Mmm… ¡Revolución!… ¡Y pa´que!

Víctor Javier Pérez Montes

¡Ahí les va la historia del viejo prieto bigotón,

Que se llamaba Porfirio…apodado el ojo de vidrio…

El Corrido del Ojo de Vidrio

Gabino Barrera, no entendía razones, andando en la borrachera…

El Corrido de Gabino Barrera

¡Mmm!, ¡Revolución! Esos pinches catrincitos, ¿Qué saben de la Revolución?, ¡Yo si pelié una!, ¡Yo si tiré bala, no chingaderas!, ¡Yo sí sé que es una Revolución!, ¡Bah! ¡El Cachorro de la Revolución!, ¡Ahora resulta que la Revolución es una perra y tiene crías!, ¡Qué jodidos estamos! Ese es otro pinche pillo, ¡mmm! ¡Como todos esos cabrones políticos!

¡Usted no está para saberlo, ni yo para contarlo!, pero fue a finales de 1913,  cuando el Odilón Ortega, el Toribio Rojo y un servidor nos fuimos a la Bola, fue por allá en Durango, tierra de villistas, ¡Puro hombre de verdad! ¡Por ésta! ¡Verdad de Dios!

Recuerdo muy bien, la toma de Ojinaga. Al frente iba mi General Villa, ese si los tenía bien puestos. Los hombres alineados, seguían a su general. Los cañones de 80 y 75 milímetros, las carretas con municiones, y metrallas, todas quitadas a los pelones, esos pinches federales nomás no la hacían, puro maricón del gobierno.

Eso sí era un espectáculo. Estábamos muy chamacos. Yo tenía 14, el Odilón 12 y el Toribio tenía 13. Me acuerdo muy bien; el Odilón se miaba del miedo, cada vez que escuchaba la metralla o los cañonazos. El Toribio andaba con huarache de tres piquetes, nomás que al tomar el pueblo, salió de el con botas, que eran de otro chamaco que encontramos muerto. ¡Estaba bien cabrón, andar en la bola! ¡Verdad de Dios!

Un día llegaron unos gringos. Traían unas cámaras para sacar fotografías. Y que nos agarran para fotografiarnos, ahí salimos los 3 amigos. De plano, éramos unos chamacos, con las carrilleras, y nuestros rifles, eso sí, con las caras de venado lampareado. La carabina del Odilón, estaba igual de larga que él. ¡Pinche Odilón! De tiro, estaba muy chamaco.

¡De verdad!, que éramos unos chamacos, la verdadera infantería de los Dorados. Recuerdo con cariño y mucho respeto a mi general Calixto Contreras, alto, con presencia, educado, justo, nunca nos trató mal. Nos daba un trato mejor a los más chamacos. Siempre comíamos antes que la tropa. Un buen hombre.

¡Ay! Pero, lo que fue a mi amigo el Toribio, pobrecito, a ese sí que le fue mal. Le tocó estar bajo las órdenes del pinche Rodolfo Fierro. Ese cabrón era un animal. Y para amolarla más, el pobre del Toribio había quedado huerfanito, no tenía quien lo defendiera, pero ese hijo de la chingada lo sabía, y lo agarró de su puerquito. Nomás me acuerdo y me empieza a doler la panza.

Ese Fierro, lo agarró de su esclavo. Lo ponía a bañar su cuico, limpiar sus espuelas, el  revólver y que le consiguiera chamacas en los pueblos que llegaban. Una noche, el muy cabrón de Fierro, porque ése si fue una vergüenza para la Revolución. Él y otros hombres, se encerraron en una casa de prostitutas, pero, para la sorpresa de muchos, no lo hicieron con mujeres. Fierro y compañía, se vistieron de mujeres y se pintaron los labios. Lo demás ya se lo estarán imaginando.

El pobrecito del Toribio, le tocó verlo haciendo esos desfiguros, además de estar totalmente borracho, agarró su pistola y le ordenó a Toribio que no dijera nada y que saliera corriendo. Toribio, tratando de correr, recibió un disparo en la nuca. Cayó inerme como si estuviera listo para partir de este mundo. ¡A que mi amigo Toribio!, ¡Pobrecito! ¡Era huerfanito!

