It shook me all night long… O sea, ¡Que machín quemón me di esa noche!

El Borracho Enamel Pin – Spacedust

Víctor Javier Pérez Montes

-¿Otra vez a peregrinar, Pito Pérez?

-¡Qué quiere usted que haga! Soy un pito inquieto, que no encontrará jamás acomodo

La vida inútil de Pito Pérez

José Rubén Romero

A menudo me pregunto, sí es bueno o malo estar muerto. Creo que una de las ventajas de estar en estado occiso, es que tienes  mucho tiempo, pero mucho tiempo para pensar y meditar sobre la vida, y que ironía, ya que estás muerto, piensas en la vida que ya no tienes. Algo así me pasó, y les diré por qué.

Desde chamaco era uno de esos niños de la calle. Bastante inquieto, bastante preguntón, bastante curioso, creo que me faltaron o ¡me sobraron! fregazos. En casa de mis abuelos, todo mundo me decía y opinaban de mí, ¡Y claro!, todos menos los grandes ausentes de mi vida, por supuesto que me estoy refiriendo a mis padres.

Mi padre era un borrachales de primera, que solo trabajaba  -y es mucho decir que trabajaba- solo pa´ sacar pa´ las caguamas, por cierto, en el bajo mundo de las cantinas y bares de la colonia, lo conocían como el Macaco –por aquello de estar siempre pedo en las esquinas-. De mi madre nunca supe, o mejor aún, nunca me quisieron decir.

Siempre que preguntaba a mi abuela Chencha, siempre me daba un fregazo en la boca, y con gesto y mirada de odio, me decía de inmediato: ¡Aquí no se habla de pirujas, chamaco cabrón! Definitivamente, ese tema estaba vetado en mis incógnitas de chamaco preguntón. En fin. Cosas de familia.

¡Por cierto! Ni me acordaba, me presento ante usted mi respetable: Mi nombre es Ronaldo Peraza, pero, los compas me pusieron el “Rony Roñas”, es que como nunca fui muy bañador, y ustedes dirán – y con toda razón-, ¡Que cochino!, pero no prejuzgue mi amigo o amiga, resulta ser que en la colonia siempre se nos iba el agua y a parte que mis abuelos nunca la pagaban, pos ya sabrán; y como siempre me andaba rascando la cabeza y la cola, pos me pusieron  el “Rony Roñas”, ¡Ya saben! Cosas de la infancia y de los compas de la cuadra. Pero la neta, nunca me agüité.

Siempre viví en las primeras, y ustedes dirán: ¿Qué es eso?, ¡Pos fácil!, la primera vez de todo. La primera vez que me mostraron una revista con chamacas sin calzones, la primera vez que me aventé una cervatana bien Elodia, la primera vez que fui famoso…Eso si fue una hazaña, y ¡Cómo no! Se las comparto todas.

Tenía un grupo de amigos de la cuadra: El Fumangshu, el Cocoyol, el Grillo, el Transilvano y el Canifú. Todos con los mismos broncas familiares, el que no era hijo de un alcohólico, era hijo de madre ausente o de arrimados con algún familiar que nomás no nos ponía atención. Así que, éramos un grupo muy de características similares.

Pero no nos importó en su momento. Toda aquella problemática se disolvía en nuestras épicas andanzas. Una de ellas la recuerdo muy bien. Estábamos en una especie de basurero, atrás de unos multifamiliares –los primeros en la ciudad por aquellos años-, como nos habían dicho que si recogíamos cartón y fierro viejo, nos daban algunos centavos, pues, en esas andanzas pro-empresariales andábamos bien metidos.

Ya metidos en el “paper and metal bussiness”, que hacemos chuza un día de esos. Nos encontramos unas revistas viejas del “Caballero”, o más bien, unas revistas de “viejas”, pero todas encueraditas, ¡Ingezu!, ¡Pero, qué cosas Señor!, la verdad nunca había visto algo así. Yo decía: ¿Eso tienen las señoras?, ¡Qué barbaro!, ¡Qué bonito!

