La lucha por el negocio de la justicia en México

Por Octavio Valdez

El sistema de justicia que tenemos es pésimo y el que propone el presidente también lo es. Para empezar el que opera al día de hoy ha provocado y permitido una serie de injusticias que sólo el que no ha sido víctima de estas puede poner en duda, en este caso el sujeto aludido es dependiente legal de otro o tiene los suficientes recursos para hacer moverse el aparato legal y no ser arrollado por él. A esto súmele el nepotismo desvergonzado arraigado en los puestos del sistema judicial.

Y en el caso de la ocurrencia del presidente no tiene ni pies ni cabeza, ni siquiera esta propuesto en buen momento, en un cambio de sexenio que de por sí genera inestabilidad e incertidumbre. Tiene el mismo tufo caciquil del anterior, pero con cambio de manos en su administración, se quiere pasar a un sistema de nominación en el poder judicial en el cual el aparato gubernamental en turno tiene todas las de robar, no es difícil observar la pretensión de perversa endogamia.

En lo básico ambos bandos esgrimen palabras núbiles que caben más en el grito de batalla de Superman en su edad dorada (no el de hoy que lo han adaptado a la posmodernidad): Justicia, Honor, Verdad… Y si quiere súmele las de Kalimán “Serenidad y paciencia”. Lo cierto es que los dos bandos saben que en este lance les va un gran negocio obscenamente millonario para, por lo menos, los próximos 20 años.

Cuando uno voltea a ver la perspectiva de inversiones que hay en México, sabe que no serán pocas las ocasiones que tendrán las cúpulas nacionales de sacarle raja a las inversiones en nombre de facilitar las circunstancias para los interesados y en esto el aparato judicial es pieza clave. Que este pleito de rancho aleja algunas inversiones, tal vez, pero las coordenadas mexicanas son ineludibles en el esquema de reposicionamiento de las cadenas de producción que se están dando a nivel mundial.  A las élites mexicanas, neoliberales o neosocialistas, nunca les ha ruborizado ser mediocres, mejor dueño de centavos que ajeno de los pesos… ¿El bienestar nacional? En eso es donde coinciden los dos bandos, que se jodan todos menos mi estirpe.

Esa es la razón por la que usted ve a Estados Unidos hacerle gestos al gobierno mexicano por la apodada reforma judicial, le interesan sus inversiones y sus planes de estrategia económica para la región, en ello les van asuntos de seguridad nacional. Hay que puntualizar, no le interesa la calidad de la justicia mexicana (y no tendría por qué), ni la estirpe mafiosa nacional que se quede con el juguete de los tribunales, el énfasis está en que los intereses gringos en México no deben ser tocados, a lo que el gobierno mexicano en turno intenta negociar hacia su causa en lo público haciendo un desplante intemperante y suspensivo.

Es paradójico como lo que está en la conversación pública en estos días, tiene como sostén la supuesta defensa de la población mexicana en el sistema judicial, pero nadie dice ni pío del aparato de seguridad donde las Fiscalías han hecho gala de depravación delictiva, así como disfuncionalidad operativa y legal. No encuentro, en lo corto, coyuntura que demuestre de mejor manera la forma de un conflicto que tiene de fondo el juego de los intereses de las cúpulas mafiosas de poder mexicanas, neoliberal y neosocialista, a las cuales nunca les ha importado la construcción de un país viable en todos sus recursos para la mayoría.

ANDO POR LA PLAZUELA

La mayoría de los mexicanos, con énfasis en los jóvenes, no tiene al día de hoy representación en las instituciones (religiosas, sociales, políticas…); incluso, en grandes sectores de la sociedad la Familia es disfuncional como entidad que provea protección y soporte a sus elementos. Los sectores privilegiados totalmente disociados de la realidad generan sus propias fantasías en las que suponen, de manera enajenada, están incluidas todas las personas que habitan a su alrededor.

El Estado ante su avasallamiento a poderes de índole económica, legales o delincuenciales, tiene inoperante el ejercicio de sus obligaciones y por consecuencia en suspensión los derechos de un alto porcentaje de la población. De qué sirve que se expidan leyes que suponen un beneficio para los individuos, como un mayor salario mínimo, jornadas laborales más benignas, vacaciones extendidas, etc. Si no se tiene funcional el aparato de justicia y policial para hacer cumplir las normas.