Mi general al saberlo, le dijo a Villa. Villa nomás le respondió: “A éste o lo matan o a ver qué pasa, pero, ya debe varias el compañerito Fierro.” ¡Afortunadamente ése animal se ahogó en la Laguna de Guzmán!, ¡Y qué bueno!, ¡Ese, al igual que todos esos piches políticos zopilotes son una vergüenza pa´la Revolución!

¡Mire usted! Asesinaron a mi general Contreras,  y también a mi general Villa. ¡Esos Constitucionalistas eran más pillos que tiznada! Yo creo que Don Porfirio se quedó corto a un lado de todos esos bandidos. ¡Verdad de Dios!

¡Revolución!, ¿Qué saben esos pinches licenciaditos de la Revolución? Nosotros no hicimos una revolución y nos partimos la madre pa´ que otros politiquitos llegaran con las manitas limpias y se avorazaran de la misma.

Acabo de regresar de mi pueblo, en Cuencamé, allá en Durango; y es hora que ni luz hay, pero eso sí, la Revolución está presente en las casonas y los carros de los pinches “tanprontistas” ladrones del cabrón de Alemán. ¡Mmm!, ¡Revolución!, mira tú que revolución.

Yo terminé herido en el camino. Jamás me pude recuperar de mi pierna derecha, nunca pude caminar normal. Ni apoyo y ni ayuda como ex combatiente de la Revolución, pero puras pinches mentiras. ¡Y pos a buscar la vida!, me conseguí este puestito de periódico, y pos nomás para hacer corajes. Mire nomás este periódico de hoy, mayo de 1951, los mineros de Nueva Rosita exigiendo mejoras salariales. ¿Y la Revolución? ¿Ontas pues?

El Odilón, ese cabrón si la supo hacer. Se cambió de bando, se puso a echar bala con el general Múgica, y ¡Pos le fue bien! Ese si recibió pensión del gobierno, hasta lo integraron al ejército regular. La última vez que lo vi, era coronel. ¡Piche Odilón! ¡Tan coyón que era! Y pos, aquí quedé del lado de los pendejos, de los pobres, a los que la Revolución jamás se acordó y bien que jodió. Por eso digo: ¡Revolución!, ¡Mmm! ¡Y pa´qué!

Caguamo´s Death (la muerte sabrosona del Romualdo)

Víctor Javier Pérez Montes

No me importa que me digan mujeriego…yo las amo, yo las quiero…

José José

A placer, puedes tomar el tiempo necesario

Que por mi parte yo estaré esperando

El día en que te decidas a volver

Y ser feliz como antes fuimos

Enrique Bunbury

¡Oiga mi amigo!, es que la soledad ¡es muy cabrona!, desde que mi esposa se murió, la extraño mucho. Si es verdad, que mis hijos me echan la vuelta y de repente los nietos, pero, el calor de una mujer es otra cosa.

Es que nunca he estado solo. Siempre estuvo presente conmigo, una mujer en toda mi vida. Desde el ´51, que me casé a los 15 años, con mi primera esposa la Cata, nunca había estado solo.  ¡Oiga mi amigo!, se lo digo en verdad, la soledad es muy canija. ¡Pues fíjese!, y que me casé – ¡bueno!, en realidad, me la robé allá en mi pueblo, arriba, por allá en Durango, ¿Sabe usted por dónde queda Tayoltita?, bueno, pos de por allá me la traje.

Nomás que como la Cata, era la hija de un capataz de la mina, pos, nos apuramos y agarramos el tren y hasta el otro lado fuimos a parar. Por cierto, el lugar a donde fuimos era Tacoma o Taloma, ¡Ay ya sé! ¡Pomona!, Pomona California. Allá llegamos y ¡luego luego agarré chamba!, en un restaurante de unos chinos, ¡Uuuuf! Viera que ricura de comida hacen esos chinitos, ¡Es una cosa bárbara!

