Lo Único que me Faltaba

            José Luis Perales es uno de esos cantantes que batalla para caerle mal a alguien; bien aceptado hasta en los círculos serratianos, cuenta en México con un ejército de seguidores muy amplio, principalmente mujeres. Perdón, quise decir mujeres maduras. Perdón, quise decir mi mujer y sus amigas.

Para mi buena suerte, el cantante acaba de presentarse este jueves pasado en Hermosillo, y digo para mi buena suerte porque el viacrucis ya acabó. Al menos para mí. Desde enero supe del concierto por boca de mi mujer, pues parte de su clica se organizaban para asistir.

¡Que joda!

Para empezar, el viejerío, que con el pretexto de un taller de artesanía en bule, suele reunirse los sábados en el humilde jacal con alberca de un servidor,  puso un pizarrón enorme donde se leía “ya faltan tantos días para que vendan los boletos”, y que después cambió a “ya faltan tantos días para oírlo cantar”; el letrero es lo de menos, lo malo es que desde inicios de año, en todos los hogares de las indiciadas tuvimos que soportar una retrospectiva a todo volumen de la discografía del español, que hasta eso no es malo pero tampoco da para tanto. Lo único que me ayudo a sobrellevar esa tortura fue la negociación que hice con mi tesoro: está bien –le dije, cuando me pidió permiso-, tú te vas a Hermosillo con tus amigas a ver a Perales, y yo me voy junto con el Gerardo Osornio a ver al Franccesco. Me dijo que sí.

¡Yupiii!

Hasta eso, no cabe duda que eso de la equidad de género es una tontera, pues nada más diferente que los hombres de las mujeres y viceversa: aquí donde me ven, mi grupo no movió un dedo para preparar nada con miras a la presentación de nuestro ídolo, aquellas en cambio hasta una manta llevaban, que para buena fortuna no expresaba de qué lugar del mundo iban quienes la portaban. La manta de la ignominia, le puse yo, pues de qué otra forma se le puede decir a la leyenda que pergeñaron una bola de culichis cricas: ¡José Luis, hazme un nieto!

Ya me viera.

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