La extraña y triste historia de Herculano Guaseño Del Pico Caido – ¡sin acento por favor!- (Crónica despiadada de una Quincena prófuga)

Víctor J. Pérez Montes

Debo… ¡no niego!, pago… ¡No tengo!

Vox populli nacional

Suena el despertador de manera contundente e inmisericorde. Los ojos que mostraban la irritación normal del desvelo, testificaban con el color rojo carmesí, que exhibían la preocupación nocturna, reflejada en las pocas horas de sueño. La velada llevaba 3 noches, y no precisamente por festejo.

Con desánimo real, se tambalea con una pesadez que sobrepasa sus propias fuerzas físicas y emocionales. De pronto, piensa en encender el boiler de agua, pero, como una cachetada repentina y con saña, recuerda que el gas se le terminó hace 6 días, “ni modos, me despertaré a la malagueña” replica con cierto grado de humor nuestro buen amigo.

Sale de la vieja regadera titiritando de frío, los viejos y muy familiares gruñidos de las tripas le recuerdan que es hora del desayuno. Se apresura y empieza a ponerse la ropa, y mientras se viste, empieza a recordar todos los lugares, donde compró su desgastada ropa –eso sí, muy limpia, pero muy vieja- tanto los calzones, la camisa, el pantalón y los calcetines con viejos hoyuelos en el talón, y en la zona de los dedos, testifican de manera callada el autorreproche que los ojos de nuestro amigo echa a su indumentaria.

Los viejos zapatos café, -declarados zona de desastre de aldea Pitufos, por aquello de los hongos que tienen- sólo sueñan y exigen con piedad su destitución y de manera honrosa, el descanso eterno, en algún viejo bote de basura de la cuadra, dejando así, un legado testimonial de kilometraje extra, recorrido con mucho gusto y honra, literalmente paso a paso con nuestro bien estimado y atildado amigo.

A los pocos segundos de haber terminado su ritual de vestimenta, –algo que le recordaba de manera lastimosa sus carencias materiales-, camina en dirección a la pequeña y modesta cocina, el viejo y ruidoso refrigerador marca Frigidaire es abierto, y el triste  panorama interior es el siguiente: 5 blanquillos, 2 rebanadas de jamón, unas cuantas tortillas duras, 3 plátanos pasados de maduros son mi menú mañanero, exclama nuestro amigo con tono resignado –el único por cierto para ese día-, otra vez cae en la tentación de pensar y dice para sí: ¡Ah! ¡Ya sé!, voy a ir con Doña Toya a su abarrote a pedirle fiado.

Otra vez, esa fuerza maligna  e invisible, ejerce una fuerza potente e inhumana, que vuelve a golpear a su conciencia y le recuerda que ya no tiene crédito en el susodicho abarrote, hasta no saldar las dos cuentas del mes pasado. ¿Y sí les pido a los vecinos una feriecilla? Osadamente, pensó otra vez. Sin embargo, él mismo hace la réplica: ¡Nombre! Esos ya nomás me ven y ¡se echan a correr! ¡Ni los buenos días me dan!

Se dispone a cocinar. El bote de aceite es puesto de manera diagonal, pasan algunos minutos para que caigan las pequeñas gotas austeras  sobre el sartén viejo y oscuro –del cochambre añejo y reposado-, que pareciera que fue sacado del basurero municipal. La receta -diaria- matutina es omelette de huevo con trozos de jamón y unas deliciosas tortillas de maíz semi-quemadas como complemento. ¡Mmm…! ¡Qué rico! Bueno mejor pienso ésto o no me lo trago…comenta nuestro bien y muy adiestrado chef en la austeridad.

De repente, voltea y ve su viejo reloj de pulso marca Casio, marca las 6:35 am, solo tiene 25 minutos para llegar a tiempo a su clase. De manera acelerada y poco delicada, deja su plato de comida sobre el lavatrastos, y piensa por un momento: De regreso lo lavo, mmm, espero que haya detergente para los trastes, comenta con cierto tono de decepción nuestro héroe de la educación cotidiana.

