Víctor Javier Pérez Montes
Yo no nací para amar, nadie nació para mí…
Juan Gabriel
¡Mire profe!, ¡Traigo a mi plebe para que lo haga machito! Eso de que ande por ahí, perdiendo el pishi tiempo con esas jotadas del telefonito, ¡que los selfis! y eso del guasap. ¡Ni madres! Se lo traigo para que lo haga bueno para los chingadazos. ¡Usté nomás diga, cuánto sale la clasecita!, ¡Y ya se hizo la machaca! ¡Es más! Le pago el triple de lo que sale la clase del taicuando, pero, eso sí, ¡Que salga bien macho, como su padre!
Así que mijo, ¡A fajarse en los chingadazos eh! Pa´que ya no le hagan el bulin, ¡pues!, pa´que ya no le digan jotito, ¡pues!, ¡Y usté profe! Ahí le encargo a mi Brayan Onésimo Félix, que de cariñito le decimos “El Ony”, ahí pa´que se aviente esas pishis patadas del Bruslí o ya de perdis del chingado Gokú ¡Pues! ¿Me entiende profe?, pa´que no digan que: ¡El hijo de Don Onésimo Pascasio Félix Bernal es joto! ¡Y que les rompa el hocico a todos esos cabrones que se burlan de mi Ony!
Don Onésimo se daba la media vuelta –así como José Alfredo Jiménez- y salía con su típico caminado de cuatrero mal encarado, con el taconeo típico de los cowboys, por las botas de panza de armadillo y su típico sombrero estilo Texas style, camisa de seda con la virgen de Guadalupe en la espalda y pantalón de mezclilla corte acampanado marca Wrangler, escuadra fajada con cacha de oro y diamantes,¡eso sí!, no podía faltar, la clásica hebilla dorada, del tamaño del estado de Chihuahua.
Aquel hombre de porte singular, de manera intempestiva se subió –literalmente fue subirse, porque la cabina estaba a dos metros y medio del piso- a su Silverado 4×4, dorada, doble cabina, con vestiduras de piel de cocodrilo, estéreo Bosse, con sistema bluetooth, internet y sistema satelital y que por supuesto, no podía faltar el clásico motor alterado, que rugía como todo un verdadero león de la sierra –aunque se escuche como gritante de música regional sinaloense-.
Al verse liberado de la omnipotente presencia de su padre, nuestro futuro Jackie Chan versión colonia el Palmito, de Culichis City –diría el gran Chalino Sánchez, el de la eterna alma enamorada-, le preguntó a nuestro ilustre instructor de Tae Kwon Do –no taicuando, como dijo Don Onésimo Pascasio Félix-: ¡Profesor!, ¿Qué hago?, nuestro excelentísimo instructor de Artes marciales, le responde: ¡Fórmate atrás de Roy!, ¡Él te va a explicar lo que vas a hacer!, lo que él te diga haces, ¿Ok?. ¡Ojalá nunca hubiera dicho eso, nuestro muy ilustre y bien ponderado instructor del arte de las artes marciales!
Pasaban los días y las semanas, y parecía que nuestro David Carradine de bolsillo, ya empezaba a agarrar el rollo de las clases, los ejercicios y toda la mística oriental que la disciplina de dicho deporte brindaba a sus practicantes. Don Onésimo Félix, recogía a su muy amado y fino retoño cada tarde, y como buen padre atento y protector de los suyos, le hacía los correspondientes cuestionamientos a nuestro heroico y muy distinguido instructor deportivo.
¡Oiga profe! ¿Y cómo la ve con el Ony? ¿Usté cree que tenga futuro a eso de los chingadazos?, porque yo lo veo muy entusiasmado cuando se le llega la hora de venir al mentado taicuando, y ¡pos la neta!, se me hace que ya está agarrando portecito de machito, yo creo que usté, la está haciéndola gacha con mi Ony!, o ¿Cómo la ve usté?
¡Bueno!, Don Onésimo –le responde nuestro hacedor de preseas metálicas– la verdad que su hijo tiene mucho potencial, se ha disciplinado muy bien, siempre llega a tiempo, y sobre todo, se esfuerza mucho, y la buena influencia de su nuevo amiguito Roy, creo que ha sido fundamental para que veamos grandes avances, y ¡si!, su carácter se ha fortalecido más.
