DOS A LA SEMANA ACERCA DEL VOTO NULO

UNA REVOLUCIÓN CULTURAL (DÉCIMA SEGUNDA)

Jorge Eduardo Aragón Campos jaragonc@gmail.com

Imagine que usted es dueño de una empresa de regular tamaño, ocupa contratar un gerente de entre un abanico de ocho aspirantes que atendieron su llamado; cosa curiosa, conforme van desfilando usted descubre que todos actúan igual durante la entrevista: en lugar de abundar sobre su experticia personal, sus éxitos anteriores, etc. cada candidato se dedica a hablar mal de los otros siete, a prevenirle a usted sobre los riesgos de que su empresa fracase si usted opta por cualquiera de aquellos, para documentarlo le muestran recortes de periódicos, testimonios de comadres, inserciones pagadas, etc. donde ponen a aquellos como resultado de un cruce entre el anticristo, Hitler y un cobrador de la Coppel. Por supuesto usted toma le decisión esperada: contrata al más barato, para que los daños que haga salgan menos caros.

Cómo qué no suena bien ¿Verdad?

El voto nulo no es nuevo, lo relativamente nuevo es plantearlo como parte del bagaje electoral, cuando su sentido original es como expresión de resistencia civil, un término que abarca un conjunto variado de alternativas que cumplen una función inmunológica, pudiéramos decir, de los sistemas democráticos inmaduros en su camino hacia la plenitud. Retorcidamente se le ubica como forma de lucha propia de la derecha, al menos aquí en México, pues debemos recordar que en la primera mitad de los ochentas, el PAN la ejerció para imponer en la agenda nacional el tema del respeto al voto, al ser el partido más afectado por los fraudes electorales; lo hicieron solos y ganaron; la izquierda en su mayor parte, abrazo la causa… contraria y para justificarse acuñó el fraude patriótico.

En ambos casos hoy no tienen cara, así que no comiencen.

Somos una democracia poposagüe si bien nos va: el voto se respeta desde hace apenas veintiún años, un lapso donde con claridad hemos presentado, como ciudadanía, una tendencia siempre creciente al abandono de lo social, una noción cuya asimilación requiere esfuerzo, para en su lugar hacer del mundo número, lo cual demuestra que la pereza intelectual tiene como primer efecto nublar el juicio. Siempre nos fijamos en lo que cuestan las cosas y no en sus resultados, de ahí que no sea novedad nuestro espíritu colaborador cuando proponen desaparecer organismos, fideicomisos, etc. Nos avientan una cantidad que nuestro nivel matemático todavía no concibe pueda escribirse y ¡Pum! ¡Qué lo borren del mapa! No se piensa en las consecuencias por no exigir y obligar que las cosas funcionen, porque supuestamente se obtiene un ahorro, cuando en realidad sólo renunciamos a una solución ¿Quieren les recuerde que ha pasado con seguridad, salud, educación, energéticos, telecomunicaciones…?

No sé si Demencia Colectiva siga vigente como diagnóstico, pero creo ilustra mi idea pues nuestro comportamiento respecto al proceso electoral actual encaja bien como patología: lo que insistimos en considerar las campañas políticas son cualquier cosa menos eso. Se trata de una cena de negros, donde todos los participantes compiten por demostrar quién es capaz de llegar más bajo, a la vez que se auto ensalzan como el demócrata más demócrata de democratilandia. No se trata sólo de Sinaloa sino de todo el país. Nadie tiene la entereza de llamar a la cordura de las partes, vamos a toda velocidad rumbo al desfiladero y nadie sugiere frenar, por el contrario todos aplauden y contribuyen para que aceleremos. Como si el ambiente nacional fuera ejemplo global de concordia,  los protagonistas políticos insisten en plantear que está elección es entre Dios o el demonio, es decir están en plan de todo o nada y por ende sugieren la disposición para en caso de derrota incendiarlo todo; de una forma u otra han roto con todas las formas y todos los modos, en eso están metidos el gobierno federal, los estatales, los municipales, el Presidente, los gobernadores, los empresarios, los narcos, los gringos, los rusos, la directiva de la Sociedad Mutualista de Occidente… además lo hacen como si en verdad fueran capaces de mantener el proceso bajo control, como bien se demuestra en la participación cada vez más abierta y más descarada de grupos criminales: en lo que va del proceso electoral, son más de ochenta políticos asesinados, treinta y dos eran candidatos. La violencia política tiene carta de naturalidad y como respuesta avivan el fuego para seguir jugando a los aprendices de brujo.

Lo que estamos viviendo no son campañas electorales, es una crisis de seguridad nacional porque es sistémica, porque hasta los votantes han abrazado una visión que pone a todo esto como si fuera una carrera de caballos, donde lo único que importa es quién gane para poder presumir al menos que uno le atinó. Bajo estas condiciones que nadie se atreve a enfrentar, es necesario que alguien dé un primer paso para romper el círculo vicioso en que estamos metidos, el voto nulo es una de las formas que pueden usarse en este particular momento, pues a diferencia del abstencionismo mantiene a salvo una conquista que debe ser irrenunciable, la del respeto al voto, a la vez que refrenda el compromiso cívico del votante, así como su rechazo a todo un sistema político y electoral sostenido por -y dedicado a- las peores prácticas de corrupción; la mayor virtud del voto nulo es que no beneficia a ninguno de los contendientes, devuelve la voz a un votante al que los partidos se empeñan en obligarlo a elegir de entre una oferta armada entre ellos mismos con maromas, machincuepas, acuerdos en lo oscurito, etc. lo que el voto nulo nos plantea, es que no estamos obligados a actuar bajo el marco de una camisa de fuerza que nos llevará justo a donde no queremos llegar, es una forma clara y cívica de decir: que se vayan todos.

Le seguimos en la próxima.

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