Ecce Homo

 

Tan mediático él, resultó más previsible que un tren alemán. Es lo peor que le puede suceder a un espectáculo, a un show, que se adivine el desenlace al comienzo mismo. O, peor aún, mucho antes de que se inicie.

 

Sólo asistieron a su función los que, sabiendo lo que iban a escuchar, gustan de confirmarlo. Los incondicionales. Es como con las películas de culto, que los fieles adoradores conocen de memoria y que eso no les impide verlas una y otra vez. Si para alguien en especial el video casero fue providencial, una auténtica bendición, fue precisamente para ellos, los fanáticos, que pueden seguir cada detalle de la obra idolatrada, una y otra vez, sin necesidad siquiera de salir de su casa.

 

Con López Obrador ha de suceder lo mismo. Sus DVD y youtubes existen, me consta. Y los incondicionales seguro los miran —examinan— obsesivamente, siguiendo con los labios la palabra augusta. Pero si van —o los llevan— a la consabida plancha, para muchos —no todos— es mejor. Es como una grabación que ya han visto mil veces, pero con la oportunidad de ver, aunque sea a la distancia, al ungido en persona.

 

No sólo el monólogo se repite, sino también el escenario y el decorado (sería una imprudencia intentar cambiarlos, a otra ciudad digamos).  Pero no le aunque. Así es con las obras de teatro. Pronto van a develar la placa de las 50 representaciones (quiénes serán distinguidos con tal honor, yo ya lo sé, y usted también, prspicaz lector, así que no es necesario decirlo).

 

Esta vez la función era idéntica, pero se le había añadido un nuevo parlamento. Lo malo, ¡ay!, es que, como digo al inicio, había sido divulgado con anterioridad. Al demonio la sorpresa y el suspense. De todos modos, aunque no se hubiera dicho, (casi) todo el mundo ya sabía que no había de otra. El “giro” no sólo era previsible. Era inevitable.

 

Como en las malas telenovelas, la trama acartonada encajona la acción y fuerza el final ineludible e inexorable. Y, por supuesto, actores, productores y espectadores se ciñen a él. Un poco desinflados pero tranquilizados. Termina un capítulo más de la saga de los Rocky Balboa. Y ya sabemos cómo empezará el siguiente.

 

El elemento nuevo, que no inesperado, del flashmob dominical fue, como sabe usted perfectamente, el anuncio público y formal de que López Obrador abandona el PRD. El PRD, el PT y el MC, es decir el MP, Movimiento Progresista en pleno. Después de que había perdido por dos ocasiones consecutivas las elecciones al CEN, Comité Ejecutivo Nacional, de su partido original (es decir, el segundo; el primero fue el PRI), López inició un acercamiento público —yo diría incluso descarado— tanto con Alberto Anaya como con Dante Delgado, dos tipos de cuidado (en referencia sólo apta para cinéfilos de pro), pero mucho menos simpáticos.

 

Tal flirt duró años, casi todo el sexenio, sin que, como le sucede a la mayoría de los flirts, llegara nunca a buen puerto. Los obstáculos fueron más pecuniarios que políticos o ideológicos. La ideología nunca ha sido ni una prioridad ni un quebradero de cabeza para el sol azteca, desde su fundación en 1989. Es una cuestión menor. Lo realmente importante, y de donde surgen alianzas, distanciamientos y rompimientos, son los morlacos.

 

El diseño del IFE, precedido por las reformas de José López Portillo y sobre todo de Jesús Reyes Heroles, corrió a cargo en primer lugar de Carlos Salinas de Gortari, y es realmente sagaz, yo diría, perverso, en grado sumo: se otorga a los partidos una subvención descomunal, sin parangón en el mundo. La receta, muy ala Salinas, no puede ser más sencilla, antigua y eficaz: carnaza para las fieras.

 

Es la manera de tenerlas entretenidas, partiéndose la madre entre sí, en pos de obtener los mejores bocados, mientras se olvidan de cuestiones más substanciales. Y funcionó, claro.

