Víctor J Pérez Montes
“…Partid en dos al niño vivo, y dad la mitad a la una, y la otra mitad a la otra”1 Reyes 3:25
En un lugar de
la campiña sinaloense, hace mucho, pero mucho tiempo, existió un hombre con
sabiduría salomónica, sus conclusiones dejaban atónitos a chicos y grandes, de
tal suerte que hasta nuestros días, se recuerda con cariño y gran respeto a Don
Belén Torres.
Sus anécdotas
dejaron huella en el imaginario popular de la sociedad navolatense, de tal
suerte, que su fama como Juez de Paz –y de
guerra en otros casos– trascendió las fronteras no sólo de nuestro estado,
sino las internacionales, encontrando personas en otros países, que sus padres (de origen sinaloense claro está) les han
contado sobre este peculiar personaje de la vida cotidiana sinaloense.
Pero entremos en
materia, y gocemos una de las muchas aventuras de Don Belén Torres, que a
continuación contaré, conste que, las anécdotas de éste célebre sinaloense hay
muchísimas, y en esta ocasión, sólo
rescato algunas de las más conocidas o
recordadas en la picaresca popular sinaloense. Sin más ni más, que comience
nuestro deleite:
A long, long time ago… (Hace mucho, pero mucho
tiempo atrás…)
En un lugar de
la campiña sinaloense, o sea, en un lugar no muy lejano, cuentan las malas, pero muy malas lenguas, que
un día lluvioso de verano, llegó a la oficina del Juez de paz en el Registro
civil, en específico con Don Belén Torres, una señora con la cara desencajada, más tirándole a cara
de tiburón blanco con ganas de comer “carnita fresca” que de señora despechada
con sus ánimos en lo subterráneo, casi
llegando al averno del mismísimo Lucifer.
Nuestra
susodicha ofendidísima dama, presentándose con su hija, una joven hermosa, como
toda la pinta de bella sinaloense, en su plenitud de juventud y alocados 16
años y casi “virgen” estaba acompañada con su joven, viril, guapo y bien
“satisfecho” novio que habiendo sido encontrados en infraganti, en el mas elevado acto de demostración
afectuosa, es decir, en mero acto íntimo, como dijo el gran Pito Pérez: “Entre
las cúpulas y las cópulas”.
La madre con una
voz firme y con una mezcla de sentimientos de ofensa, rabia, deshonra y dolor,
pero sobre todo, asombro, vergüenza y porque no decirlo, con gran envidia, una
profunda envidia, de tal suerte, que exigía a Don Belén la inmediata unión
expedita, firme e isofacta de las vidas de estos 2 tórtolos encontrados en el
deleite carnal, sensual y sabroso.
Don Belén Torres
(cuentan esas mismas malas lenguas) que con serenidad y en actitud de clama y
con un grado supremo de paciencia comentó:
-Muy
bien, Señora mía, como usted menciona, procederé con respecto a su justa
petición y haré valer sobre esta situación los poderes que el Estado ha
confiado en mi, para el ordenamiento de la vida de los individuos y los
ciudadanos.
En esos momentos
de verdadera crisis existencialista, Don Belén Torres (siguen contando las
malas lenguas) pidió con todo respeto y solemnidad que se acercaran los novios
y por ende, también a la madre de la novia; sobre el escritorio, estaba el
viejo libro de matrimonios y un viejo tintero, debido a las circunstancias de
edad de la bella novia, la rúbrica de la madre era necesaria e imprescindible,
es decir, forzosamente la firma de la madre ofendida y ofuscada de pensamientos
era de manera obligada.
Pero siguiendo
con el tortuoso protocolo matrimonial de esos 2 pobres tórtolos, mal expuestos
y avergonzados, Don Belén Torres con su mano le acercó el tintero a la señora
con la pluma vengadora en mano, y en el preciso y escabroso momento (en la vida de cualquier incauto crédulo al
asunto matrimonial) en el que se disponía la dama a introducir la pluma al
tintero, rápidamente y con hábil malicia, Don Belén quitaba el tintero del
alcance de la mano “emplumada” de la susodicha señora.
Osada y
repetidamente, Don Belén quitaba o alejaba el tintero de la mano siniestra y
vengadora de la madre deshonrada, cuando de manera repentina, salió del
voluminoso y muy redondo pecho de la
bien amargada presunta futura suegra,
la siguiente frase contundente y retadora:
-¡Pues!
¿Qué trae pues, Don Belén?
El expuesto y
retado representante del Registro civil, alzó de manera firme la mirada y con
una voz templada replicó:
-¡Pues
eso! ¡Exactamente eso debió haber hecho su hija, con el fogoso y tentón de su
novio! ¡No haber dejado que le atinara! ¡Haberse quitado!, y ¡Usted haberle
enseñado a su hija a ser fuerte a la lujuriosa y querendona tentación del novio!
Se dice,
que en esos momentos el semblante del
novio volvió a la vida, por fin, había encontrado a alguien que sabiamente
entendía la situación en su real y justa dimensión. Las mismas malas lenguas,
comentaron que la señora indignada por no haber sido secundada por Don Belén,
salió disparada, llena de coraje de
las oficinas del Registro civil y que jamás, volvió a saberse de ella, por lo
menos, por ese rumbo.