No tardé ni tres semanas, cuando empecé a enamorar a una meserita del lugar. Era una chinita, muy coquetona. Se llamaba Luyuan, ¡Chula la condenada!, bueno, como se ha de imaginar mi amigo, estaba muy chamaco y muy alocado, más bien creo que era cosa de la edad.

Pero. ¿Qué cree?, un día se paró la Cata al restaurante, que por cierto se llamaba, se llamaba, ¡ah si!, el Golden Ocean y que me agarra en lo mero bueno con la chinita, en la bodega de la cocina. Pinche china piruja le gritaba la Cata a la Luyuan, y a la vez yo las separaba, estaban agarradas de las greñas.

Cuando por fin las pude separar, la Cata me gritaba: ¡Romualdo, eres un cabrón, hijo de la chingada, púdrete a la mierda!,¡Pinche cerdo! ¡Y pobre de ti que vuelvas! hijo de la ya sabrá usted el resto de la frase mi amigo.

Esa noche encontré mi ropa a fuera de la casa, ¡Ni modos!, con gusto acepté mi responsabilidad, ¿Quién me manda ser tan cabrón pues?

Al otro día que me presenté al restaurante, me dijeron que la Luyuan ya no trabajaba ahí. Su tío Mr Wong, me dijo con un español muy corto, pero muy efectivo: ¡Mexicano, tu sel problema, vete! Inmediatamente agarré mis cuchillos de cocina, los subí a la troca, y que me jalo más al norte. Llegué con mi primo, el Ruly, era otro como yo, un mojado, probando fortuna en el otro lado.

Me recibió con gusto y me preguntó: ¿Y la Cata?, con una sonrisita le contesté: Me agarró en lo mero bueno, y pos, ya sabrás. A que pinche Romualdo, no se te quita lo cabrón, y yo con una carcajada abierta le contesté: ¡Ni se me quitará! ¡Y si mi amigo! Nunca se me quitó.

¿Qué por qué me dicen el Caguamo? ¡Bueno!, le cuento caballero, ahí con mi primo, el Ruly –Rolando se llamaba mi primo-, vivíamos cerca de Bakersfield, y unos camaradas me invitaron a la pesca de la Totoaba, en el Golfo de Santa Clara, para acá en Sonora. Y pos yo como era un vago, que me les pego y me jalo para allá.

Le comento mi amigo. Ya había agarrado otra mujer para ese entonces, pero, como era una pochita muy loca, un día le dije, Bonnie mejor nos separamos. Tú estás como las güeras, te gusta el despapaye, y todo, pero hasta ahí. ¡Nombre oiga! Se ponía unas pedotas, más fuertes que las que yo me ponía los sábados. ¡Hijadesuchimeca!, la Bonnie era bien canija también.

¿Y qué cree mi amigo? Nomás llegué al Golfo, ¡a jijos!, viera aquellos pescadotes enormes que sacábamos, pero, ¡que sabrosura de pescado! ¡Nombre! ¡Jamás he vuelto a comer una ricura semejante de pescado! Entre el pescado, también sacábamos unas tortugotas, las que le llamamos Caguamas, pero, ¡Tortugotas!, ¡Eran un manjar!, yo las vendía en Puerto Peñasco a unos gringos y en Sonita, a unos ostioneros, ¡Uuuuuy!, le estoy hablando por allá del ´65, ¿Usted cree que iban a estar prohibidas? ¡Pos no! ¡Que prohibidas iban a estar! De ahí me pusieron el Caguamo.

Una tarde me fui a Sonoita, para vender unas caguamas y unos tiburones que habíamos sacado, al llegar a la primera tienda en la que dejaba pescado, salió una morenita chaparrita, ¡Ay Dios!, ¡Que chulada de plebita! Un verdadero ángel caído del cielo. ¡Mire amigo! Una carita de angelito!, pero con un cuerpecito, ¡Que ni mandado hacer!, y que digo: ¡Ésta es la buena!