¡A que mi profe!, ¡Es todo mi compa!, fíjese que le estoy muy agradecido, y pos, ahí le estoy haciendo unas recomendaciones pa´que todos los chamaquillos de la plebada que jalan con un servidor, vengan a su escuelita, pero, ¡no solo eso!, le voy a dar unos pasecitos gratuitos, pa´que se eche unas chelas bien heladas y le disparo unas chamaconas en uno de mis congalitos que tengo por allá, por la caseta cuatro, y ¡Pobre de usté que me diga que no!
¡Oh!, pues muy agradecido con usted Don Onésimo! De verdad, no era necesaria todas esas atenciones, con que me siguiera trayendo a su hijo, era más que suficiente, pero, claro que le caigo uno de estos días y pues allá lo veo.
Pero como dice el dicho: No hay día que no llegue, o fecha que no se cumpla, pues se cumplió lo inesperado, y lo inesperado pasó. Uno de esos días, normales y de rutina de ejercicios, al terminar la práctica deportiva, como era acostumbrado, el profesor les pidió a todos los muchachos a pasar a los vestidores, lo normal era que entre los 10 a 15 minutos todos los chamacos salían cambiados, e incluso, algunos salían duchados y con ropa limpia.
Pero ese día, ¿Quién sabe a dónde andaría el diablo?, que Don Onésimo llegó tarde por su chamaco, y aparte “a las carreras”, de modo que no lo esperó en su camioneta frente a la academia de Artes marciales; nuestro bien ponderado padre de familia, con toda la actitud de responsabilidad entró a la escuela, y al no verlo en las bancas, donde los jóvenes y los niños esperaban por sus padres, sin más ni más, entró de manera inocente a los vestidores, esperando encontrar a su hijo casi vestido para retirarse de manera inmediata.
Pero, ¡Ouch!, ¡Qué tremenda y estrepitosa sorpresa se encontraría nuestro súper macho y bien bragado amigo, al sorprender y sorprenderse de su retoño Ony y a su amiguito Roy, agarrados como dijo el gran poeta tropical Rigo Tovar: “A Puro becho y abacho”, de manera estridente y con voz desde ultratumba, Don Onésimo le grita a su hijo: ¡Brayan Onésimo Félix Loera!, ¿Qué estás haciendo? ¡Hijo de tu chingada madre¡ ¡Cabroooón!, ¡Y yo que pensé que ya te habías curado!, ¡Ya saliste como mi carnal el Lucio! ¡Maricón, Joto sin calzones!, ¡pero ahorita te lo quito cabrón!
Como un verdadero tigre sobre su indefensa presa, Don Onésimo, atiborraba a nuestro próximo medallista olímpico a golpes, y patadas y una sarta de improperios que hasta los albañiles –dicho con todo respecto a tal gremio- que trabajan enfrente de mi casa, se hubieran sonrojado con tales palabras soeces y prosaicas, con tremenda carga de aversión a las personas con preferencias sexuales distintas a las propias.
De manera súbita, se acercaba el bien ponderado y galante instructor deportivo, y de manera forzada intervenía física y verbalmente para la defensa de nuestro ya esmirriado Ony. ¡Don Onésimo! ¡Por favor! ¿Qué está haciendo?, ¡No ve que es su hijo!,¡No lo trate así!, ¡Es un niño!, ¡Alguna explicación debe existir de todo esto!, y de manera simultánea, nuestro entrenador sostenía de los brazos a Don Onésimo.
Con un odio de los mil demonios, Don Onésimo contestaba de manera golpeada y a gritos: ¿Y cómo quiere que responda?,¿Eeeh? ¡Ese pishi plebe cabrón no es mi hijo!, ¡No quiero un jotillo en mi familia!, ¡Nooo Señoooor!, ¡Yo no voy a tener a otro Lucito en mi familia!, así que: O lo arregla y lo hace machito, ¡porque para eso le pago! O me lo chingo también a usté!, ¿Cómo la ve?
