Víctor J. Pérez Montes
Si ya conozco el camino, pa´que voy a andar acostado
Si la libertad me gusta, pa´que voy a vivir de esclavo
Elegir yo siempre elijo, más que por mí, por mi hermano
Facundo Cabral
Capítulo III
Era mi segundo trabajo en una empresa, pero a diferencia de la “Casa Colorada” en éste tenía que atender a tanta gente, era como las olas del malecón, que se agolpaban cada semana por su pago, desde los más desarrapados hasta los más catrines y, sin dejar de mencionar a las distinguidas mujeres que posaban con sus ropas lujosas a las oficinas de la administración.
A menudo me preguntaba cómo era posible que tanta gente llegara, hiciera lo que tenía que hacer, y que de momento no veía los resultados, pero que a la larga, esa enorme masa colosal llamada planta termoeléctrica empezara a dar muestras de una enorme expresión de progreso y modernidad que en aquellos lugares empezaba a erigirse.
Lo más curioso, era que ni color me había dado, como siempre Chale me había invitado porque un vecino de su abuela le había comentado que en esa fábrica se iba a utilizar mucha gente, sin importar si sabían trabajar o no, lo que requerían era que quisieran trabajar.
Recuerdo que en realidad no iba muy convencido y además, parecía que estaba en el fin del mundo, el poblado más cercano era el Castillo, y eso sin mencionar, que era un conjunto de casuchas y una pequeña tienda que de Cocas y Pan no salía, esto lo comento porque en una ocasión que llegamos a ese lugar, Rutilio Peraza, uno de los capataces de la obra vivía en ese poblado y su esposa era la dueña de la tiendita del poblado.
Para colmo de males, ni ganas tenía de ir, recuerdo que Chale, casi casi me rogaba para que lo acompañara, ¡Ándale cabrón, acompáñame, no seas mala riata!”, “Sí no es porque no te quiera acompañar, es que no quiero dejar sola a la Conchita”, “pinche mandilón, pos que le va a pasar a la Concha, pues!”, a lo mejor nos consiguen chamba y ya nos dejamos de andar de perico perro, ¡no seas pendejo güey!”.
Esas palabras me habían dejado pensando, pues eran verdad, ¿Qué podría pasar?, ¡ni que me fuera a morir! En fin, todo parecía decidido. Le hice caso al Chale, y nos arrancamos de raite con un vecino para ver que era esa famosa fábrica.
Pasamos la famosa Sirena, un poblado de casas que emergía de unos terrenos pantanosos, en Mazatlán le llaman marismas, era algo así, como un conjunto de casas maltrechas con un toque de pobreza lastimera e indignante. Algo que daba pena y que nunca había observado en mi vida, pero esta imagen tenía un fondo que contrastaba al máximo, una escenografía natural con olor a sal y olor típico de la costa, ese olor que penetra en los huesos y que hace reaccionar hasta el más impávido ser.
El mar, con sus propios encantos naturales que se pudiera uno imaginar, daba ese contraste de miseria, pero, a la vez de riqueza exuberante que solo en esos rincones se pudiera observar. De aquellos suburbios maltrechos salían sombras maltrechas, enjutas desde las partes más bajas de la carretera, con su ropa roída por la suciedad y el polvo de la construcción, haciendo señas con su mano y silbando, en actitud de súplica por un “aventón” a esa construcción, que la gente llamaba “la Termo”.
Por fin llegamos, tuvimos que caminar unos 15 minutos nos recibió una secretaria, muy guapa, atenta y con un lápiz y una libreta en la mano: El ingeniero Díaz-Rubio, los atenderá a la primera de oportunidad, por favor tomen asiento y yo les llamo cuando esté listo para atenderles muchachos, bueno, algo así nos comentó, recuerdo que Chale y yo nos esforzamos mucho por “esconder” nuestra poca educación o refinamiento, tendríamos un chance de agarrar la chamba, pero, ¿de qué chamba queríamos agarrar?, ni yo sabía de qué, todo parecía ser una de esas pinches ideas del Chale, pero, ahí estuvimos esperando.
El reloj de la sala cuando llegamos marcaba las 9.05 am, en esos precisos momentos cuando volví a mirar el reloj, ya marcaban las 2:15 pm, recuerdo haber visto a la secretaria salir y regresar como a las 12:00 pm y regresar no sé cuántas horas más, pero aquello era una prueba de aguante y paciencia.