Y que le pregunto su nombre, y que me contesta de manera coquetona: Rutilia y pensé: ¡Que feo nombre tienes, pero, no le hace, a tu nombre no lo voy a tocar naditita!, cuando menos pensé, ya íbamos rumbo a Caborca, nos casamos ahí, y pos ¡Lo caido, caido está! ¿No?

La Rutilia fue la única que me aguantó y me aplacó. ¡Oiga usted! Pos si yo nomás andaba como gallito de corral, busque y busque gallinitas…no le digo, ¡Seguía de cabrón, pues! ¡La Rutilia era una cabrona! Me espantó a todas las chamacas que ahí traía, ¡No le digo! Si las viejas son canijas, en fin, ella puso orden.

¿Qué si cuantos hijos tuvimos? ¡Pos si nomás  tuvimos 8! ¡Oiga usted!, ¡Pos si entre más plebes paría, más buena se ponía! ¡Y ni modo! Bienvenidos todos los chamacos. Mi vida con ella fue a no más pedir: Ropa limpia, planchada, buena comida –eso si para cocinar tenía un sazón único- y los chamacos ¡siempre al tiro! Eso sí, la Rutilia nunca me dio un dolor de cabeza.

¿Qué si cómo terminó lo de la Rutilia? ¡Bueno mi amigo! Usted sabe que el tiempo pasa volando. Los chamacos crecieron y se fueron de la casa. La casa empezó a oler a viejo. Éramos solo ya los dos viejos. Una noche me fui a dormir, ella se quedó a limpiar los trastes. Yo me dormí, la verdad no supe de mí. Al otro día muy temprano, me levanté a prepararme una taza de café, pero, ¡Cual sería mi sorpresa! La Rutilia estaba tirada en el piso, tenía entre su mano derecha el estropajo. Le hablé, pero, ya todo era inútil. Estaba tirada, fría, verdaderamente ella fue una ama de casa hasta el final.

Aún la recuerdo todas las noches. Es que ¡Imagínese mi amigo!, 48 años juntos, son muchos años, muchos recuerdos, y la costumbre es muy cabrona, y las ganas de sentirla aún más, ¿Usted me entiende verdad?

¿Qué sí como le hice para seguir adelante sin ella? ¡Pos la mera verdad le voy a decir! Una noche salí a dar un paseo por la Sanalona, llegué al cruce de Sanalona y Colegio Militar, y en la siguiente esquinita, ¡que voy viendo una chamacona!, ¡Aaay diosito puro y santo! Y que me digo, ahorita la conozco.

Para mi suerte, que me hace una señita con su manita. Y que me arranco y que le pregunto: ¡Muñequita!, ¿A dónde tan solita?, ella nada tonta me respondió: ¡A donde gustes y mandes guapo!, y que sin mayor dilatación, que me la subo a la troca, es más ni le pregunté el nombre, y en el hotelucho de la siguiente esquina que me la subo.

¡Aaay Jesusito Malverde! ¡Qué noche!, pero ¡Qué noche! De lo intenso que estuvo aquello hasta perdí el conocimiento por unos instantes, ¡Oiga mi amigo, es que uno ya no está para esos trotes, después del tercer palenque uno ya no se levanta tan a la primera.

Por cierto, recuerdo que la desgraciada, nomás vio que me pestañé y ni me esperó. Lo único que recuerdo, es que amanecí boca abajo. La chamaca ya ni estaba, es que el sueño lo tengo muy pesado, bien decía la Rutilia, porque cuando me entra el sueño, me entra.

Fijese que recuerdo, que salí del hotel, bajé las escaleras y el recepcionista, ni chistó nada, es más, parece que ni me escuchó. Cuando salí a la calle, no encontré la camioneta. Estaba seguro que la había dejado a la vuelta. Me busqué la cartera y las llaves y tampoco las traía, y pensé: ¡Pinche vieja, me dio baje!, ni modo, ahorita que llegue a la casa voy con el Lolo y pongo la denuncia a la comandancia.