Nuestro entrenador, en ese momento sintió las de Caín y por unos breves momentos, meditó y re-pensó lo que tendría que comentarle a nuestro muy ofendido y desgarrado amigo. De pronto, una idea y una palabra que englobaría este asunto: El Arte. Sacando fuerzas del infinito y más allá –así como el Buzz Lightyear-, se dirige nuestro Champion maker de manera osada, pero a la vez, con voz de convencimiento y encantoa Don Onésimo:
¡Don Onésimo!, su hijo Ony, es un cúmulo de virtudes y grandes habilidades para la cuestión artística, nuestro Ony, siempre demostró disciplina y gran atención a todas las instrucciones que un servidor brindó, cualidades natas de un gran artista, es más, en una ocasión que pedimos que alguien personificara a una víctima por ataque de unos vándalos, su hijo Ony, lo hizo excelente. La actuación la trae en las venas, ¡Qué digo en las venas!, ¡Es un actor de corazón!
Por lo que, sí usted me permite, yo podría contactarle a una gran artista, y que además tiene su academia de arte dramático, música y Ballet, y permitamos que Ony decida cuál de estas disciplinas artísticas quiere desarrollar, ¿Qué le parece? Don Onésimo, con no muy buena disposición y a regañadientes, se tranquilizaba y por obra y gracia milagrosa de Jesús Malverde –siempre tan milagroso cuando uno lo pide-, con un silencio sepulcral, asentía y con breves movimientos de cabeza afirmaba, no muy seguro, pero al final, lo aprobaba.
En realidad, no tengo muy claro que pasó de manera inmediata con Brayan Onésimo Félix Millán, -ese era el nombre completo de nuestro ex casi campeón olímpico de Tae Kwon Do- y menos con su padre Don Onésimo Pascasio Félix Bernal, lo único que si les puedo afirmar, es que nuestro buen Ony, lo vi en una de las giras de la Royal London Ballet Company, en una de esas muchas ocasiones, que anduve en la ciudad de los palacios, por cierto, era primer bailarín de la compañía.
Bueno, y ustedes dirán: ¿Y cómo supiste que era el Ony ese bailarín?, ¡Muy sencillo! En la entrada del teatro – que por cierto era Bellas Artes-, me dieron un programa y ahí decía el nombre de nuestro ilustre y gran bailarín de primer orden, sólo que ahora, su nombre estaba escrito de manera muy british way: Bryan O. Felix (first dancer), ¿Kiuubooo? ¿Cómo les quedó el ojal?
Recuerdo que en primera fila, estaba su madre y su padre, eran una algarabía. Doña Chona Millán no paraba de llorar de la emoción, por su parte, Don Onésimo sin intenciones de cubrir en lo más mínimo, la emoción de ver a su hijo ya convertido, en uno de los principales bailarines de la compañía, estallaba en gritos y frases geniales.
¡Ese es mijo, ese mero!, ¡Ire, ire que bonito baila!, y de pronto, volteaba con las personas de lado –obviamente toda la concurrencia experimentaba un sentimiento de espanto, sin saber si llorar o echarse a reír a carcajadas-, y como si fuera un niño con juguete nuevo, se paraba en su asiento y con voz fuerte y de orgullo, gritaba a la concurrencia: El que baila de puntitas es mijo, ¡ese!, ¡ese mero!
Por supuesto, que los agentes seguridad del teatro, llegaban para silenciar a nuestro muy orgulloso padre de familia y de manera sorpresiva atendía a las ordenes de nuestros gendarmes del arte. Eran otros tiempos. Ya no era tan bronco nuestro ilustre padre de familia.
Curiosamente, esa misma noche me los encontré en el restorán Sangrons del Centro histórico chilango, ese edificio que está toditito tapizado de azulejos –que por cierto, muy caro el pan de ahí, ¡eh!-. Aquella era verdaderamente, la más excelsa y entrañable escena de amor y perdón familiar.
Habían pasado muchos años, y aquel reencuentro significaba la redención de Don Onésimo con su hijo, las palabras fueron lo de menos. Un fuerte y largo abrazo y un ¡perdóname mijo! Eran la culminación perfecta de años de doloroso exilio por no ser como el padre quería que fuera.
Ya recuperados de la emoción y con el clásico porte que a Don Onésimo le caracterizaba, dijo las siguientes frases: ¡Vieja!, ¡te lo dije!, ¡El Ony iba llegar muy lejos!, ¡A qué mijo!, ¿Quién iba decir que el Ony iba a pasar del puño a las puntas? ¡Mija! Yo siempre supe que iba llegar a ser una gran estrella, ¡Pos si es de familia, cómo chingaos no!