Al salir de su modestísimo depa de solterón, ubicado en la azotea del Edificio Romo, por allá en la calle Constituyentes en el Centro de la ciudad –que en realidad era el cuarto de servicio y mantenimiento, transformado en departamento de pobresor preparatoriano-, observa a lo lejos, un ser monstruoso con colmillos de lobo y garras de tremendo fauno, con camisa de color amarilla pálido, pantalón azul y gorra con un símbolo de llavecita; y en esos momentos tortuosos y angustia imparable, nuestro amigo expresa facialmente una mezcla de sorpresa con terror, como sí un tiburón blanco abriera las fauces para tragarlo y hundirlo en las entrañas de los terribles intereses que mes tras mes devoran la conciencia y el buen dormir de nuestro buen y ponderado amigo, cuyo nombre responde a: Herculano Guaseño Del Pico Caido –sin acento ¡por favor! , para que no se escuche tan anti viril el asunto-.

 Su centro laboral es la Prepa 8, mejor conocida como la Prepa Pimienta, que conmemora a uno de nuestros mas celebres héroes nacionales en la Revolución de la música: El Gran y único Sargento Pimienta. Y la pregunta obligada, ¿Qué materias brinda en la enseñanza a la ansiosa comunidad estudiantil? La respuesta es sencilla: Lástima Universal 1 y Miseria Contemporánea Universal. Cualquier parecido a la cruda y triste realidad es una mera coincidencia, se los aseguro.

De camino a 2 cuadras al trabajo, hay un pequeño cajero de Banrrobo, -el banco del ahorro, según su slogan-  yempieza a rezar a su santo con gran devoción, para que ahora sí esté la famosa quincena prófuga, que por 5 días ha marcado una terrible soledad en su cartera.

Con fuerza y gran devoción, inicia persignándose y recitando la oración a su Santo patrono de la siguiente manera: San Jesusito Malverde siempre ladrón, tú que eres el gran protector de las pútridas sabandijas de este pueblo, que con tu Hummer les pases por encima y con tu sacro santo cuerno de chivo, carraquees a todos las ratas y sanguijuelas chupeteadoras del presupuesto preparatoriano, tu que le das a otros con abundancia y sin demora, haz que en ésta hora, me depositen tan anhelado pago, porque el del agua, la luz, la Coppel, la renta no esperan y las tripas me gruñen como perro que defiende a su sacrosanto hueso. Sea en el sacramentado nombre de John, Paul, George and Ringo. Ameeeeeen…

La impaciencia hacía presa a nuestro buen amigo Herculiano. Metía la tarjeta de nómina al cajero automático, y la computadora empezaba a leerla. De pronto una cifra: $4.50; la cara empezaba a deformarse. Sus ojos empezaban a ponerse de color rojo sangriento, irritados por el cansancio y por lo que veían en la pantalla, el cachete izquierdo empezaba a mostrar un viejo tic de nerviosismo y desesperación.

Las lágrimas eran de esperarse. Las  mismas brotaban de manera lenta y con una paciencia, que sólo el frío y húmedo correr del lagrimeo, hacía la función de refrescar las ardientes mejillas, que entre la rabia, la desesperación y sobre todo la impotencia, de no recibir su pago, se empezaba a gestar en su pecho un grito terrorífico, peor que los de las películas de Horror de Hollywood.

De pronto lanza su grito: ¡Hijos de su putridísma roñaaaaaaa!, ¿Hasta cuándo van a pagaaaar? ¡Sanabaganeeeeeees! En ese instante que deja de gritar, suena la chicharra para anunciar el inicio de su clase; aturdido, reacciona y al querer correr, se resbala con una alcantarilla abierta – ¡que por supuesto! Nuestro Alcalde municipal, va a decir, que el culpable es Herculiano, porque no se fijó que estaba abierta-, cae y se golpea la cabeza, pasan algunos minutos, y el sonido de la alarma lo empieza a despertar.

Empieza a abrir sus ojos, poco a poco, y la chicharra sigue sonando. Abre totalmente sus ojos y se da cuenta que aún está en su cama, con sudor en la frente, pasa su mano para quitarlo de sus ojos y confirma que son las 5:00 de la mañana, aún está oscuro, y empieza a decirse a sí mismo: Todo fue un sueño, pero, ¡Ojalá hoy si paguen!