Me agarré caminando por toda la Sanalona, ¡Nombre mi amigo! ¡Cállese la boca! Una cosa es andar en carro y otra andar a pata. ¡Ni pedo! Ya me tocaba ejercicio. Sentí que caminé horas y más horas, y que llego al puesto de periódicos del Lolo. Para mi sorpresa ya estaba abierto. Dije entre mí: ¡Este Lolo es un madrugador!

Me le paro en frente, lo saludo y ¡Que ni me pela!, pos este pinche Lolo, ¿Qué trae pues?, ¡Lolo, Lolo! ¡Cabrón te estoy hablando!, cuando de ponto bajo la mirada y en la puritita portada de uno de los periódicos, aparecía una foto en la que aparecía un servidor, acostado boca abajo, con los pantalones y los calzones a medio quitar, y  en el titular del mismo, con letras negras y grandotas decía: “ UN JALE MORTAL”.

¡Ingaturroña!. ¿Qué es eso? Dije entre mí, pero, lo que más me duele, mi amigo, y se lo digo aqui en confianza, es que salí sin calzones en la foto, ¡Aaay diosito santo! ¡Que nalgas tan feas tengo! ¡Eso si es de llorar!

¿Qué cómo me dí cuenta de mi nueva existencia? ¡Fijese mi amigo! Uno pensaría que un angel o mensajero viene y le explica, pero, esas son puras piches mentiras de la tele y del mentado pinche celular. Uno solo empieza a darse cuenta, ¡Figurese usted! Yo me quedé aquí en ésta esquina y siempre que alguien que pasa y pregunta algún norte, pos le explico.

¡Igualito como usted lo hizo! Y la Gente me escucha y le continúa en su camino. Yo no sé qué hay más adelante, yo aquí me quedé, pos fíjese, esa casita de ahí, la de color azul, es mía. Mis pinches hijos la quieren vender y hasta le pusieron el letrero, pero, no la van a vender, cabrón que entre, cabrón que saldrá, les voy a jalar las patas en la noche, alcabo que los vivos son más coyones que la tiznada. ¡Y pos la casa es mía y punto!.

¿Qué sí he visto a la Rutilia? ¡Fíjese que sí! Nomás que solo como un par de veces. La primera vez,  vino y nomás me dijo: ¡Ándale!, ¡Para que sigas de cabrón!, ¡Viejillo cochino! Y se fue. La segunda vez, nomás me dijo, que me pusiera trucha, que si veía a su mamá, que le avisara. ¡Y mire! Aquí me tiene esperando en ésta esquina. No le digo, si las viejas son canijas.

¿Qué si me gustó como me morí? ¡Pos la verdad no!, todavía había algunos asuntillos pendientes en mi vida, que tenía que arreglar, pero, por mi madre chula, que ella seguramente ha de estar en un lugar más bonito que esta pinche esquina, y por mi Jesusito Malverde, que siempre me ha de cuidar, ¡Que sabrosona muerte me fueron a dar!

Inventándome el amor…

Víctor J. Pérez Montes

Mátame porque me muero…

Caifanes

Honestamente no recuerdo la última vez que salimos, ni siquiera recuerdo la última vez que le regalé flores; o algún detalle, una palabra agradable. Nuestra rutina era brutalmente fría, sin alguna pisca de frescura, o interés mutuo. La ternura o la suave palabra se había alejado hace mucho, pero mucho tiempo de nuestras vidas. Bueno, ahora que lo recuerdo, la última vez que intenté invitarla a un café, empezó de inmediato a poner miles de pretextos que destruían las ganas de salir o simplemente tener unos instantes conmigo.

Nuestros tiempos libres eran diametralmente opuestos, nunca había un acuerdo para comer o cenar juntos; siempre había una junta de emergencia en la oficina, o un “extra” de trabajo, o invitación por parte de otras personas “con más importancia o emergencia”, para sacar tal asunto, que tener un tiempo juntos.

