¿Feliz Navidad?

¡Que bonita familia¡…pero, ¡Que bonita familia!

Pompin Iglesias

¡Feliz Navidad! Era el saludo con el que Carmen –la tía chismosa y que con cara de lárguense no los quiero ver, recibía a los recién llegados de otra ciudad. Pero ¡Que grandes están tus hijos!, pues, ¿Qué hace que no venían por acá?, sorprendido por la estúpida imprudencia de Romina, Carlos respondía, con una actitud de me importa un bledo lo que opines y haciendo gala de histrionismo, pone una cara de gusto y responde políticamente: Ya va para 1 año…exactamente 1 año, ¡Cómo pasa el tiempo!, ¿No?

Una vorágine de ruidos y gritos nivel manicomio pasan de lado a lado por toda la casa, desde gemidos, lloriqueos y ruidos por berrinches infantiles y los clásicos gritos maldicientes por llamar la atención hacia las ocurrencias de los más pequeños, es el ambiente que reina en esa casa. ¿Con qué pretexto se forma todo esto? El ideal: El regocijo decembrino.

De pronto, un grito mayor: ¡Saquen ese pinche pavo del horno¡ ¿Qué no huelen que se está quemando?, ¡Parece que no les dije que estuvieran pendientes, hijas de la chingada…¡Sólo vienen a tragar con toda su bola de plebes!  ¡Bola de cabronas! Rezaba de manera profunda la abuela de la casa

En el patio trasero, se escuchan una ráfaga de cuetes, cuya estridencia hacía correr a todos los niños que estaba jugando en el lugar; los perros aullaban de miedo, y con mucha razón, el pánico hacia esos ruidos y las luces exageradas,  producían a los caninos movimientos rápidos y torpes que los hacían correr de un lado a otro.

Eso sí, el patio estaba perfectamente barrido y regado, por lo que dejaba en el ambiente un aroma campirano de tierra húmeda, anunciando la festividad. Las banderitas de colores rojo, amarillo, verde y rosa fucsia y las extensiones de pequeñas luces titilantes, iluminaban la tarde que poco a poco empezaba a dar muestras de la bella, pero espesa tiniebla nocturna.

Emilio –el sobrino mayor de los niños en la casa, de aproximadamente 10 u 11 años- era uno de esos niños abusones que le gustaba quitarle los juguetes o los dulces a sus primos menores, era una especie de rufián pequeño, que nunca se supo exactamente quién fue el padre de ese chamaco, pero, la madre –Berta- era la hija menor, la clásica madre soltera, que sus prioridades eran todas menos su hijo Emilio.

Regresando con nuestro pequeño rufián, Emilio empieza a abrir los regalos que estaban en la parte baja de la higuerilla pintada de blanco y arreglada con el clásico y decembrino pelo de ángel y las lucecitas en forma de chile jalapeño que brillaban en todo su esplendor, obviamente tales regalos no pertenecían a él, pero, como ya lo mencioné, era su forma de llamar la atención que nunca recibió de su madre.

A la distancia, está Federico o kiko, el tío solterón y amargado que nunca se casó y que pretendió tener una eterna novia, que por supuesto, no le quiso hacer segunda en su prolongado single life style – estilo de vida solterona, para que me entiendan, ¡pues!- y claro que después de 5 años, lo mandó a volar, y por supuesto, éste codiciado solterón, no buscaba quien fuera el culpable, sino quien se la pagara, y en esa tarde, Emilio fue la víctima.

¡Chamaco cabrón! ¡Deja de robarte los regalos!, gritaba Federico con verdadera rabia y enojo –por supuesto que no infundado por la canallada de nuestro pequeño rufián- y como un lince que se lanzaba a su presa, empezó a corretear a nuestro amiguito demoniaco, ¡Párate chamaco pendejo! ¡Te va ir peor sí sigues corriendo! Emilio sólo gritaba: ¡Mamaaaaaá! ¡Mi tío me quiere pegar y no sé por qué! Ya se imaginarán la escenita.

De pronto, la madre llega como si cayera del cielo, con aires de madre defensora de su retoño – muy retorcido por cierto-, se planta a mitad de la sala y con voz fuerte echa el grito de batalla: ¿A quién le vas a pegar pinche Kiko solterón amargado?, Federico, sin más que argumentar le grita: ¡A tu pinche hijito cabrón! ¡Y vale más que te quites, porque sí tú no le pones gobierno, yo se lo pondré!