Yo debí haber tenido unos 10 años. Lo único que recuerdo, es que me subía un calorcito desde los pies hasta la cabeza, y se me estacionaba ahí en donde uno hace pipí. A qué recuerdos, pero, qué recuerdos.

El Cocoyol y el Transilvano nomás me decían: ¡Órale Roñas!, ¡No seas cochino!, ¡Ya se te paraguas el pilín! El Canifú y el Grillo eran los más aventados, esos agarraron una revista y nomás veíamos que se iban atrás de unos matorrales y ¿Quién sabe qué harían allá atrás? En fin, intimidades de tiempos mozos.

¡Ay caray! -Como diría el divo de Juárez-, ¿Pos que se iba a esperar?, solo y en la calle, toda una combinación mortal. También recuerdo una fiesta, de esas que había piñata, y pastel y comida, con todo y tamales, era como a 2 cuadras de la casa, era en la casa del Coke y la Lola, los riquillos de la colonia.

El papá de estos riquillos era agente aduanal, y pos siempre, se la llevaba fuera de su casa, ¡Eso sí!, mandaba a doña Cuca, todas las cosas que se transeaba, ¡digo!, que “confiscaba” de fayuca, por eso el Coke, siempre traía camisas de la marca OP y con tenis Converse o Vans, y los pantalones de mezclilla 501, eso sí, todo original, todo gringo.

La casa del Coke era el “cinito” de la cuadra, ellos siempre estaban a la vanguardia de la tecnología, nos cobraba veinte centavos para ver Don Gato, los Picapiedra, los Supersónicos, también para ver el Box o la Lucha libre, ¡No te digo!, ese Coke iba que corría para empresario.

Pasaron algunos años,  y bueno, las cosas o el llamado “home stablishment” continuarían, -las cosas en la casa y en la cuadra, ¡pos nunca cambiaron!-  o tuvieron continuidad como decía un politiquero de la tele.

Pero, entre esas cosas que tuvieron la continuidad, las pachangas que organizaba el Coke y su carnala la Lola, -que por cierto tenía un cuerpecito de sirenita, que nomás te dejaba pensando cochinadas, sobre todo cuando se ponía unos “hot pants” celestiales, a jijos, pa que más les cuento- se ponían esa “partys” siniestras, recuerdo que para esas fechas, la mota y el alcohol eran parte de los dulcecitos de sus fiestas y del buen degenere.

Para esos años, el corruptazo – y drogísimo- de su papá, ya era jefe en una de las aduanas en alguna de las ciudades al norte de país, y como buen padre de familia, seguía surtiendo a su sacrosanta familia de juguetitos y de repente, algunos dulcecitos para el Coke. ¡Qué padre tan padre! Decíamos todos en la cuadra.

Una tarde estábamos en la azotea de la casa del Coke, aventándonos unos chorros muy sabrosos de mota calidad de exportación, o como diría el Transilvano “puro lima limón quality export” y entre esa nubesota que andábamos de alucine y realidades mochas que sentíamos o que supuestamente veíamos, el Coke se paró y empezó a llorar y me dijo:

¡Pinche Roñas! ¡Eres un cabrón muy a todo dar güey!, Tu eres mi único amigo, que me busca por mi amistad, y no por mi lana, y nomás por eso, te voy a regalar algo bien chilo loco!

Claro que todo lo que me había dicho el Coke era la neta, pero, en realidad andaba muy amiguito del Coke porque andaba muy sobres la Lola, es que esa Lola era alucinante! ¡Era un cuerazo con una carita de angelito! ¡Aaaah Dioooos!

De pronto, el Coke sacaba de un cuarto de la azotea, un estuche con una guitarra eléctrica Rickenbacker, nuevecita, y al momento que me la entregaba, me advertía: ¡Cabrón! Tienes que hacer algo con esta pinche guitarra, así que, mínimo tienes que cantar en la hora municipal o algo así!, ¡No me defraudes! –a los años entendí, que quizá ese regalo no le había dolido tanto al Coke, talvez porque no sabía tocar la lira y ni sabía de marcas de guitarra, de lo contario, pura madre Teresa de Calcuta me la regala, aunque anduviera en ese alucine bien machín-.