¿Quién tuvo la culpa? La verdad no lo sé. Supongo que nunca hubo un interés por sacar adelante la relación. Siempre hubo algo más importante que nosotros. El trabajo, los compromisos con amigos, familiares, los proyectos profesionales. Los hijos nunca llegaron. Las visitas al médico en los primeros años fueron devastadores, recuerdo haber comprado un caballito de cedro, era una belleza artesanal. Nunca fue estrenado. Como muchas cosas, acabó en el cuarto de los “cachivaches”, en el cuarto de lo que nunca fue o nunca llegó a ser.

Mis dos hermanos menores, habían tenido familias extremadamente diferentes a la mía. Sus sonrisas, sus caras eran de gusto, de placer por la vida, ¡Claro que tenían problemas!, pero, había algo que los hacía luchar, tener la llama de la ilusión brillando sin importar que los vientos de la adversidad fueran fuertes o tempestuosos, al final del día, una sonrisa era lo que salvaba sus vidas. La mía no era así.

Las noches eran peores. Cada uno hacía cosas diferentes, yo saltaba de canal en canal para tratar de encontrar algo interesante en la televisión, y mi esposa, se clavaba en una pila de 13 a 15 libros que estaban de su lado de la cabecera, que de manera territorial cuidaba con gran recelo. Sus lentes para la lectura y sus libros, eran parte de esa escenografía de apatía que se vivía, que se olía en el aire al entrar en esa alcoba que entristecía a quien echara un vistazo.

En las mañanas, café y pan tostado con mantequilla y mermelada de frambuesa era el menú. No había muchas opciones. Levantarse por la mañana, cambiar de camisa, usar el traje que tocaba cierto día con tal o cual corbata, o en su defecto, corbata de mariposa; era parte de ese extraño ritual que había sido llevado con exactitud durante 21 años, 6 meses y 11 días.

El restorán de enfrente del Edificio Olmeda –el edificio donde laboraba- era como un pequeño oasis. Los olores entremezclados me recordaban aquellos mismos olores que salían de la rústica cocina de mi madre, con tales olores entraba en una especie de transe, al sentir el aire impregnado por todo el largo pasillo que conducía hasta las recamaras de la vieja casona en la que crecí, en las afueras de la ciudad. Los viejos llanos, que poco a poco cedían a la mancha voraz que consumía todo vestigio de naturaleza que desaparecía con el paso lastimoso de los años en ese sector de la ciudad,

Para ser exactos, habían pasados 284 días desde la primera vez que la vi. Era joven, cabello castaño, largo y con tonalidades más claras y onduladas en las puntas, sus movimientos eran con cierta gracia, una gracia que daba luz a toda su faz, con unos enormes ojos color verde, que denotaban un aire de inocencia, pero que a la vez, con sutileza mostraba un grado de picardía, que no me cansaba de mirar.

Su nariz se movía de manera graciosa, cada vez que preguntaba sobre el menú, o cuando daba algunas sugerencias del mismo. Sus mejillas eran un tipo de pintura de Rembrandt, donde los colores rosados se desvanecían  de manera suave y mezclaban una tonalidad de blanco que se detenía abruptamente con las pequeñas pecas que deben un hermoso contraste con sus cejas delgadas y delineadas.

Su figura era una poesía a la belleza. Curvilínea, esbelta, graciosa, de movimientos ligeros que parecía que cortaba el aire cada vez que hacía con graciosa y delicada energía algún ademán, que también, capturaba mis sentidos, era un suave incienso que dejaba mi atención suspendida en el aire.

Su estatura era aproximadamente de 1 metro 65 centímetros, ni alta ni baja, era totalmente perfecta. Era un ángel que se materializaba, y que había bajado desde el mismo cielo para liberarme de la agonía que vivía en mi hogar. De pronto una idea, y esa idea no era la gran idea, ni la mejor, pero era algo que podía cambiar mi monótona existencia.

