DOS A LA SEMANA

CRÓNICAS DEL GRAN TIEMPO

Jorge Eduardo Aragón Campos                                  jaragonc@gmail.com

Mi padre se llamaba Jorge Aragón Gutiérrez y le decían “el cochalá”, pues a todo el que lo quería escuchar le presumía haber nacido en el mero Cosalá; no voy a decir que era el hombre con más güevos que yo haya conocido, porque no lo fue, pero al igual que muchos de su generación, tenía un sentido de la rectitud que no admitía graduaciones; traía en sus genes la marca de los que nacen en la sierra sinaloense, donde ser hombre es lo  mismo que estar embarazada: ¿Estás o no estás? ¿Eres o no eres?

Dos anécdotas buenísimas de él, la primera la supe por boca del padre de los Almaral (QEPD), que fuera gran amigo suyo, por lo tanto compañero de vagancias y que atestiguó un juego de póker en el Hotel Rosales; era un miércoles y pasaba de la medianoche (nunca entendí el énfasis del miércoles), jugaban el “rabias” Espinoza, otro más -cuyo nombre se volvió polvo de olvido-, un jefe policiaco de apellido Leyzaola -sí, ese mismo- y mi papá, que desde que iniciara la mesa temprana la noche, monopolizaba la suerte disponible en todo el establecimiento porque llevaba ganadas prácticamente todas las manos; achispado además por la bebida, sus carcajadas y sus pendejadas tenían en fiesta a los demás, salvo los otros tres jugadores que, víctimas de la bien ganada fama que tuvo en vida “el cochala”, como uno de los más despiadados e imbatibles carrilludos de este pueblo, reaccionaban los otros dos con miedo, al ver cómo a Leyzaola se le iba agriando la expresión ante el festín burlesco del imprudente, hasta que explotando y llevando la mano a la cintura después de haber arrojado una tercia de ases y un par de reinas sobre la mesa, con voz fuerte, no gritando, con esa firmeza propia de los que ya tomaron una decisión, dijo  pues ahora sí cabron, nomás para que no digan que te maté por envidia. Mi papá se volvió hielo, abrió la boca con estupor mientras subía y bajaba la cabeza, llevando la mirada desde las cartas hacia la mano desenfundando y de ahí al rostro del matón, hasta que le grita ¿Ah sí? y poniendo su juego encima del otro ¡Pues primero vas a tener que matarme este pokar de reyes! Al ver los cuatro reyes que pareciera también se burlaban de él, Leyzaola sin titubear mucho soltó la risotada y le grito ¡Inche cochalá, everas no pagas un tiro ijoelachingaa!

Lo que trato de ilustrar con la anécdota, es el momento histórico de nuestro estado cuando se disparó la migración de los pueblos sierreños hacia las ciudades de los valles, atraídos sus habitantes por la fiebre del oro verde agrícola, que tuviera su disparo de arranque con el inicio de la construcción de la presa Sanalona y cuyos ecos atraerían gente de todos los continentes, convirtiendo esta tierra en un crisol donde acabaron fundiéndose lo mismo chinos que griegos, japoneses, alemanes, franceses, españoles… estaba en pleno un proceso del cual surgiría el temperamento de una nueva forma de sinaloenses, es decir nosotros, los que hoy nos ostentamos como tales.

La otra anécdota ocurrió mucho después y ya me tocó a mí, pero por motivos de espacio se las entrego en el próximo número de Radio UAS Tierra.

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