En ese preciso instante, vino a mí, una idea genial, algo cósmica. Haría un concierto más grande que el los Beagles, como cuando tocaron en la azotea de un edificio viejo, allá en Inglaterra, ¿En dónde?, ni me pregunten, yo nomás sé que fue en Inglaterra, ¿Qué en dónde está eso? ¡Sepa! Yo nomas digo lo que me dijo el Coke, cuando veíamos en la tele los videos de esos greñudos. Y de una noche alucinante, la leyenda nació.

Me agarré nuevos amigos. Otros locos que les gustaba la música, igualitos a mí. Nomás que estos si comían las 3 veces en el día y sus papás si les compraban cosas. En fin, a estos loquitos entre “hippitecas y exis –existencialistas versión tercermundo-” los encontré en la escuela regional de música, allá por el centro histórico de la ciudad. Cuando todavía no estaba llena de bares y cantinas para los gringos borrachos, que se mean en las calles.

El Checo era el guitarrista y cantante –como yo-, el Pánfilo, tocaba las maracas y la batería, por cierto, el Pánfilo era niño fresa, vivía en la zona “popof” de la ciudad, su papá tenía unos almacenes de ropa, por eso quizá, podía comprarse una batería y aparte nos prestaba un departamento para ensayar todas las tardes.

Y sin olvidar al Lalo, que en realidad tocaba de manera magistral el piano, el cello, el violín y hasta la harmónica. Era un excelente músico, educado como todo un catrín y señorito de las buenas familias de descendencia alemana que había radicado en este puerto desde tiempos de Don José de la Cruz Mori, pero, al estar harto de ser el niño bonito de la familia, se nos unió a una bola de andrajosos y empezó a vivir la vida. Es más, con decirles que nunca había comido tacos dorados de marlín y Tonicol en el mercado.

Pero después de darles el resumen de vida del Lalo, nuestro ilustre amigo se integraría al grupo como el bajista estelar, en realidad, él quería ser guitarrista, pero no muy bueno, así que lo convencimos que tocara el bajo para ser parte de la banda. Al final el werever –asi le decíamos porque se apellidaba Webber-Holsstein- estaba muy “Agustín Melgar” con el bajo, y le gustaba su posición como futuro “rock star” y cari-boy del grupo.

Empezamos a tocar en las cantinas de mala muerte de la zona del centro, donde estaban los billares y demás centros de perdición. Aquello era alucinante, nadie nos pelaba, nuestro público eran albañiles, pescadores, marineros de paso, alijadores, y de pronto, uno que otro estudiante que se colaba para alcoholizarse en aquellos tugurios.

Tocábamos viejas melodías del rock and roll de antaño –eso sí, sólo música en inglés-, y cada día más nuestro repertorio era más variado y más heavy. El volumen de nuestras guitarras y la batería estaba siempre al máximo, como todos estaban bien borrachos y también nosotros, ¡pos!, ya sabrán que show nos aventábamos.

 ¡Eso sí!, El bar “El Gato querendón” –nuestro escenario y primer centro de trabajo- empezó a llenarse y el dueño empezó a estar encantado con nosotros, es más, ya no sólo ganábamos lo de las propinas, hasta nos empezó a pagar un sueldo y comisión del alcohol y la mota que rolaba en el lugar. Era nuestro gran éxito.

Pero no todo es dulzura, y las broncas no se dejaron venir. Una noche el “wereber” se puso a coquetearle a una de las chamacas que andaban en la cantina, resultó la novia de un policía de la Federal de Seguridad, al final de la tocada, y cuando ya estábamos subiendo los instrumentos a la camioneta, que nos caen 6 tipos armados, y con unas manoplas estilo y marca “llorarás”, que asi nos tocó la de perder.