Comentarios…no te quedes con las ganas: Facebook: Víctor Pérez, e-mail: vyctor_pm@hotmail.com

Belleza deshumanizada

Víctor J. Pérez Montes

…una puerta azul nunca debes abrir…

La Puerta azul, Maná

Definitivamente no había algo de especial en esa niña. Entre la muchedumbre que entraba y salía, a través de la puerta del edificio central del bachillerato universitario, no había algo que le destacara. Su rutina era totalmente predecible. A las 6:55 am, subía al segundo piso del edificio B. A las 7:00 am, entraba a su salón de clases, el viejo letrero en color amarillo mostaza la matrícula del mismo, el número 2-16.

Se sentaba en la tercera fila, quinto asiento, un viejo pupitre de madera, con tantas manos de pintura que ya no se distinguía donde iniciaba una y terminaba la otra. Siempre callada, nunca un comentario o algún chiste que mostrara la vitalidad que la juventud expresa. Mientras todos platicaban las clásicas charlas triviales del estudiantado preparatoriano, ella en una especie de cárcel del silencio, sólo escuchaba con reprobación las carcajadas de sus compañeros.

Los penetrantes ojos color café claro y las abundantes cejas, externaban la poca empatía que sentía por sus compañeros, de manera suave y sutil, un leve movimiento de negatividad hacía girar su cabeza, que a la vez, su mirada se perdía a través de los viejos ventanales del salón de clases, lo que daba la sensación de estar suspendida en la eternidad de cada clase, cuyas cátedras eran impartidas por figurines o marionetas, que articulaban una palabrería o verborrea sin sentido práctico o de conveniencia, para su existencia o sentir.

Cada día era lo mismo, no había forma de cambiar. No existía un propósito real y menos de convencimiento, de que aquella rutina,  le llevaría algún lugar. En su interior, había algo que le gritaba desesperadamente: ¡Haz algo más!, ¡No pierdas tu vida!, ¡Despierta de una vez!

De pronto, en su mente llegaban imágenes de sus padres: Adultos viejos, cansados, que nunca salían de la maldita vida rutinaria, llena de carencias y sueños rotos, siempre volteando a la eterna herida de sus bolsillos, con cara de desamparo y con un lastimoso rompimiento en llanto, en el conteo minucioso de las monedas, tanto para el transporte como para los víveres.

El caminar de sus viejos, era como el de unos seres sin dirección propia, como zombis, cuya voluntad, coraje y corazón habían sido consumidos por la inmisericorde y voraz realidad económica, que nunca tuvo una oportunidad para sonreírle; sólo golpes y decepciones que consumía lentamente su ánimo y gano vital.

De pronto, suena la chicharra de final de clases, como despertando a la pesadilla de su realidad, pero a la vez, dirigiéndose  de manera veloz a la salida del edificio, de repente, una persona le entrega un volante pequeño que decía: “¿Quieres ganar entre 8 a 10 mil semanales?”, continúa diciendo el papel: “Experiencia no necesaria. Llámanos 667…”. Como fuego deslumbrante, empieza a gestarse en su mente, la necesidad de llamar a tal número.

Entre la rutina vespertina de su casa y las tareas escolares atrasadas, que sin ánimo eran realizadas, lanza su libreta, junto con el viejo bolígrafo y libro de tareas  a un costada de la cama, como mostrando el hartazgo y odio a lo que no estaba dispuesta a realizar. De pronto, toma el celular y se dice a si misma: “¡Chingue a su madre!, ¡voy a llamar!, total… ¿Qué malo puede pasar?”.

A los segundos, una mujer contesta la llamada, sólo da una dirección. Era una casa vieja en  la zona conocida como el centro de la ciudad. La hora convenida es a las 10:00 pm, la sugerencia con tendencia a orden: ¡No llegues tarde! De pronto, sin más que decir, suena el bip, bip, bip, de haber colgado la llamada. Alea iacta est, ¡La suerte está echada! No hay vuelta atrás.

Esa misma noche, sale de su casa con tiempo sobrado, recorre las diferentes tiendas o pequeños comercios alrededor de la dirección. De pronto, checa su teléfono celular, y se percata de que faltan 7 minutos, empieza a caminar hacia la dirección que traía en un pequeño papel de libreta, escrita con su singular letra. Por fin llega al lugar acordado, se da cuenta que hay un viejo timbre de botón, a los segundos sale una mujer con aspecto joven, alta de buen aspecto, aparentaba unos 24 años, con cara de amabilidad y con actitud despreocupada, la aborda preguntándole:

            -¿Eres Sue?

            -Si, y ¿Tú debes ser..?

