¿Le había caído el veinte —caro lector que está en todo menos en misa— que el nombre de Venezuela es un diminutivo? No hay muchos con esa forma en español, pero suficientes para no dejar lugar a dudas: callejuela, plazuela, mujerzuela, chicuela. Tal vez cazuela e incluso abuela y abuelo.
“Venezuela”, pues, es el diminutivo de Venecia: “La pequeña Venecia”. Ignoro si el nombre se debe al propio Alonso de Ojeda, el conquistador, pero es muy probable, pues el nombre es muy antiguo, de comienzos del XVI, y obedece probablemente a las poblaciones que vivían en palafitos, viviendas construidas sobre el agua, sobre plataformas sostenidas con horcones o postes hincados en el fondo del mar, albufera, lago o río, exactamente como el centro dela Veneciaeuropea, esta vez en la desembocadura del río Orinoco.
Sin embargo, Venezuela no es un país diminuto ni en extensión ni en importancia económica y social, y con una vida cultural intensa y notable desde tiempo ha. Es uno de los grandes países americanos, en todos los sentidos de la palabra.
Hugo Chávez Frías no me cae bien. A lo mejor debí decir que no “me caía” bien, con toda la superficialidad y ambigüedad de la expresión. Pero también con toda su fuerza. Aparece en el panorama internacional como un militar golpista, tan comunes en aquellos lares y en aquellos países que, a pesar de su historia insigne, de vez en cuando tienen sus veleidades bananeras.
En efecto, en 1992, como teniente coronel de un batallón de paracaidistas en Maracay, dirige un golpe de Estado contra el gobierno constitucional de Carlos Andrés Pérez. La intentona fracasa y después de otorgársele el insólito derecho de dirigirse a la sociedad por televisión (esa fascinación suya por ser un showman es uno de sus aspectos más desagradables y que le ha granjeado no pocas malquerencias), es encarcelado.
Pasará poco más de dos años en distintas prisiones, convenientemente resguardadas para desanimar cualquier asonada que lo pretenda liberar. Sin embargo, en noviembre de ese mismo año, una de ellas se produce protagonizada por un grupo de oficiales dela Fuerza Aérea, pero fracasa.
Hay derrotas que acaban revirtiéndose y convirtiéndose en victorias. La historia está plagada de ellas. Yo mismo viví una, en 1968. Fue el caso del chavismo, que ya se proclamaba “bolivariano”, cualquier cosa que eso quiera decir. El Congreso decide destituir al presidente Pérez, que aquí entre nos, a pesar de un apellido que me es entrañable, también me caía en la punta del glande (por lo visto he de ser un tipo harto frívolo, anodino y medio intratable), acusándolo de “malos manejos”. El nuevo primer mandatario, Rafael Caldera, sobreseyó el proceso y la sentencia contra el golpista y, después de negociarlo con el PCV y el MAS, lo libera.
Chávez entiende que un golpe de Estado sostenido por el ejército y las armas, además de difícil (ya lo aprendió) es impopular e indigno de su ídolo Simón Bolivar, y el presidente Caldera es su amigo. Favor con favor se paga.
Así que su segundo golpe lo realizará a través de las urnas. Eso también existe y como surplus obtendrá el crédito como “democrático”, que ya hace 20 años era asaz prestigiado. Y esta vez todo saldrá bien. Miel sobre hojuelas. Funda el Movimiento Quinta República, MVR, en la quela V de en medio puede significar tanto “quinta” como “venezolana” (la ambigüedad es arma socorrida por los demagogos del mundo entero).
En diciembre de 1998 el polo patriótico de Chávez derrotará al polo democrático de su oponente Henrique Salas Römer (ora sí que se polarizó la cosa) y, desde febrero de 1999 hasta la fecha, después de vencer en cuatro procesos electorales sucesivos y de sortear su propio golpe de Estado para derrocarlo, y que de hecho lo derrocó durante unos días en 2002, el teniente coronel gobierna Venezuela. Si completa el mandato conquistado ayer habrá cumplido veinte años como titular del Palacio de Miraflores.
En principio los resultados del domingo me agradaron. Sólo en principio. Mi animadversión contra todo uniforme, y en particular contra los militares, es acendrada. Pero además ese coctel que hace el Presidente venezolano, del socialismo en la boca,la Bibliaen la mano y el sombrero charro sobre la testa, de plano ni lo entiendo ni me cuadra.
No sé bien quién es ni qué ni a quién representa su adversario esta vez, Henrique Capriles. Pero no sospecho nada bueno. Ha de ser bastante peor. Lo que ya de por sí tiene su mérito. Pero, honor a quien honor merece, reconoció su derrota sin chistar, apenas unas horas después de anunciado el escrutinio por los cinco rectores del CNE, el IFE de allá. No es cualquier cosa porque su reclamación, por injusta que fuera, hubiera despertado una multitud de adhesiones en el mundo entero, y es una muestra de hombría, honradez y gallardía. Toda una lección para algunos marrulleros de algún otro país que yo conozco.
Yo no sé si Chávez está realmente construyendo el socialismo en la tierra del gran Andrés Bello o si pierde toda la energía por el claxon. Si realmente cree en un proceso lento y pacífico de transición hacia la sociedad sin clases o si su discurso es únicamente de dientes para afuera. No me queda claro, probable y sencillamente porque no está claro. O porque está clarísimo que tal proyecto no existe.
Sé de hombres de izquierda probados que repudian el discurso chavista. A algunos los conozco personalmente, como el legendario comandante Douglas Bravo. Pero quien quiera, desde afuera, formarse su propio criterio, lo tiene en chino. Es prácticamente imposible acceder a informaciones serias y confiables de lo que ocurre en Venezuela. O no nos pongamos exigentes: simplemente informaciones.
A vuelo de pájaro Hugo Chávez posee, para quien piensa como se debe pensar, es decir como pienso yo, dos triunfos importantes en la mano: la denuncia y el alejamiento de Estados Unidos y sus intereses, y la cercanía con Cuba y sus intereses, que ya quién sabe cuáles serán. Pero ignoro qué tan reales sean el uno y el otro. O si no son mera baba de ararauna, una especie de perico grandote y venezolano.
En particular ignoro cuál es la suerte del muy abundante petróleo venezolano. Cuánto llega a Estados Unidos y cuánto a Cuba, si es que llega. Y como eso, mil otras cosas, que no parece haber manera de conocer.
Cuba, para Chávez, ha tenido dos sentidos. Uno positivo, que le significó una transfusión del prestigio de que tan necesitado estaba hace decenio y medio (y en particular, el tratamiento contra un cáncer que “nuestra” prensa presentaba como fatal por necesidad, a cargo de la admirable medicina cubana, y que, a juzgar por el estricto silencio que esa misma prensa guarda desde hace meses, ha de haber sido curado y resuelto).
Pero esa pinche manía de querer parecerse e imitar al implacable y ocurrente comandante cubano resulta desastrosa. Sencillamente porque Fidel es coherente y simpático, y Chávez ni una cosa ni otra. El encanto, el auténtico embrujo, el encuentro entre un pueblo y su adalid, como el amor entre dos enamorados, no se inventa ni se puede fingir. Por ello, para “nosotros”, Fidel es y seguirá siendo Fidel. Y Chávez nunca será Hugo. Seguirá siendo Chávez.
En cualquier caso, y a pesar de todo, que no se pierda la vibración del Arauca.
*Excélsior, martes 09 de octubre del 2012