunidades aledañas al municipio de Tecuala; por lo que la predic­ción de los setenta y dos años sigue relativa­mente vigente.