De qué sirve la existencia de un sistema estatal de salud, si este provee no sólo un servicio deficiente sino excesivamente selectivo; tanto a quién y cómo atiende, consultas sólo por las mañanas, si usted tiene un trabajo con horario quebrado o que abarca más de la mitad del día (como lo tiene la mayoría de la gente), la atención a su dolencia oscila entre lo improbable y lo imposible. En términos efectivos la mayoría de la atención médica de primera instancia se da en el sector privado de modalidad popular ¿Ha visto como florecen los servicios de farmacia con consultorio de atención a bajo costo?

Y así podríamos abordar el supuesto derecho a la vivienda, mutado en validación para créditos hipotecarios impagables en un periodo similar a la espera del segundo advenimiento de Cristo. Del derecho a la seguridad, al sano desarrollo… Y una interminable retahíla de buenas intenciones que sirven sólo para su publicación y consumo de aquella estirpe que vive ya muy por encima de esas necesidades.    

Los decibeles sociales tradicionales (clase alta, media, baja…) han perdido significado dentro de las circunstancias económicas actuales, la globalización ha generado una polarización de las percepciones en los puestos de trabajo y el acceso a prestaciones, provocando una tendencia de desaparición de los rangos medios. Existen los puestos de hiper especialización técnica ocupando la tabla más alta de percepciones y los empleos poco especializados o generales, sobre todo del sector servicios en donde el salario no alcanza a cubrir las necesidades básicas de alimentación, salud y vivienda.

-Del Estado benefactor a la casta burocrática nobiliaria-

El sistema de trabajadores del Estado ha generado otra clase privilegiada, en parte por la reducción del papel de este en favor de la regulación del mercado y en parte por el principio estamental de la sociedad mexicana, incluso latinoamericana.

Al renunciar el Estado a la rectoría de ciertas esferas del ámbito público en favor del capital particular, reduce los espacios de la burocracia y en los espacios que aún administra hay una fuerte tendencia a implementar un sistema de herencia para ocupar los puestos laborales, lo cual al prevalecer generacionalmente va convirtiendo al aparato burocrático estatal en una instancia que se regula a través de códigos que se parecen más a las de una corte aristocrática, la vida de los sindicatos estatales toma más sentido como la historia de dinastías familiares que operan para que el nicho de condiciones sustancialmente favorables, inexistentes fuera de ese ambiente, no sea invadido por individuos extraños a los lazos parentales o amistosos de las mismas personas que pertenecen a él; con la salvedad de los sujetos que sean insertados por voluntad del rey, es decir el Ejecutivo del momento o sus ministros.

En lo formal se podría argumentar que todos los pertenecientes a los sindicatos del Estado siguen siendo trabajadores, pero las condiciones de la mano de obra en el capitalismo salvaje actual, incluso la que se auto explota como los conductores y repartidores de plataformas digitales (Uber, Didi, Bolt…) está mucho más pauperizada, es muy inestable y tienen prestaciones prácticamente inexistentes. Se da la paradoja de que un trabajador de la esfera pública y uno de la iniciativa privada puedan tener la misma percepción económica, pero por cuestión de prestaciones y derechos una crisis de salud se presentará como un problema para el sindicalizado estatal, pero para el trabajador privado puede representar el colapso de su economía y el de sus allegados si los tiene.

Y todo esto habrá quien lo explique bajo el argumento de una supuesta virtud de parte de las personas que logran pertenecer a ese sistema privilegiado, o incluso quien ofrezca una salida airosa con el discurso tan vendido de los supuestos meritocráticos del sistema capitalista que es aplicado sólo por mimetismo al ámbito gubernamental.

-La ficción de la meritocracia-

Las sociedades capitalistas han generado históricamente -y asumido- el discurso meritocrático, la creencia de que la diferencia entre las personas beneficiadas del sistema que acumulan bienestar y riqueza tiene un factor predominante de esfuerzo individual y características sobresalientes de tipo personal como la inteligencia, el talento, habilidades específicas, el esfuerzo o incluso el arrojo ante los riesgos.

Esta idea tan arraigada es más una necesidad mental para justificar sin remordimiento las desigualdades absurdas que el sistema alimenta, la idea de la excepcionalidad como justificación de la extrema desproporción en la distribución de los recursos no se sostiene en la realidad.