También se
comenta (las mismísimas malas lenguas lo confirmaron), que el par de
tortolitos, pasados algunos meses (ya que la bella novia era mayor de edad), llegarían
solitos por su propio pie y libre voluntad de unir sus vidas, hasta
se dice que a Don Belén lo invitaron a la
Barbacoa enterrada, lo que no sé, es sí pudo asistir al jolgorio.
La Persignada: En el nombre del Padre y del Hijo y
del… ahí le paró.
Hubo otro caso,
de esos que ponían a prueba la sabiduría salomónica de Don Belén, la gente
entre sus pláticas la bautizó como: La Persignada, y ahora veremos porqué.
Resulta ser, que
hubo un buen padre de familia, que construyó una casa grande, de dos pisos
mientras sus hijos crecían, con el fin de que algún día pudiera brindar algún
apoyo a algunos de ellos; pasaron los años y sus hijos se iban de la casa y
formaban sus propias familias, pero, como suele pasar en las familias, y no
solamente en las ficticias como ésta, sino también en las reales, siempre hay
algún hijo, que los planes no le salen del todo bien.
Este buen
hombre, o buen padre de familia, al
ver la apremiante situación de su hijo
y conmovido a misericordia por su nuera y nietos, les invitó a que se fueran a
vivir a la casa que había construido con mucho esfuerzo durante toda su vida,
para aquellos momentos, el padre ya
era un hombre entrado en años, y la única condición que les puso a su hijo y su familia era que, ellos
habitarían la parte baja, y que el padre, habitaría la parte alta de la
propiedad.
La lógica
indicaría que el hijo, estaría lleno
de alegría y gratitud por el gesto de gran bondad y caridad, que su padre había mostrado hacia él y los
suyos, sin embargo había un As debajo de la manga del filius ingratum trahit, es decir, del condenado hijo ingrato.
Cuando ya había
pasado el tiempo y el hijo y su
apreciable familia, ya estaban acomodados en su nuevo hogar, surgió la idea de
hacer legal la posesión de la propiedad. Cuentan las malas lenguas, que el hijo, en un intento de premeditación,
alevosía y ventaja sobre la buena voluntad del padre, de manera mágica y misteriosa padeció de amnesia sobre la
única condición que previamente habían acordado.
Sobre el asunto,
ambos (padre e hijo) iniciaron las
respectivas pláticas, de las cuales como resultado, no se llegaba a ningún
acuerdo para que ambos quedaran satisfechos. El padre no quería ceder su parte de la propiedad (la parte alta) y el
hijo con profundo desprecio al
acuerdo inicial, alegaba que no existía tal acuerdo, y que por lo tanto, él
exigía la parte de arriba y la parte de abajo sería para el padre. Pues, nomás no se llegaba a
algún acuerdo.
Por lo
anteriormente expuesto, ambas partes acordaron que alguien más ayudara a
resolver el asunto. Es ahí, cuando entra Don Belén Torres en escena. Ambas
partes tenían fe en la sabiduría salomónica de Don Belén; y sin duda, acatarían
lo que el ya famoso juez de Navolato dictaría como justicia.
Pues resulta que
ambas partes fueron a visitar a Don Belén Torres a su oficina en el Registro
civil, como siempre, la atención y buena disposición del representante del
Estado se hizo patente. El padre y el
hijo expusieron cada uno su versión
de los hechos. Como siempre (diría Luis Miguel) Don Belén atento, solemne y
estudiando el problema en cuestión, le pide al hijo una petición aparentemente fuera de lugar o contexto:
-Don
Belén: Joven, por favor ¡persígnese!
-El
hijo: ¿Cómo dijo Don Belén?, que ¿me persignara?
-Don
Belén: ¡Exacto!, por favor haga la señal de la Santa Cruz, por favor
persígnese.
El joven, con
cara de sorpresa y con cierta extrañez, empezó haciendo la señal de manera poco
solemne y no tan marcada la señal en su rostro, a lo que Don Belén, le pidió
que lo hiciera de manera correcta y con el respectivo rezo:
-Don
Belén: ¡No joven!, ¡hágalo bien!, ¿cómo es la señal de la persignada
correctamente y con su frase?
-El
hijo: ¡bueno!, está bien, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del espi…
Don Belén, para
de inmediato la señal y el rezo que estaba haciendo el joven, y con voz firme,
le pregunta:
-Don
Belén: ¡A ver joven!, en la persignada, ¿En dónde va el Padre y en dónde va el
Hijo?
El joven
sorprendido, le responde con cara de asombro:
-¡Pues,
el Padre va arriba y el Hijo va abajo!
-Don Belén: ¡Exactamente!, ya lo dijo la
persignada, el Padre va arriba y el Hijo va abajo, asi que deje de andar
fregándole la vida a su padre, que ya bastante ha hecho con dejarle vivir en la
casa que el construyó.
Concluyendo, pero nunca terminando…
Don Belén Torres
fue un hombre muy querido y sigue siendo recordado, por muchos de sus
coterráneos, es obvio que fue un personaje que influyó en la vida cotidiana de
los navolatenses de aquellos años, debido al don de su practicidad para
resolver problemas de la vida cotidiana.
Existen muchas
más historias, muchas de ellas, inéditas, pero por cuestión de espacio – en
esta ocasión- no me es posible exponer, sin embargo, en próximos momentos se
darán a conocer estas aventuras, para que nuevas generaciones conozcan el
legado de Sabiduría popular, del hombre que sus contemporáneos decían que tenía
Sabiduría salomónica.