Marce –Marcela era el nombre de este hermoso ángel- y yo, habíamos conversado en muchas ocasiones. Siempre me había externado, lo que le encantaría conocer otros lugares, el mar era su sueño. De manera repentina, llegaban a mi mente imágenes de ella corriendo por toda la orilla de la playa en paños menores. Su gran  y espléndida sonrisa, era una luz como un faro en la oscuridad de mi soledad. Ella despedía una energía tan especial, que lo único que podía hacer era contemplarla tanto como pudiera esa sonrisa sin ser demasiado obvio.

El día del viaje llegó. Yo había tomado por adelantado 1 semana de mis vacaciones, salí temprano de mi casa, y sin más le dije a mi esposa que me iba de vacaciones. La indiferencia fue total, un simple ¡Bye!, fue su respuesta. Sin más, pasé por Marce y nos dispusimos a salir de la ciudad. Entre más lejos dejábamos nuestras casas, más libertad sentíamos y un aire de frescura llenaba mi mente, al ver sentada a esa joven con todas las ganas de vivir y de sentir, era mi motivación de emprender esta aventura.

El camino a Playa Bonita, era un verdadero paraíso exótico. Era increíble y muy interesante la plática que esta joven de 24 años tenía, y sobre todo, que podía mantener en nuestro viaje de casi 6 horas. Me explicó que aproximadamente había leído unos 9 u 11 novelas, dentro de los últimos 3 meses, y con una sorpresiva afirmación, me dejó perplejo: Estudié Literatura y lengua española en la Universidad de la Provincia.

Con una cara de sorpresa y como de que no te lo creo, le respondí con otra incógnita: ¿Por qué trabajas en el Café? Con serenidad filosófica, me explicó: Es el negocio del papá de un compañero universitario, mi sueño es ser escritora, pero también necesito comer. Soltando una hermosa carcajada de manera espléndida, y entre pláticas reinicia sus explicaciones y toma una actitud de serenidad de manera instantánea, diciendo: Bueno, a lo mejor, me va peor como escritora, pero yo sólo quiero hacer lo que me gusta, lo que verdaderamente me apasiona, por eso estoy contigo.

Por fin  habíamos llegado a nuestro destino. Ese camino de tierra y arena entremezcladas, las diferentes enramadas de color verde intenso y las palmas de cocoteras, que a lo largo definían el camino, así como un aire fresco que se impregnaba con la salada brisa marina, daba la bienvenida a nuestra semana de libertad y amor, que sólo ese lugar era testigo de nuestro encanto.

Aquellos días habían sido excitantes de gran alegría, de hecho me habían ayudado a recordar aquel sentimiento perdido de ganas de amar y ser amado. Las risas y la buena compañía eran el común denominados existente en los primeros días, la pequeña habitación que daba hacia la playa, era la escenografía perfecta para que todo aquello fuera concretado de manera increíble.

La noche previa a nuestro regreso, me había levantado para tomar un vaso con agua, la luz de la luna y el suave ruido de las olas del mar, me habían levantado. El suave viento nocturno movía de manera lenta las cortinas de mantilla que brindaban cierta protección y privacidad al interior de la habitación; y me percaté que Marcela no estaba acostada en la cama. Pensé que habría salido al baño ya que los baños estaban en la parte trasera de las habitaciones, así que no puse mucha atención al asunto.

Sin embargo, quise echar un vistazo para asegurarme que todo estaba bien. Para mi sorpresa y extrañez, ella no estaba en el baño las sandalias que usaba estaban junto a la cama su ropa de cama estaba en la silla de un costado y en ese preciso instante empecé a pensar: ¿Saldría a la playa?, no lo pensé dos veces y fui a buscarla.

Con linterna en mano, salí con rumbo a la playa, las olas en una calma relativa brindaban una sensación de zozobra, que entre más me acercaba al oleaje, más sentía una inseguridad que me hacía latir el corazón de manera intensa, y con un escalofrío que recorría todo mi cuerpo desde la cabeza a los pies y manos, de manera contundente en todo mi cuerpo.