En un estudio encabezado por Alessandro Pluchino, realizado en 2018 con otros investigadores en la Universidad de Catania en Italia, construyeron un modelo matemático que aplica las variantes que intervienen en una sociedad para que ciertos elementos acumulen riqueza y otros no. De forma básica partieron del hecho que la distribución de cualidades en los humanos da como resultado una distribución gaussiana, es decir: la mayoría de los individuos de una población tendrán cualidades que se encuentran en una variación que no se aleja mucho de la media, incluso los más excepcionales no se alejan tanto como para justificar las desproporciones que se observan en la concentración de riqueza, la cual presenta en la sociedad una distribución correspondiente a la ley de potencias (Ley de Pareto).

Explicándolo llanamente, la altura en los humanos puede variar desde los 1.40 mts. de alguna mujer en Guatemala a los 2.20 mts.  de un varón en Países Bajos, pero si tomáramos esta cualidad (podría ser cualquier otra) como referente para asignar la distribución de riqueza entre las dos personas en nuestra sociedad el resultado no sería proporcional a los ochenta centímetros de diferencia, sino a algo más a parecido a la diferencia de una hormiga con un edificio. Y el estudio no sólo descubre esa desproporción, también que la concentración de riqueza no recae en el más alto, nuestro hombre de 2.20 de altura (siguiendo con la analogía), sino en algún sujeto de 1.75 mts. que por casualidad fue elegido.

Es decir que las personas más desproporcionadamente beneficiadas de nuestra sociedad ni siquiera son las más excepcionales, para sumarle a esto las simulaciones del modelo matemático determinan que muchas de las variantes para que sólo unos individuos sean beneficiados por el sistema son aleatorias, es decir que es pura suerte.  La meritocracia es una falacia para seguir concentrando el 80 por ciento de los recursos en el 20 por ciento de una población que solo tuvo suerte y que sostienen el esquema a base de un cuento de hadas.

Fuente: https://arxiv.org/pdf/1802.07068.pdf

-Perspectiva-

No veo en el horizonte actual para el país, un movimiento civil o político que haga conciencia de las condiciones de los problemas actuales de la mayoría de la población desintegrada de la misma sociedad a la que pertenece. El clima de falta de expectativas de la mayoría de los individuos no está siendo abordado por ningún discurso público, mucho menos por los protagonistas de las elites políticas o empresariales, también se proyecta el pensamiento anacrónico que permea entre estas.

Se observa para el próximo cambio de gobierno federal una homogeneidad de ideas disfuncionales, ya aplicadas en distintas variantes en todo lo que va del XXI y que probadamente no han provocado cambios sustanciales. Las propuestas se detienen en la parafernalia, llevando el discurso a lo meramente anecdótico: Quién usa un huipil, Quién robo, Quién es su amigo, A quién le debe, Cómo habla… No se exponen ideas, incluso parecería que todo el aparato de poder público vive en otra realidad temporal en la que el sentido de urgencia y angustia por la compleja realidad actual no está presente.

Parece que nuestro próximo proceso electoral se llevará a cabo en el país de Barbilandia, se hace sólo política cosmética para un país de a mentiritas.  

ANDO POR LA PLAZUELA

La operación de reconcentrar el poder de la Unión en el Ejecutivo, sujetando a la voluntad de este las decisiones que competen a la esfera del Legislativo y el Judicial, no se completó de la manera que esperaba el grupo que llegó a la administración federal en 2018, pero alcanzó a acotar la independencia de aquellos. Lo que sí logró el Ejecutivo fue recuperar control total sobre áreas a las que se les había dotado de cierta independencia administrativa y presupuestal a través de organismos autónomos o descentralizados. Vamos, que detrás del eufemístico “mandato del pueblo” se esconde un mal disimulado y seudo monárquico “el Estado soy yo”.

El objetivo completo no se cumplió y dadas las circunstancias no se concretará; tuvieron en el primer trienio de este gobierno todo para realizarlo, pero el común narcisismo de quien llega al poder y lo cree eterno obró en su contra; creyeron que lo harían después utilizando el tiempo en medir vanidades: el nuevo rico se abstrae en primera instancia en probar sus juguetes nuevos.

La clase en el poder que llegó con las banderas de la izquierda adolece de agudeza y profundidad intelectual, tiene incluso gestos de desprecio hacia el mundo de la cultura y el conocimiento e intenta llenar su falta de entendimiento con una especie de neoindigenismo y tradicionalismo nacional kitsch, gusto que atribuyen a ese impreciso ente que llaman pueblo, que viéndolo con cuidado es una forma de proyectar la profunda convicción de que sus interlocutores no tienen mayor dimensión mental que la de una cabra.

