TEATRO CASA DE LA PAZ, LAS HISTORIAS DE UNA HISTORIA

Por Ronaldo González Valdés

El libro Teatro Casa de la Paz. Mudanzas en el tiempo (UAM, México, 2011), del actor e investigador teatral Sergio López Sánchez, es una historia de historias. En rigor, por lo mismo, del autor se debe decir con corrección que más que un investigador teatral (o además de un investigador teatral) es un investigador de la cultura.

Y así se desgranan y tejen en el relato las historias de familia, personajes, épocas, atmósferas políticas, sociales y culturales. Por eso este ensayo es apto para (casi) todo tipo de lector, y no sólo para el interesado en el teatro y sus peripecias.

Quien les habla es sociólogo de profesión y, hasta donde ha podido, de oficio. Y créanme que la lectura de Teatro Casa de la Paz…, ha resultado, también desde la inquietud sociológica, una gratísima sorpresa, una muy gratificante revelación.

A Sergio López se le nota el oficio adquirido después de varias entregas de historia del teatro (o de los teatros) en México. ¡Cómo no recordar su investigación pionera sobre nuestro mazatleco teatro Ángela Peralta!, para sólo recordar uno de sus estudios.

Igual que ocurrió con éste, el caso de la obra que nos ocupa, aborda la historia de un espacio físico desde sus más diversas perspectivas. En él confluyen, de esta manera, los temas de la familia Prieto, creadora del primer antecedente del Teatro Casa de la Paz, los cambios de vocación del espacio (desde el cinematógrafo con su “¡Cácaro!” fundante y fundador, pasando por el Centro Deportivo, el estudio fotográfico, el Teatro Ariel, el Teatro de la Paz, hasta el actual Teatro Casa de la Paz), junto con la recreación de los climas culturales y políticos de, prácticamente, todo el siglo veinte mexicano.

Esta investigación es eso y más: es también una historia breve, engarzada, sabrosa, de la colonia Condesa, de la Roma y del barrio de El Toreo, de sus orígenes y viscisitudes humanas, físicas, históricas.

Es la historia política de las pugnas entre las diferentes facciones posrevolucionarias que obligó al destierro de tres de los hijos de don Jorge Prieto Laurens debido al acoso obregonista.

Es la historia de una parte muy significativa, y en verdad poco conocida, de las definiciones diplomáticas del México moderno. La que tiene que ver con la vocación internacionalista, solidaria y pacifista del Estado mexicano, particularmente durante la presidencia de Adolfo López Mateos, de donde, como se sabe, le viene su nombre al espacio escénico: Casa Internacional de la Paz, con el impulso determinante de un personaje hasta hoy poco justipreciado de la promoción cultural en el país: el Licenciado Miguel Álvarez Acosta, fundador del Organismo para la Promoción Internacional de la Cultura (OPIC), del cual dependía nuestro teatro.

Junto con ello, es la historia también de las tensiones entre la libertad creativa, el derecho a la expresión artística y la censura y la intolerancia que todavía entonces pervivían como prácticas más o menos regulares de los gobiernos. Marcadamente, Sergio se ocupa del caso del regente del DF Ernesto P. Uruchurtu, de triste memoria por más de una razón, la menor de las cuales no fue (y no es) su persistente tentación autoritaria.

Con todo, el Teatro Casa Internacional de la Paz, fue siempre un lugar en que se respiraba un clima de distensión y respeto por la creación estética. De esto dan cuenta las adaptaciones y montajes, para sólo mencionar a uno, de autores y directores tan heterodoxos como Alejandro Jodorowsky.

Curiosamente, como deja constancia muy puntual Sergio López, cuando ocurre el movimiento estudiantil del 68, soplan simultáneamente los vientos de una hasta cierto punto sofisticada tolerancia estética en la Casa de la Paz y los cuatro teatros del mismo nombre puestos en funcionamiento para esas fechas, al tiempo que el huracán de la intolerancia represiva arrasaba con la protesta juvenil que demandaba sólo libertades democráticas básicas en aquel sangriento octubre en Tlatelolco.

Cito a nuestro autor, a propósito de la relación de una vocación diplomática de tolerancia y reivindicación de la paz entre los pueblos con la creación de las casas de la Paz, y su némesis terrible en la práctica represiva del gobierno. Dice Sergio: “Miguel Álvarez Acosta había descrito la Torre de la Secretaría de Relaciones Exteriores –diseñada y proyectada por el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez- como ‘el árbol de la paz, que habita en el señorío de Cuauhtémoc’.  De esa torre había salido el Tratado de Tlatelolco, por el cual los países latinoamericanos se comprometieron a no usar la energía nuclear y por el que Adolfo López Mateos fue candidato al Premio Nobel de la Paz. Ahora, a la sombra de esa misma torre, manos mexicanas regaban sangre mexicana”.

Esta es la historia de varias fascinantes historias entreveradas. Es la historia de un salvamento entrañable de los hermanos Prieto Laurens a cargo de Lupe Rivas Cacho recurriendo a argucias de actriz redomada y de solidaria vecindad; es la historia de todos los muchos y diversos personajes que habitaron el Cine, el Club Deportivo, las tardeadas juveniles, los teatros Ariel y Casa de la Paz, o de quienes tuvieron que ver con sus sucesivas transformaciones: desde Ignacio López Tarso, los después presidentes de la República Luis Echeverría Álvarez y José López Portillo, Amalia Mendoza La Tariacuri, Javier López Chabelo, Antonio Espino Clavillazo, Guillermo Rivas, Andrés Soler, Aldo Monti, Óscar Ortiz de Pinedo, Agustín Barrio Gómez, Celia D´Alarcón, la propia Lupe Rivas Cacho, Ludwik Margules, Juan José Catalayud y su jazz con sus quinientas representaciones (o más, porque no me acuerdo), hasta Rafael Tovar y de Teresa y Carlos Montemayor ya en el proceso de adquisición del Teatro para la Universidad Autónoma Metropolitana, aunque la lista se puede prolongar varios párrafos más.

Pido permiso, por último, de cerrar este comentario con las palabras inspiradas de Don Miguel Álvarez Acosta al describir La Casa de la Paz:

 

Digamos la palabra de la abeja.

Necesita el hombre

creer en sus palabras,

en sus siembras,

en el amor entusiasta,

y hacer con esas voces

una bella plegaria.

¡Qué mejor plegaria, digo yo, qué mejor homenaje para la paz, para La Casa de la Paz, que esta obra extraordinaria que nos entrega esta noche nuestro querido y admirado amigo Sergio López!

 

Felicidades Sergei, gracias y buenas noches.

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