Pasaron unos minutos y no podía encontrarla, de pronto, en un montículo de peñascos, se notaba un antebrazo con marcas de rasguños saliendo de una de las rocas, rápidamente puse la luz de la linterna sobre el cuerpo, para mi sorpresa y gran horror era Marcela, y de manera abrupta traté de jalarla hacia la orilla, pero inmediatamente me di cuenta que le faltaba la mitad de una pierna.

Con horror y gran desesperación, empecé a gritar y voltear a todas direcciones, en ese momento, no tenía ni la mínima idea de lo que pudo haber pasado. ¡No lo sabía, se lo juro que no lo sabía!, pero aquella imagen de su cuerpo mutilado y sin vida, su cara de pánico y dolor, que externaba el suplicio de su muerte trágica ya había hecho un efecto de pánico en mi mente hasta el día de hoy.

Mientras jalaba el cuerpo sin vida a la orilla de la playa,  empecé a llamar de manera desesperada la ayuda de algunos pescadores de la zona, que por la madrugada hacían sus labores. De manera inmediata y a gritos les suplicaba ayuda. Uno de los pescadores afirmaba que había sido un ataque de caimán, que por la zona abundaban, debido a la temporada de apareamiento. A los minutos llegó la Policía local y tomó parte de lo ocurrido.

De inmediato fui llamado a declarar, y pues, aquí me tiene oficial, eso es lo que pasó prácticamente.

-¿Y cómo creerle, sí no hay quien confirme su versión de los hechos?

-Pues mientras esto se aclara, usted está detenido como presunto culpable del homicidio de la señorita Marcela Saldívar Torres.

¡Pero yo la amaba!, ¿Cómo se atreve a decir eso oficial?

-¡Señor!, ¡Cálmese por favor! ¡Así es como se procede, y necesitamos averiguar lo qué pasó! El oficial toma un breve respiro profundo, y con breve esfuerzo, continúa el interrogatorio:

-¿Usted sabía sí tenía familiares, padres, hermanos, quizá algún familiar no tan directo?

-¿Cómo dice?

-¿Sí ella tenía familia?

¡No!, bueno… ¡Nunca me habló de ellos! El lugar donde ella trabajaba, creo que era de un familiar lejano, es todo lo que sé.

-¡Pues mi amigo!, por lo pronto es todo, espero unos momentos.

El agente del ministerio público, se levantó y me dejó solo, sentado en esa silla, con la mesa en el centro de ese cuarto obscuro, iluminado por una pequeña lámpara en el medio; era obvio que la declaración no era suficiente para esclarecer o determinar el culpable de este caso.

A los 30 minutos, entraron unos agentes y sin mayor preámbulo, me tomaron a de la cabeza, y con un palo de madera, me empezaron a golpear en el cuello, lo único que pude recordar es un dolor intenso que hizo que perdiera el conocimiento por un lapso de tiempo.

No recuerdo exactamente cuánto tiempo estuve inconsciente. Lo único que puedo recordar es despertar con un dolo agudo en mi cabeza a la altura de la nuca, enfrente de mí,  2 policías que me detenían la mano, para que firmara mi supuesta declaración. Totalmente mareado y sin tener un control total de mi ser, aún tengo dudas de cómo pude firmar o poner el supuesto garabato que había en el acta de la declaración de los hechos.

Lo cierto es, que terminé procesado, y así terminé en esta celda. Mi esposa jamás me vino a ver. Lo último que llegué a saber de ella, es que hace 7 años, ella se volvió a casar, que lejos de disgustarme, me agradó la idea. La cabronada que le hice no era para menos, es más, nunca me vino a ver antes y después de ser sentenciado, de esto ya va para casi 22 años.

¿Qué sí me arrepiento? ¡La verdad no! Es más, no tengo nada de qué arrepentirme. Yo no la maté, fue un infortunio, un accidente que me agarró mal parado, en el lugar y en el momento desafortunado… ¿Qué sí lo volvería hacer?, ¿Lo de Marcela?, ¡Claro que sí! Yo solo busqué ser feliz, así de sencillo, yo solo traté de estar inventándome el amor.