Bajo estas circunstancias, no es extraño su fracaso en el intento de trasmitir la idea de una nueva etapa o era en el devenir histórico nacional (cuarta transformación), que implicaría renovar los códigos lingüísticos y referentes simbólicos en su actuar público. Su fallido intento genera una clase política desgarbada y errática al momento de comunicar, los más avezados intentan hacer pasar su incapacidad de comunicación política con el sincretismo barroco del régimen nacional de los años setentas, mientras otros le apuestan a una supuesta sinceridad frente al auditorio, lo que en términos llanos es explicar que se la pasan improvisando y lo que transmiten es desorden, lo que es fácilmente transferible como característica de su ejercicio de gobierno.

La intención de rehacer los símbolos políticos se desbarranca al punto de llegar a revivir el ritual de la unción del elegido en la sucesión presidencial, uno de los más álgidos momentos del poder según el régimen nacional de finales del XX, usando un objeto sin referencia nacional, artificialmente prehispánico, intercambiado entre un mestizo español y otra criolla judía-española, si se le da lectura desde la perspectiva autóctona que ellos están ofreciendo. Entre esas cuatro manos, fuera de la cultura nativa que género el símbolo-objeto no es un bastón de mando, es un palo adornado con bisutería. Entonces la narrativa se completa en la operación de un régimen que concentró el poder del Estado (no en la medida que se quisiera) para transmutarlo en un palo.

-Ellos se van del PRI, pero el PRI no se va de ellos-

Como membrete de publicidad al grupo en el poder público federal invocar al PRI como su adversario les ha traído altos réditos electorales y de posicionamiento público, un elemento diferenciador de algo que la mayoría del público supone malo. Aprovechan la inercia irreflexiva de la publicidad, estrategia muy valida pero que esconde la incapacidad de la clase gobernante actual de desprenderse de la matriz cultural de ese partido.

Hacía mucho tiempo no veía tan pleno al titular del Ejecutivo federal como en el último informe del Gobernador priísta del Estado de México. Y es que Atlacomulco sabe hacer eventos para complacer a un rey: la logística, la estructura, el boato del poder en sus máximas formas, ni un elemento fuera de lugar, hasta el último faro de la iluminación enfocado en la figura principal, el maquillaje matizado de forma perfecta, la escenografía, los extras, desde el más refinado al más humilde asistente dispuesto a complacer y celebrar el más mínimo atisbo de la voluntad presidencial.

Y es que el presidente recuerda y añora la matriz que le dio sustento, no sólo económico sino intelectual, sabe que inclinar la cabeza ante los del Estado de México y los priístas con los que se hizo y gozó, no es el simple hecho físico de agacharse: es el acto metafísico de inclinar el espíritu ante quien deciden mejor que ellos. Para agacharse está cualquiera de los compañeros y camaradas que trae comiendo de su mano ahorita, pero los sobones sin gracia al final terminan cansando. Es mejor para el ánimo sentirse señor de señores que domador de bestias y para mover el abanico de esa forma no cualquiera.

De lo que llaman PRI se pueden ir los que usted quiera, que al fin y al cabo terminan construyendo Morenas, Movimientos ciudadanos, Petés, Perredés… El verdadero asunto es quiénes han estado; no veo en los actuales partidos un Torres Bodet o un Reyes Heroles, no me voy más atrás para no hacer más enana la perspectiva actual. Lo complicado no es hacer o irse a otro partido, sino generar toda una cultura alrededor del poder para hacerlo funcional hacía el sistema social que lo sostiene y para eso no es suficiente el ejercicio de gobierno, es necesario también la construcción paralela de significados que cobren sentido en la realidad, labor que a la élite política actual le quedó enorme.

Vamos, que Morena cumplirá -tal vez- 2 periodos en el gobierno federal y después estará por verse qué otra variante del legado político priísta nacional, con qué color y siglas, tomará el poder público de este país, adicionando elementos de la moral de moda en turno para entonces. Mientras la sociedad mexicana no genere los elementos para un cambio de comportamiento y usos políticos, el lenguaje y símbolos que sostienen el discurso y la práctica del poder público en México serán, como hasta ahora, los del legado construido en el discurrir histórico de la época revolucionaria institucional.