Foto cortesía de Sinaloa 360°.
La gobernanza en las políticas urbanas de Culiacán ha quedado solo de dientes para afuera. Las consultas se realizan con libertad, pero sin una representación legítima de organización ciudadana en el territorio.
Arquitecto Jesús Fdo. Aragón Campos
Hay quienes afirman que Culiacán es una ciudad sin planeación, la verdad es que se trata de una falta de respeto a quienes han depositado un esfuerzo y convicción en cada época a la planeación urbana de Culiacán.
Pero hay algo de razón en ésta inconformidad generalizada, si se revisa los programas de desarrollo y el plan director, evidencian que el caos físico-visual de la ciudad no corresponde al intento de orden plasmado en esos estudios (no es que no tengan déficits), pero finalmente generan información suficiente para contar con una ciudad cuando menos ordenada, se puede deducir que no solo hay planeación, sino que, además, ésta ha evolucionado a través del tiempo. Se está de acuerdo, la ineficaz ciudad está ahí, El reclamo es legítimo, aunque carece de puntería.
Después de un tiempo de trabajar en la planeación de la ciudad, observé que las deficiencias coincidían en la ejecución de los proyectos estratégicos, estos son la base de la pirámide, es la implementación, ¿quién establece que sí y que no? Por cierto, los últimos planes y programas han emprendido una consulta ciudadana sin precedentes para la búsqueda de proyectos estratégicos.
Más bien, el problema radicó en que se consultó a una ciudadanía sin una estructura organizada, ¿quién colecta las necesidades de los individuos en los barrios y quiénes los representan? No hubo una respuesta de eco, solo algunos ciudadanos despiertos, pero el objetivo era, como nos dice Cristina Zubriggen «la gobernanza se caracteriza por una red de instituciones e individuos que colaboran juntos y unidos, gobernanza sin gobierno» no se encontraron estas organizaciones ciudadanas de forma constituidas, como explica Fernando Savater «lo pesado de la democracia es que se nos impone la carga de ser ciudadano porque, si no lo somos, hacemos ciudadanía mala. Los griegos tenían la palabra “idiota” para el tipo que, siendo ciudadano, quería vivir como si no lo fuera»
Como resultado y en sentido contrario hay un sentimiento de abandono, esto agrava la relación de estado, pues el urbanismo no se construye encontrando a todos culpables, por el contrario, se trata de una ciudadanía responsable, no solo de derechos sino también de obligaciones.
Estas razones son pretexto y motivo del gobierno federal para desconfiar que estados y municipios emprendan localmente el plan de desarrollo fijado por éste, un copioso ejemplo es el de la Sedatu de Román Meyer Falcón, comisiona a sociólogos, economistas y científicos de toda actividad involucrada en la sustentabilidad urbana en las comunidades donde hay manifestaciones de necesidades apremiantes, hacen constar que la evidencia observada sea cruzada con los planes y programas de cada entidad y así fortalecer la dinámica urbana, los resultados se han mostrado además de innovadores, ser efectivos.
aquí cabría preguntar ¿Por qué no replicar éste método en municipios y estados?, el problema es que este esquema “jerárquico”, es una regresión a lo arcaico, es la manera de mandato con aplomo cenital o centralista, cierra el dialogo al territorio municipal y estatal, dificulta la independencia de decisiones locales y obstaculiza el acceso a las retribuciones federales por impuestos.
Sin la representación de las divisiones elementales de ciudadanos y territorio, no se conocen los objetivos y temáticas que gobierno debe abocarse, hace imposible satisfacer reclamos, no hay oportunidad para plantear visiones profundas como la equidad e igualdad de oportunidades entre semejantes.
Aquí es donde se presenta la coyuntura para que un desarrollo urbano se concrete como un desarrollo humano, como advierte Aravind Adiga en la novela de El Tigre Blanco, «nada importante hay en una democracia libre si naciste pobre en ella» o como concluye Enrique Dussel «el primero los pobres tiene mucho de sustentabilidad» poco abona al futuro la exclusión, discriminación y finalmente segregación, apostarle a la ciudad cerrada en cotos no construye tejido social pero si represalias, esa liga se restira día a día y tarde que temprano estallará.
En responsabilidad simétrica, las decisiones unilaterales de gobierno llevan a lo que se llama “sobrecarga gubernamental” «todo lo decide» al atiborrarse de compromisos lleva a una dinámica copiosa de egresos, por esta razón gradualmente pierde la sensibilidad y control, condenándolo al sobre gasto y a la peligrosa discrecionalidad.
De esta manera destina contribuciones no directas al gasto, sin relación con el objetivo de la contribución inicial (no hay una relación de quien contribuye colectivamente y sus beneficios), por éste caos, le es fácil al poder del capital y a la corrupción determinar los beneficios, esto explica porque la planeación siempre está rodeada de las mismas entidades oscuras, no nos parece extraño que se prioricen estadios, par viales, distrito paseo mundial, o más actual; ¿por qué no conocemos el proyecto del Metrobus? ¿quiénes se beneficiarán? ¿Por dónde pasarán? ¿cuáles son las políticas del suelo a partir de ese proyecto? No hay ninguna relación con las necesidades de las células de la ciudad.
Gobiernos estatales y municipales en Sinaloa tienen que ampliar su visión, se necesita invertir aún más en la cabeza que dirige y planifica la ciudad, se necesita ir más allá y monitorear los impactos, se ocupa ampliar su precario organigrama, no hay mayor eficiencia que invertir en el centro de mando.
Para darnos una idea, las políticas públicas no son procesos lineales, más bien son cíclicos, es decir, no solo se ponen en marcha, sino que más allá deben evaluarse y retroalimentarse periódicamente, por sí solo todo proyecto urbano está destinado al fracaso, cuando menos por deterioro natural, ésta es la razón por la que la ciudad parece que no es planificada, abreviando en que la imprecisión se debe a la desvinculación de las agendas, la de gobierno con la ciudadana.