En ocasiones me paraba o me movía un poco, en ese asiento un poco reducido, para el tiempo que se tenía que esperar, por otra parte Chale se había salido en repetidas ocasiones y de repente se metía y me preguntaba: ¿ya llegó el Inge?, sólo movía la cabeza en señal de negativa, aquello en verdad era una prueba de aguante y paciencia, mucha paciencia.
Y cuando todo indicaba que toda la paciencia y el esperar por un largo tiempo, había sido en vano, se abrió la puerta y se escuchó una voz firme y con tono que inspiraba respeto: “dígale a los chavos que pasen”, de inmediato, la secretaria, con postura solemne nos indicó: El ingeniero Díaz-Rubio los espera. De inmediato nuestros rostros mostraron alivio.
La oficina era amplia, con alfombra, un gran escritorio de nogal al fondo, la foto de una persona al fondo con una banda de la bandera nacional en su pecho, parecía que vigilaba la escena. El ingeniero con toda amabilidad nos indicó: Por favor muchachos tomen asiento, esto así es, creo que tiene mucho mérito el esperar toda la mañana, pero ustedes dirán, ¿en qué les puedo ayudar?
El Chale, con toda solemnidad, sin ser obsequioso y sin llegar a ser seco, les expuso nuestras inquietudes: Ingeniero, pues, ¡queremos trabajar! Y la verdad, nos urge la chamba, en lo que sea, queremos ser útiles, pero a la vez, queremos aprender.
No sé todavía sí fue la franqueza del Chale, la cara de perdidos que teníamos en ese momento, o si de plano, en ese día quién sabe dónde andaba el Diablo, pero el Ingeniero lejos de molestarse, soltó una carcajada de sorpresa, asombro, pero también de compasión. ¡Entonces les urge la chamba! –Dijo el Ingeniero con cara de sorpresa- me parece perfecto, ojalá hubiera más como ustedes que me pidieran “chamba” y no otras cosas.
En esos instantes, el ingeniero, sacó del cajón 2 tarjetas de presentación, y empezó a escribir al reverso, “el portador de la presente, está autorizado para empezar a laborar de inmediato, firma Ingeniero Díaz-Rubio”. Nos las entregó y nos dijo lo siguiente: Por favor, preséntense el próximo lunes aquí con mi secretaria, ella les dirá a dónde acudir, ¿tienen alguna duda?
De pronto, levanté la mano y le pregunté: Oiga, Ingeniero ¿Tenemos que traer nuestro lonche?, sonrió muy amablemente y me respondió: Sí gustan, aquí hay un comedor, que es muy económico para los trabajadores de la obra, se les dará un gafete con el que les harán el descuento de la comida, ¿alguna otra pregunta? ¡Ninguna ingeniero!- respondimos al unísono-.
Salimos con una sonrisa de oreja a oreja, no lo podía creer, teníamos un trabajo, ¿De qué?, ¿Quién sabe?, pero algo sabía, algo mejor nos depararía el futuro, algo me decía que cambiaría nuestra suerte, habría mejores oportunidades, bueno, hasta ese momento eso quería yo pensar.
Regresamos a nuestra casa, hablé con la Concha, y no de muy buena gana recibió la noticia. ¿Cómo que vas a renunciar? –Me cuestionaba con tono de reproche y enojo-, ¡Mija!, ¡ya conseguí algo mejor!, recuerda que te prometí llevarte a Guadalajara, de vacaciones en la Navidad, o ¿Ya no quieres ir?
–Pues sí, pero me da miedo no tener para la lechita del niño y que tengamos que andar pidiendo fiado con Doña Fany, y ya sabes que es muy carera y le gusta andar anotando cosas que ni compramos, pero, si tú crees que vas a salir todo bien, yo te creo.
Me dio un beso y me abrazó, en ese momento Pedrito empezó a llorar, nuestro bebé tenía 4 meses, y bueno, creo que fue una muy buena idea. Las cosas empezaban a acomodarse, por alguna cosa, sentía nuevamente ese sentimiento de aventura, de zozobra por descubrir nuevas emociones, y sobre todo, conocer nuevas cosas por hacer.