Y después del Peje… ¿Qué?

«”Mi nombre es Ozymandias, rey de reyes:

¡Contemplad mis obras, poderosos, y desesperad!”

Nada queda a su lado. Alrededor de la decadencia

de estas colosales ruinas, infinitas y desnudas

se extienden, a lo lejos, las solitarias y llanas arenas»…

Fragmento del soneto de Percy Bysshe Shelley,

dedicado a Ramsés, el Grande, Faraón de Egipto.

El fulgor de la hoguera de vanidades que se ha vuelto la figura de Andrés Manuel López Obrador, al concentrar los intereses de los grupos que llegaron con él al poder, han impedido a la mayoría de la opinión pública abordar de manera clara lo que se avizora después de su mandato presidencial.

Una de las circunstancias más evidentes es que de ganar Morena la presidencia, ninguno de los pretendientes a suceder a López Obrador tiene la fuerza para mantener amalgamada en su persona los intereses, grupos y personalidades que llevaron al ejecutivo federal al poder.

Ponga el nombre que quiera, el que más le guste, el que le convenza o convenga, hombre o mujer. El que se ponga la banda presidencial para el 2024, no tendrá la misma predominancia en la esfera pública, ni tejerá, en volumen o calidad, los mismos compromisos (dieciocho años de campaña se dicen rápido). Empezando por los correligionarios, ese pastiche vario pinto y hasta con agendas contrarias que conforman Morena y sus partidos aliados. Parte de este escenario ya se puede ver en el proceso actual electoral de Coahuila, más tardan en anunciar la declinación de una candidatura en favor del partido oficialista, que el supuesto declinante en desmentirla.

Hay que dar por descontado que el mismo Andrés Manuel pueda hacer de “consigliere” o factor unificador dejando la presidencia, muchos intereses que acuerpan su administración se desprenderán de él en cuanto suelte el presupuesto. Las apuradas maniobras para dejar sembrados elementos afines que respondan a la influencia de López Obrador en otras entidades de poder como el INE y la Suprema Corte de Justicia de la Nación, no se han concretado, por lo visto, de forma que representen un capital seguro para maniobrar el peor año de un presidente, el séptimo. Y el mismo apuro con el que se han operado da una idea de lo que se está previendo.  

Y sí se tiene presente el comportamiento antropófago histórico de las tribus de izquierda nacionales, será de pronóstico la fragmentación que tendrán después de que el factor aglutinante ya no esté presente, si nos atenemos a los registros no sería extraño un centrifugado con navajas incluidas entre estos mismos grupos, que llegue hasta el actual mandatario.

Otro de los pilares a los que el grupo en el poder público apostó a futuro fue la formación de cuadros jóvenes, incipiente e insuficiente trabajo hecho de manera irregular y revuelta entre prácticas de la escuela priísta y del manual de la desorientada izquierda rosa latinoamericana (capitalista, subjetivista y antimaterialista). Si al PAN no le alcanzaron 12 años para formar cuadros de peso que sobrevivan sin el presupuesto, la expectativa esta ocasión es mucho menor.

Por otro lado están los gobernadores guindas que seguirán en funciones ¿Cómo se articularán a falta del tótem? Independiente de su carisma personal y su posición respecto a Andrés Manuel, las circunstancias locales de las entidades que gobiernan tomarán predominancia en su accionar a falta de un garante de sus compromisos de la misma magnitud en el ámbito federal, ninguno de ellos le deberá su arribo al poder al próximo mandatario.  

Los reflejos y olfato de cada ejecutivo estatal morenista, definirá si sobrelleva él su periodo de gobernanza post-obradorista como uno de transición y definiciones para su futuro político, o como un viacrucis con batallas interminables entre los grupos de interés local debido a la inestabilidad por la desaparición de referentes que todavía, pero con pinzas, dan sentido en este momento a la relación de poder entre ellos.

Muerte, Arte y Violencia en Sinaloa del Siglo XXI

“Si la seguridad y la delincuencia fueran resueltas por la educación y la cultura, las potencias mundiales ya habría finiquitado sus aparatos militares y policiacos, tendrían funcionando solamente las universidades y sus industrias culturales”

Octavio Valdez

La muerte del bailarín Maximiliano Corrales Herrera los últimos días de abril, en Culiacán, es la enésima ocasión en la que la realidad rebate de forma contundente ese fetiche que el gobierno y la sociedad insisten en vender y comprar: que la solución para detener el fenómeno de la violencia está en la educación, el arte y la cultura o en un mero cambio espontáneo de actitud.

En algún momento a finales del siglo XX la violencia empezó a ser un elemento preponderante en el acontecer diario social del país, época marcada con asesinatos de actores relevantes de la escena pública: Luis Donaldo Colosio, José Francisco Ruíz Massieu, Paco Stanley, por comentar los más visibles, sumando a esto los asesinatos en serie en la población como el caso de las muertas de Juárez en un ambiente, en ambos casos, de total impunidad.

Esta circunstancia fue reflejo de los cambios de las nociones de política y poder a nivel mundial hacia un modelo unipolar hegemónico que reblandeció el papel del Estado como actor intermediario entre las relaciones de las estructuras sociales, proceso macerado todo el último tercio del siglo pasado y que tuvo su manifestación dramática en las situaciones arriba mencionadas.

Si la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, en 1992, fue oficialmente la entrada al mercado mundial de la economía mexicana, la inestabilidad y violencia que la han precedido es la entrada de la sociedad del país al estado mental de la posmodernidad, donde los referentes ideológicos y éticos se complejizan y difuminan para la mayoría de la población, incluyendo sus dirigentes.

Ante la retirada paulatina de las responsabilidades del Estado, se inventó un discurso a través del cual se empezó a quitar gravedad y peso a las instancias de ejercicio de la violencia institucional, procuración del orden público y justicia para trasladarlas al área de poder blando como las de educación, cultura y hasta del arte.

Supuesto que de manera empírica y reiterada ha sido desmentido por la realidad, la importancia del orden social fue transferida a la esfera económica, mientras el Mercado camine y funcione, nada es emergencia sólo contingencia, incluso sucesos como un Culiacanazo o dos o los que sean necesarios.

Debido al efecto de este discurrir al día de hoy es muy complicado lograr consensos de cualquier tipo; para las persona nacidas antes o hacia la mitad del siglo XX es complicado comprender la actitud, desde cierta perspectiva, indiferente con la que las generaciones más jóvenes transitan situaciones tan complejas como la pandemia de Covid o los mismos Culiacanazos, porque no se percibe con facilidad que las generaciones del año 2000 en adelante se han desarrollado en un ambiente de contingencia constante y los adultos nacidos en el último tercio del siglo pasado lo hicieron en un contexto de coordenadas ideológicas imprecisas y una ética en común desdibujada.

En el ámbito social es absurdo plantear una noción de inmovilidad, pero sí es válido proponer una revisión de lo que es categóricamente disfuncional.

La lamentable evidencia de que ni danzantes, ni cantantes, ni pintores… son a prueba de balas, fue puesta en la ribera del río a plena luz del día en el centro urbano de la ciudad de Culiacán un día a finales del mes abril, como un doloroso testimonio más de nuestro equivocado delirio.