De repente, los dos hermanos se agarran a trompadas, aquello era todo un espectáculo digno de la AAA, ahora sí, que se había armado la de Satán. Por fin, se dijeron de todo: Madres, padres, sapos culebras, arañas y alacranes, en fin, habían transformado aquel ambiente en tan solo unos minutos de Navidad a Halloween.

Por fin se tranquilizaban las cosas. Federico se recluían en el cuarto al fondo de la casa, claro está, con la cara llena de aruñones y uno que otro puñetazo en la misma;  y Berta se iba de la casa, nada de extrañar, nunca pasaba la Navidad en familia, eso sí, a su hijo lo dejaba encargado con unos vecinos de enfrente, todo para que no se perdiera la compostura de madre desobligada e irresponsable, nunca al cuidado del retoño por ella misma, como diría mi abuela: ¡Fachada de madre era esa pinche vieja!

En otro cuarto de la casa, la plática trivial de empezar a presumir los triunfos familiares:

-Oye Cuquita, ¿Cuánto le falta para terminar la carrera de medicina a la Marlén?

-Pues a la niña, le faltan solo 2 años y después que se aviente para lo de su especialidad, ya lo dije, nada de andar con noviecitos, no le vaya a pasar como a la Lolis, que ya para terminar se apendejó y salió con su domingo siete y no pudo irse a la especialidad.

-Pues pónganse truchas, porque la vi llegar con un plebe prieto, y ya no vi para dónde jalaron, ¿A poco tiene novio? ¿Qué no muy seriecita y estudiosa la niña?

Sin más ni más, como resorte se paró Cuquita y como loca empezó a buscar a su retoño virginal, no vaya siendo que le pasara como a la otra susodicha y en la ¡múcara macara títere fue!

Pues en el cuartito de la lavadora los encuentra Doña Cuca, a su bien amada y exaltada niña y en efecto, estaba con el plebe prieto lleno lujuria y pasión, casi completando el pleno acto pasional, lleno de desbordados besos y lujuriosas caricias, de esas que sí estás en el polo norte, de pronto te sientes en pleno desierto, y como buena madre deshonrada, convertida en leona sobre la presa se deja ir contra el ladrón de la virtud de su querida y bien protegida casi galena.

-¡Hijo de la chingada!, ¡cabrón perro caliente! ¡Suelta a mi niña, sí no, te mato pendejo!

Aquel grito de batalla, era la expresión de odio, decepción, dolor, la viva imagen de ver copulando a su bien amada e inocente hija con ese terrible lobo rapaz, que ponía una cara de más que satisfacción en el acto mismo, era una puñalada terrible al orgullo inflado de los triunfos familiares y conquistas que esta madre soltera había obtenido al criar sola su hija al ser abandonada por su marido.

-¡Corre Fito!, ¡luego nos vemos en la facultad! Marlén con voz de preocupación y protección le decía a su amado. Fito ni tardo ni perezoso y con cara de que se le había aparecido el chamuco en calzones, aún con la camisa desabotonada y los pantalones abajo, como pudo y a tropezones, salió corriendo y ni buenas tardes dijo nuestro muy ponderado y regio galán.

Atrás de Fito, como la caricatura del Correcaminos y el Coyote, Doña Cuca con un cuchillo cebollero lo iba siguiendo, gritando a su paso: ¡Párate pinche Fito cabrón! ¡No seas marica cabroooon! ¡Párate pinche Fitooooooooo!

De pronto Doña Cuca, al ver que no iba alcanzar al Fito correcaminos, se detiene de manera abrupta y al voltearse corre sobre su hija y latoma de los cabellos y con fuerza descomunal, la mete al cuarto y los estridentes gritos de horror –por parte de Marlén-  empiezan a tornar el ambiente navideño en el macabro día de Muertos, lo bueno, que esos gritos de la cintariza épica que Doña Cuca le metió a su niña, eran ahogados por los cuetes que explotaban en la calle de manera serial y descomunal. Como dijeron los Beatles, eso fue la Noche de un día difícil.

Sin mencionar, que a la hora de repartir la comida, el tradicional pleitazo por la servida y repartida de la comida, en fin, todo un caso para que el INAH[1] hiciera un estudio antropológico extenso.

De pronto, la pareja que había llegado a ese manicomio, ¡perdón! -me dejé llevar por la emoción- A esa casa con excelente ambiente familiar, ambos sentados en la mesa, volteaban uno a otro, con cara de ¡vámonos ya!, yel esposo saca fuerzas de quien sabe dóndey le dice a su esposa: ¡Amor! Pues…se escuchará raro, pero, ¿Feliz Navidad?


[1] INAH: Instituto Nacional de Antropología e Historia

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