            -Mónica –respondió rápidamente con la mano extendida en actitud de saludo-, pero, ¡pásale!, ¡está muy frío aquí afuera!

Al pasar a esa casa con fachada antigua, el olor era un dato particular. Esas paredes despedían una mezcla desagradable de humedad con madera vieja, el pasillo de la entrada, era débilmente iluminado por un foco de luz tenue, con aspecto de estar ahí por siglos y nunca haber sido cambiado. A los pocos pasos de empezar a recorrer este pasillo, la joven anfitriona le indica a Sue que esperara en el viejo sillón del cuarto del fondo.

Con cierto grado de confianza, Sue se disponía a tomar el sillón, y con un fuerte suspiro dejaba reposar su humanidad sobre el viejo mueble, en el preciso momento de cerrar sus ojos, de manera violenta e intempestiva, salen 2 tipos  que se lanzan  sobre Sue, uno de ellos le toma las manos, y el otro, empieza amordazarla con cinta canela, además de inmovilizarle los brazos y las piernas con cuerdas de ixtle.

Sue no daba lugar a lo que sucedía, por más que se esforzaba de gritar o tratar de liberar sus manos, eran fuerzas agotadas de manera estéril. El dolor en su garganta era insoportable. Los ojos extremadamente enrojecidos por el llanto que no cesaba, eran parte de su maquillaje natural que se renovaba a cada momento durante la noche y los días que parecerían eternidades, enclaustradas en ese viejo cuarto color azul pálido, con las viejas paredes llenas de salitre, entre cartones y basura acumulada por años.

Los dos tipos que de aspecto rudo y mal encarado, venían cada cierto tiempo, a desfogar sus intenciones lujuriosas, al acariciarla impúdicamente, y como parte de tal ritual nefasto, dejaban un pedazo de pan duro y una vieja taza de agua; aquella escena digna de la encarnación de la más vil inhumanidad, cuyo beneficio solo se vería reflejado en las obsenas cantidades de dinero que llegaban a los bolsillos de tales seres.

Al día siguiente, los Padres de Sue no sabían que hacer, estaban en un shock de pánico. Por fin, decidieron ir a los lugares donde frecuentaba su hija, fueron a la prepa donde asistía Sue, interrogaron a las contadísimas amistades de su hija, llamaron a  familiares, de ahí se fueron a la Cruz roja, a Urgencias de los diferentes hospitales, empezaron a pegar fotocopias de la foto de Sue con la leyenda: “Sí me has visto, llama al teléfono 667…”

¡Alerta ambar!, mencionaba el anuncio televisivo local. La apatía de quienes les conocían se hacía evidente. No había esperanzas. Se volvía a repetir una vez más, la triste y desgarradora historia de feminicidio o desaparición de Mujeres en nuestro país. El periódico local dejaba en su sección policiaca, una brevísima y muy escueta nota que recitaba de la siguiente manera:

            “Sue desapareció hace 3 días y nadie sabe que pasó. Se presume posible abandono de hogar de manera voluntaria. Sí alguien conoce acerca de su paradero, favor de comunicarse a los teléfonos 667…”

Los días se convirtieron en eternos procesos de condenación, los padres de Sue seguían sin saber que había pasado con su única hija. Los años llegaron de una, y jamás se supo a ciencia cierta qué pasó con Sue. Algunas personas llegaron afirmar, que había muerto; otros fueron más optimistas, afirmaron que la había visto por la Revo, en uno de esos bares de esclavas sexuales en Tijuana.

Otros decían, que se había fugado en secreto con el novio drogadicto, y que ya era una drogadicta. Lo cierto fue, que nuestra querida Sue fue muerta  desde el momento en que entró en esa casa, y que paso a paso, renunciaba a la belleza de su libertad, dejando entrar –involuntariamente– en su vida, un monstruo que desgarraba su interior, volviendo cada minuto de su existencia en una mísera belleza, si, en la Belleza deshumanizada.

¿Feliz Navidad?

¡Que bonita familia¡…pero, ¡Que bonita familia!

Pompin Iglesias

¡Feliz Navidad! Era el saludo con el que Carmen –la tía chismosa y que con cara de lárguense no los quiero ver, recibía a los recién llegados de otra ciudad. Pero ¡Que grandes están tus hijos!, pues, ¿Qué hace que no venían por acá?, sorprendido por la estúpida imprudencia de Romina, Carlos respondía, con una actitud de me importa un bledo lo que opines y haciendo gala de histrionismo, pone una cara de gusto y responde políticamente: Ya va para 1 año…exactamente 1 año, ¡Cómo pasa el tiempo!, ¿No?