 

Con su nuevo partido, el PG recibirá una subvención aparte, no sé el monto, pero jugosa sin duda. Depende de cuántos de los nuevos legisladores, federales y locales, se vayan con él. Y eso todavía nadie lo puede asegurar con certeza.

 

Serán varios, delo por seguro, pero no creo que le alcance para formar grupo parlamentario propio. Y depende de si Miguel Ángel Mancera y sobre todo René Bejarano, con todo y su dulce cónyuge, lo acompañarán en su nueva empresa. Yo diría que al menos en el caso del Hombre de las ligas no hay duda alguna, pero es prudente esperar. Se tendrán que entender sobre el plano prioritario que, ya quedamos, es el pecuniario. No creo que haya ninguna dificultad. Entre gitanos no se leen la mano.

 

Alguna vez lo dije e incluso tal vez lo escribí: no es tanto que Bejarano sea la mano derecha del macuspano, sino que es más probable y lógico que el choco sea la mano derecha del profesor. La mano que mece la cuna. Todo el quid es quién se queda con el deefe, Los Chuchos o los pejistas. Como en la ruleta rusa, el que lo pierda desaparece. Los comicios de julio representaron un considerable avance de los primeros, al menos en la Asamblea, no tanto entre los jefes delegacionales. Pero habrá que observar los rearreglos (y desarreglos) que el surgimiento de la Neomorena producirá.

 

En cualquier caso el paso de López Obrador era lógico (poco común en él). El PRD y sus rémoras se habían convertido más bien en un lastre. Los tres son “pseudopartidos” sin base ni militancia, y por lo tanto sin organización ni estructura que posibiliten el planteamiento de objetivos ambiciosos, más allá de las campañas electorales. En los tres sellos de goma hay dirigentes y hay seguidores, sin nada ni nadie en medio. Y, claro, en una de las puntas de esa dicotomía, hay dinero. Eso es todo.

 

Por su parte, el caso López Obrador, desde el punto de vista político, no presenta el más mínimo interés. Su discurso es una retahíla de lugares comunes, muy gastados. Es aburrido, monótono y carente de toda audacia e innovación (y encima, para más inri, al contrario de sus paisanos tabasqueños, lo expone de manera desesperantemente pausada). Su “éxito” y el ser considerado “de izquierda” se basan en su oposición formal, sin sustancia ni sustento, al partido del que procede. Exclusivamente. Sus alegatos en defensa del “pueblo” y de los “pobres” sólo se diferencian de los de Peña, Vázquez y Quadri en que son más estridentes y demagógicos.

 

Y contrariamente a lo que acabo de leer en el comentario de algún lector en la página electrónica de Excélsior, no le he escuchado la menor crítica o denuncia a los empresarios. De hecho, más de uno, entre los importantes, lo ha apoyado por debajo y por encima de la mesa. “Primero el pueblo”, de acuerdo, pero “anticutimano” (como decíamos en el tiempo de las canicas) la gran empresa.

Andrés Manuel López Obrador es verdaderamente interesante en otro plano: el del fenómeno religioso que protagoniza. Ya lo dije no hace mucho, también como de pasada. A su análisis detenido deberé dedicarle una serie entera. Tal vez en mi columna de los miércoles. Pero ya desde ahora queda claro que la mayoría de los dirigentes del PRD se negaron a jugar el papel de apóstoles de una palabra que ya demostró ser perdedora y que se tornó poco creíble. En ese sentido es perfectamente natural que se volvieran más bien un estorbo y haya preferido hacerlos a un lado.

 

Lo que ya no es tan natural es que tanta gente noble y lúcida se haya ido con ese evangelio trasnochado (sin olvidar que también hay personajes adorables, igualmente lúcidos, nobles y muy cercanos, que no lo pueden ver ni en pintura). Y ya que de pinturas hablamos, no puedo no confesar que en el mitin del domingo me recordó el cuadro “restaurado” de la iglesia de Lorca. Ecce Homo.

 

        *Matemático

            bruixa@prodigy.net.mx

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