Al Checo y al Pánfilo les quebraron las manos, y ahí empezó a valer churro el asunto. Al Lalo le metieron unos patines en las costillas y se las quebraron, de él, por cierto, ya no supimos nada. Sus padres después de sacarlo de un sanatorio, lo mandaron a Inglaterra, para que continuara sus estudios de músico de cámara.

Y a mí, ¡Aaay Diooos! Me dejaron como Santo Cristo. Por cierto, nuestros bien intencionados cuidadores de la integridad y el orden de nuestra sociedad, es decir, los agentes de la Federal de Seguridad, se clavaron los instrumentos. Y ese fue el fin de nuestra efímera carrera musical.

Pero, ¡no me rendí!, al tiempo de estar trabajando en uno de los bares del dueño del “Gato querendón”, como mesero respectivamente, me volví a comprar una guitarra –no como la primera, ésta era de segunda mano, pero jalaba bien- y cuando pude, llamé al Checo y al Pánfilo, para ese tiempo, sus manos ya estaban curadas y podían rascarle a la lira.

 El Pánfilo invitó a otro baterista, al Charly, éste era de la misma escuela que ellos, nomás que ya traía otras mañas, bien mañosas. Como baterista era un genio, le decía el “Bongo Starr” de la ciudad, pero era bien mariguano y le hacía al cocada –a la cocaína para que entiendan ¡pues!-. Pero tocaba bien chilo y nos hacía buenos solos en las presentaciones.

Ya empezábamos a agarrar vuelo otra vez. Un día se presentó un joven muy elegante, trajeado, con dinero. De esos caballeros que solo veías en las películas con la Sivia Pinal, por cierto era un próspero mueblero y tenía una tienda de discos. Su nombre era Carlos Kelly. Al final de nuestra presentación, se presentó con nosotros, nos dijo que éramos muy buenos y que nos quería promocionar.

Todos nos quedamos pasmados, jamás habíamos pensado en ser representados y menos por tan elegante señor. Recuerdo que nos dijo: Sí confían en mí, yo los llevaré a las estrellas, brillarán mucho y muy  en lo alto. Y vaya que se cumplió.

Empezamos a presentarnos en donde se podía. Fiestas privadas, festivales, mítines políticos, donde fuera. Don Kelly –como le llamábamos a nuestro manager- dedicaba todos sus esfuerzos y dinero para hacernos más populares. Es más, hasta en la televisora local nos llevó. La cosa iba en serio.

Un día el Checo, trajo a uno de sus compañeros de escuela, era un estudiante de cine, nos dijo que para una tarea, necesitaba hacer una pequeña película de algo, y quería filmarnos de cómo ensayábamos en nuestro local. Nos pareció genial esa idea. Y accedimos a eso. Ya nos sentíamos unos rock stars de a devis.

En esas andábamos, tratando de ver la locación y el escenario perfecto, cuando se me ocurrió la magnífica idea de hacer un gran concierto, y éste, para que se escuchara y viera por toda la colonia, nos subimos a la azotea de uno de los multifamiliares, donde vivía el Charly. Era un edificio de 4 pisos, muy alto.

Ya sabrán como estuvieron las cosas. Con cuerdas y sábanas subimos la batería y los amplificadores, una de las guitarras quedó hecha pedazos, porque al Pánfilo se le resbaló cuando la tratábamos de subirla por una de las ventanas. En fin, lo bueno que había otra más.

Después de la proeza de subir todos los cachivaches y los cables, nos fuimos a tomar un cafecito con galletas de animalitos, porque ya hacía algo de frío y de pronto pegaban algunas llovedizas. El ambiente se daba perfectamente para esa película, definitivamente nos convertiríamos en estrellas, en especial yo, que tanto anhelaba el estrellato y dar de que hablar.

Después del Coffee and cookies time, y con una fuerza renovada, y sintiendo una libertad de espíritu que nos haría llegar al estrellato, empezamos a subir a la azotea. Las cámaras para la grabación estaban listas, la llovizna y el cielo nublado, oscuro, nostálgico, daba el aspecto ideal para este documental de nuestra banda, como no teníamos nombre, en ese momento se me ocurrió bautizarnos como The Big Foot, el nombre era excelente, y todos estuvimos de acuerdo. Un documental, un gran nombre para la banda, excelentes compañeros, nada podía fallar.