Una vorágine de ruidos y gritos nivel manicomio pasan de lado a lado por toda la casa, desde gemidos, lloriqueos y ruidos por berrinches infantiles y los clásicos gritos maldicientes por llamar la atención hacia las ocurrencias de los más pequeños, es el ambiente que reina en esa casa. ¿Con qué pretexto se forma todo esto? El ideal: El regocijo decembrino.

De pronto, un grito mayor: ¡Saquen ese pinche pavo del horno¡ ¿Qué no huelen que se está quemando?, ¡Parece que no les dije que estuvieran pendientes, hijas de la chingada…¡Sólo vienen a tragar con toda su bola de plebes!  ¡Bola de cabronas! Rezaba de manera profunda la abuela de la casa

En el patio trasero, se escuchan una ráfaga de cuetes, cuya estridencia hacía correr a todos los niños que estaba jugando en el lugar; los perros aullaban de miedo, y con mucha razón, el pánico hacia esos ruidos y las luces exageradas,  producían a los caninos movimientos rápidos y torpes que los hacían correr de un lado a otro.

Eso sí, el patio estaba perfectamente barrido y regado, por lo que dejaba en el ambiente un aroma campirano de tierra húmeda, anunciando la festividad. Las banderitas de colores rojo, amarillo, verde y rosa fucsia y las extensiones de pequeñas luces titilantes, iluminaban la tarde que poco a poco empezaba a dar muestras de la bella, pero espesa tiniebla nocturna.

Emilio –el sobrino mayor de los niños en la casa, de aproximadamente 10 u 11 años- era uno de esos niños abusones que le gustaba quitarle los juguetes o los dulces a sus primos menores, era una especie de rufián pequeño, que nunca se supo exactamente quién fue el padre de ese chamaco, pero, la madre –Berta- era la hija menor, la clásica madre soltera, que sus prioridades eran todas menos su hijo Emilio.

Regresando con nuestro pequeño rufián, Emilio empieza a abrir los regalos que estaban en la parte baja de la higuerilla pintada de blanco y arreglada con el clásico y decembrino pelo de ángel y las lucecitas en forma de chile jalapeño que brillaban en todo su esplendor, obviamente tales regalos no pertenecían a él, pero, como ya lo mencioné, era su forma de llamar la atención que nunca recibió de su madre.

A la distancia, está Federico o kiko, el tío solterón y amargado que nunca se casó y que pretendió tener una eterna novia, que por supuesto, no le quiso hacer segunda en su prolongado single life style – estilo de vida solterona, para que me entiendan, ¡pues!- y claro que después de 5 años, lo mandó a volar, y por supuesto, éste codiciado solterón, no buscaba quien fuera el culpable, sino quien se la pagara, y en esa tarde, Emilio fue la víctima.

¡Chamaco cabrón! ¡Deja de robarte los regalos!, gritaba Federico con verdadera rabia y enojo –por supuesto que no infundado por la canallada de nuestro pequeño rufián- y como un lince que se lanzaba a su presa, empezó a corretear a nuestro amiguito demoniaco, ¡Párate chamaco pendejo! ¡Te va ir peor sí sigues corriendo! Emilio sólo gritaba: ¡Mamaaaaaá! ¡Mi tío me quiere pegar y no sé por qué! Ya se imaginarán la escenita.

De pronto, la madre llega como si cayera del cielo, con aires de madre defensora de su retoño – muy retorcido por cierto-, se planta a mitad de la sala y con voz fuerte echa el grito de batalla: ¿A quién le vas a pegar pinche Kiko solterón amargado?, Federico, sin más que argumentar le grita: ¡A tu pinche hijito cabrón! ¡Y vale más que te quites, porque sí tú no le pones gobierno, yo se lo pondré!

De repente, los dos hermanos se agarran a trompadas, aquello era todo un espectáculo digno de la AAA, ahora sí, que se había armado la de Satán. Por fin, se dijeron de todo: Madres, padres, sapos culebras, arañas y alacranes, en fin, habían transformado aquel ambiente en tan solo unos minutos de Navidad a Halloween.

