El Larguero

César Velázquez Robles
*El efecto Maradona: rendimientos crecientes
*El dueño del equipo lo quiere para Xolos
*Llegó la novia de Maradona y mandó parar

 

Los Dorados del arranque de este torneo constituían un equipo desvaído. He aquí cómo  define la palabra el diccionario de la Real Academia de la Lengua, al que el siempre recordado NikitoNipongo nominó como almodrote: apagado o poco intenso; que ha perdido la fuerza o el vigor, adelgazado, disminuido; vago, desdibujado e impreciso. Un once sin garra, incapaz de proponer un discurso al adversario, siempre sobrepasado por las circunstancias, sin ideas y sin proyecto. El juego colectivo brillaba por su ausencia. Sin identidad  ni espíritu de cuerpo. En suma, un desastre total. Su posición en la tabla era motivo de entretenimiento para sus malquerientes: “Para quitarnos el aburrimiento vamos a buscar en la tabla a los Dorados”.

Pero la Divina Providencia vino en ayuda del equipo. Dios llegó para salvarlo. De pronto, esa misma oncena que había iniciado el torneo dando tumbos –dando lástima también—empezó a resurgir de entre sus cenizas. Un triunfo que hizo renacer las esperanzas de un desempeño al menos decoroso; luego, una derrota que volvió las aguas a su normalidad y a apagar un poco la euforia desatada por la presencia de quien vendría a redimir a los condenados de la tierra. Pero después de la derrota, Dorados tiene una seguidilla de cinco triunfos, de tal manera que de 21 puntos disputados en el  torneo liguero,  ha conquistado 18, con lo que ha asegurado también a falta de un solo encuentro para la conclusión, un lugar en la liguilla.

El equipo parece haber entrado en estado de gracia. No ha sido obra de la casualidad, aunque los amigos de Maradona que no lo quieren, insisten en que el mérito corresponde a Luis Islas, el ex portero argentino que se ha convertido en el autor intelectual de este repunte cuasi-asombroso del conjunto culichi.  Pero sean peras o sean manzanas, para efectos prácticos, el artífice de este resurgimiento tiene nombre y apellido: Diego Armando Maradona. Si, como es previsible, triunfa el próximo sábado en el encuentro frente a Atlético San Luis, llegará embalado a la liguilla y con posibilidades reales, no abstractas, de alzarse con el título. Y habría que estar ahí, con el equipo, para celebrar la hazaña, para alentarlos, para decirles que la soledad del pasado reciente, y que el abandono de su propia sombra, avergonzada por el pobre desempeño y que había decidido seguir su propio camino, era ya asunto pretérito.

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Cosas de la multipropiedad en el futbol profesional: el dueño del equipo, que también lo es de los Xolozcuintles de Tijuana, ya le echó el ojo a Maradona. Ya lo sabe usted: el conjunto fronterizo fue un auténtico desastre esta temporada, su técnico fue despedido –la dictadura de los resultados, pues—y a buscar en el mercado. No fue  muy lejos: si Maradona ha hecho lo que ha hecho con los Dorados, pues bien lo puede hacer con los Xolos, pensó el dueño, y puso manos a la obra. Y ahí está ya el runrún. Hay altas probabilidades de que muy pronto el astro argentino emigre a la frontera norte.

Sin embargo, el presidente de los Dorados ya salió a desmentir la especie: “El contrato Diego lo tiene con Dorados de Sinaloa, por principio de cuentas. Cuando a alguien le va bien evidentemente se especulan muchas cosas; nosotros estamos muy contentos que le esté yendo bien con Dorados, pues ese fue el objetivo, que él esté acá… Él tiene compromiso con nosotros, estamos encantados de tenerlo, de lo que está haciendo y la decisión del técnico de Tijuana es problema de ellos, de nosotros no”. Bueno, pero ya sabemos: donde manda capitán, no gobierna marinero.

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Llamó la atención esa comunión entre entrenador y jugadores. En los viajes, todos juntos, a partir un piñón, como si fueran todos uno  mismo. Pero las cosas, dicen, han empezado a cambiar con la llegada de la novia de Maradona. Como decía el refrán en la no muy lejana época dorada del machismo (y todavía): “El hombre propone, Dios dispone, y llega la mujer y todo lo descompone”. En el equipo la cosa ya no es así. Maradona con su novia, por su lado; el equipo, por el suyo. Y esto no tiene nada de extraordinario, al contrario, qué bueno. “El lado mandilón de Maradona”, titula El Universal Deportes su nota, con un subtítulo que no deja nada a la imaginación: “La llegada de la novia del técnico argentino ha cambiado su entorno en Sinaloa”. La nota es breve, así que ahí va:

“Todo iba con normalidad entre Dorados y Maradona, hasta que llegó la novia del ‘Pelusa’, Rocío Oliva. Ahora le condiciona algunos detalles al día día de Diego. Maradona que había dado muestra de humildad, viajó todo este tiempo en vuelo comercial, el contacto con sus jugadores era más cercano, realizaba toda la logística de sus viajes con su equipo, pero desde la semana pasada eso cambió, ya que Maradona tuvo que viajar en vuelo privado desde Culiacán hasta Mérida por condiciones de su novia. Tal parece que hasta el mejor jugador de todos los tiempos es un mandilón y la llegada de su pareja le ha hecho que realice algunos cambios. Bueno, hasta aquí con Maradona. ¡Lo que hay que leer!

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Como le prometí a uno de mis lectores, a propósito del comentario sobre la pelea del economista peso supermediano, de Culiacán, Mario Cázares, van unas breves reflexiones sobre la relación entre el boxeo y la literatura, de la autoría de Joyce Carol Oates:

  • No hay deporte más físico, más directo que el boxeo. Ningún deporte despliega tan poderoso homoerotismo: la confrontación en el cuadrilátero -desnudarse-, el combate acalorado y sudoroso que es en parte danza, cortejo, apareamiento…La persecución frecuente, urgente de un boxeador al otro en el violento y natural movimiento del combate hacia el knockout: sin duda gran parte del atractivo del boxeo deriva de su imitación de una especie de amor erótico en el que un hombre se impone al otro en una exhibición de fuerza y voluntad superiores.
  • Que el combate de boxeo sea una historia sin palabras no significa que no tenga texto ni lenguaje, que sea de algún modo “bruta”, “primitiva”, “inarticulada”; ocurre que el texto se improvisa en la acción; el lenguaje es un diálogo de la más refinada especie entre los boxeadores (podría decirse que tan neurológico como psicológico: un diálogo de reflejos detonados en fracciones de segundos) en una respuesta conjunta a la misteriosa voluntad del público, que es siempre que el combate valga la pena para que la cruda parafernalia del escenario -cuadrilátero, luces, cuerdas, la lona manchada, los mismos y atentísimos observadores- quede borrada, olvidada.
  • Sí puedo aceptar la proposición según la cual la vida es una metáfora del boxeo -en uno de esos combates que siguen y siguen, asalto tras asalto, jabs o golpes rápidos, golpes errados, enganches, ninguna certidumbre, de nuevo la campana y de nuevo tú y tu adversario, en pelea tan pareja que es imposible no ver que tu adversario eres tú: ¿Y por qué esta lucha en una plataforma elevada y cerrada por cuerdas como un corral, bajo luces calientes, crudas e inmisericordes en presencia de una muchedumbre impaciente? -, Esa especie de infernal metáfora literaria. La vida es como el boxeo en muchos e incómodos sentidos. Pero el boxeo sólo se parece al boxeo.

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