Por cierto, ¿Recuerdan a la Lola?, bueno, estaba embarazada, 2 días antes me había dado la noticia, y por supuesto, que le dije: ¡Lola nos casamos! y con gusto reconozco al chamaco, ¿Qué culpa tiene la criaturita?, yo no iba a hacer lo que mis padres hicieron conmigo, yo si lo iba a criar. Ese chamaco o chamaca iba a tener a sus padres. ¡Faltaba más!

Asi que, la motivación era grande, me sentía inspiradísimo. Pero, hay caray, no se puede tener todo en esta canija vida, al momento de subir todos los cables que necesitábamos para las guitarras, micrófonos y amplificadores, nunca nos percatamos, que uno que iba directamente a la toma de la corriente estaba medio pelón, y el Pánfilo –quien también le hacía al inge de sonido- no lo había arreglado.

Y para amolarla más, que a mí se me ocurre, quitarme los zapatos, porque se me habían mojado completamente con la lluvia, y yo les decía a los demás: ¡Mejor! Asi totalmente descalzo, como uno de los cantantes de los Beagles en su último disco, donde salían caminando en la calle. ¡No si les digo!, andaba en plan de Rock star.

En ese preciso instante en el que empezaba a grabar nuestro ilustre futuro cineasta, y nosotros acomodándonos para iniciar el Show, al momento de dar la primera rasgada a mi guitarra, sentí literalmente que sacaba chispas de mí, todo mi cuerpo empezó a sacudirse completamente, sentía como una fuerza recorría desde mis pies hasta la cabeza, engarrotándome completamente.

Los demás se quedaron atónitos, no sabían que estaba pasando,  si era mi éxtasis de pasión musical o que estaba pasando en realidad, de pronto, empezaron a ver que sacaba humo de mi cuerpo, mi mirada estaba totalmente perdida, hasta que al baboso del Pánfilo, le cayó el veinte, y empezó a gritar: ¡Cabrones! Se está electrocutando!, ¡El pinche Roñas se está electrocutando!, ¡Desconecta todo!, pues ¡Así fue!, me electrocuté toditito, entre la fuerte impresión y la lenta reacción de mis camaradas, que no hallaban la puerta, o más bien, no sabían cómo bajar rápido para desconectar de la corriente eléctrica, ahí terminé, ahora si, que en estado de carbonización pura.

Y ya sabrán, de aquí a que llamaron a la Cruz Roja, y de aquí a que subieron los paramédicos, pues yo nomás recuerdo a ver visto mi cuerpo acostado, como un pedazo de carne recién asado, mi mirada era una expresión entre dolor, pero satisfacción. ¡Aquello fue un notición!, salí en la radio, la televisión local y nacional, en el Gallo mañanero- el periódico de la ciudad- a 8 columnas, en la meritita portada decía: ¡Concierto Mortal!

¡Nombre! Por primera vez en mi existencia me sentí realizado, lo había logrado, le había cumplido a mi compa el Coke, había hecho algo grande, de lo que todo el mundo podría hablar, había salido del barrio, y literalmente, había dejado huella y sobre todo sacado chispas de mi existencia.

Lo único que me pesa, es que no pude ver a mi hijo. La pobre de la Lola, me lloró mucho, pero, la muy canija, al tiempo, embabucó a otro baboso, y le dijo que estaba embarazada de él, mira que canija, no te digo, pero en fin, como decía mi abuela, el vivo al gozo y el murido al pozo.

¡Y si!, llevo mucho tiempo reflexionando de mi vida, más o menos como unos 45 años, paradójicamente ya que se me fue, y la verdad no me arrepiento de nada, no tuve mucho, así que extrañar lo que no tuve, ¡pos nomás no!, tampoco sentí la presión de ser alguien, y sin querer lo logré, pero eso sí, lo bailado nadie me lo quita, o mejor dicho: ¡Qué machín y mortal quemón me di esa noche!

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