Por fin se tranquilizaban las cosas. Federico se recluían en el cuarto al fondo de la casa, claro está, con la cara llena de aruñones y uno que otro puñetazo en la misma;  y Berta se iba de la casa, nada de extrañar, nunca pasaba la Navidad en familia, eso sí, a su hijo lo dejaba encargado con unos vecinos de enfrente, todo para que no se perdiera la compostura de madre desobligada e irresponsable, nunca al cuidado del retoño por ella misma, como diría mi abuela: ¡Fachada de madre era esa pinche vieja!

En otro cuarto de la casa, la plática trivial de empezar a presumir los triunfos familiares:

-Oye Cuquita, ¿Cuánto le falta para terminar la carrera de medicina a la Marlén?

-Pues a la niña, le faltan solo 2 años y después que se aviente para lo de su especialidad, ya lo dije, nada de andar con noviecitos, no le vaya a pasar como a la Lolis, que ya para terminar se apendejó y salió con su domingo siete y no pudo irse a la especialidad.

-Pues pónganse truchas, porque la vi llegar con un plebe prieto, y ya no vi para dónde jalaron, ¿A poco tiene novio? ¿Qué no muy seriecita y estudiosa la niña?

Sin más ni más, como resorte se paró Cuquita y como loca empezó a buscar a su retoño virginal, no vaya siendo que le pasara como a la otra susodicha y en la ¡múcara macara títere fue!

Pues en el cuartito de la lavadora los encuentra Doña Cuca, a su bien amada y exaltada niña y en efecto, estaba con el plebe prieto lleno lujuria y pasión, casi completando el pleno acto pasional, lleno de desbordados besos y lujuriosas caricias, de esas que sí estás en el polo norte, de pronto te sientes en pleno desierto, y como buena madre deshonrada, convertida en leona sobre la presa se deja ir contra el ladrón de la virtud de su querida y bien protegida casi galena.

-¡Hijo de la chingada!, ¡cabrón perro caliente! ¡Suelta a mi niña, sí no, te mato pendejo!

Aquel grito de batalla, era la expresión de odio, decepción, dolor, la viva imagen de ver copulando a su bien amada e inocente hija con ese terrible lobo rapaz, que ponía una cara de más que satisfacción en el acto mismo, era una puñalada terrible al orgullo inflado de los triunfos familiares y conquistas que esta madre soltera había obtenido al criar sola su hija al ser abandonada por su marido.

-¡Corre Fito!, ¡luego nos vemos en la facultad! Marlén con voz de preocupación y protección le decía a su amado. Fito ni tardo ni perezoso y con cara de que se le había aparecido el chamuco en calzones, aún con la camisa desabotonada y los pantalones abajo, como pudo y a tropezones, salió corriendo y ni buenas tardes dijo nuestro muy ponderado y regio galán.

Atrás de Fito, como la caricatura del Correcaminos y el Coyote, Doña Cuca con un cuchillo cebollero lo iba siguiendo, gritando a su paso: ¡Párate pinche Fito cabrón! ¡No seas marica cabroooon! ¡Párate pinche Fitooooooooo!

De pronto Doña Cuca, al ver que no iba alcanzar al Fito correcaminos, se detiene de manera abrupta y al voltearse corre sobre su hija y latoma de los cabellos y con fuerza descomunal, la mete al cuarto y los estridentes gritos de horror –por parte de Marlén-  empiezan a tornar el ambiente navideño en el macabro día de Muertos, lo bueno, que esos gritos de la cintariza épica que Doña Cuca le metió a su niña, eran ahogados por los cuetes que explotaban en la calle de manera serial y descomunal. Como dijeron los Beatles, eso fue la Noche de un día difícil.

Sin mencionar, que a la hora de repartir la comida, el tradicional pleitazo por la servida y repartida de la comida, en fin, todo un caso para que el INAH[1] hiciera un estudio antropológico extenso.

De pronto, la pareja que había llegado a ese manicomio, ¡perdón! -me dejé llevar por la emoción- A esa casa con excelente ambiente familiar, ambos sentados en la mesa, volteaban uno a otro, con cara de ¡vámonos ya!, yel esposo saca fuerzas de quien sabe dóndey le dice a su esposa: ¡Amor! Pues…se escuchará raro, pero, ¿Feliz Navidad?


[1] INAH: Instituto Nacional de Antropología e Historia