AGENDA POLITICA

= Se fue Mario Vázquez Raña, ícono del periodismo en México

= Mi primera y última entrevista con el fundador de la OEM

= Uno de los hombres más poderosos del país.

Jorge Luis Telles Salazar

 

Había como 20 metros de distancia entre la puerta de entrada y el lujoso escritorio ubicado al fondo de su oficina, localizada en el tercer piso del sobrio edificio de la colonia San Rafael, relativamente cerca de Insurgentes y Reforma, el crucero más transitado y conocido de la gran ciudad de México. En esa oficina, cuyas paredes con acabados de manera fina estaban tapizadas con fotografías en las que se le veía acompañado por jefes de Estado del mundo entero, se podían apreciar adornos de diferente tipo, entre los que sobresalían, de manera visible, aeronaves a escala de modelo diverso. Los aviones – además de la gastronomía – eran una de sus debilidades. Y se decía que había muy pocos jets ejecutivos en la tierra, como el que él utilizaba para sus viajes tanto dentro del país como hacia el extranjero.

Aquella mañana cercana a la primavera, una vez librado el tercero y último filtro para tener acceso al despacho del presidente y director general de la empresa y a la orden del personal de seguridad, caminé, entre nervioso y agitado, sobre el inmaculado piso de mármol, hasta quedar frente a él, quien ni siquiera levantó la mirada para verme, entretenido en una tira de papel de las que se utilizaban para los equipos de telex, cuya auxiliar le había hecho llegar previamente a mi llegada. Jimena, colocada a su lado, me invitó a sentarme con una discreta sonrisa y un movimiento de una de sus manos. Largos y tensos minutos, en medio de un asfixiante silencio sepulcral.

Mario Vázquez Raña hizo algunos comentarios en voz baja con su asistente en jefe – una joven señora cuya virtud principal era la de dominar varios idiomas – y comprendí que lo que leía con tanto detenimiento era precisamente mi hoja curricular. Una vez concluido el análisis del documento, me barrió con la mirada, extendió su mano derecha para saludarme y me dijo:

= Bueno. Tengo entendido que usted era de nosotros y que incluso, Juan (Juan Alvarez, director de la región con sede en Durango y que abarcaba precisamente El Sol de Sinaloa) ya me lo había recomendado antes. Fue hace como dos años y creo que hasta lo citamos; pero parece  que usted no vino. Después supe que nos había dejado para irse a la competencia. ¿Por qué se nos fue pues y por qué viene ahora de nuevo a la organización?

Turbado, inquieto, ante la recia personalidad del interlocutor, traté de contestarle con un tono de seguridad que estaba lejos de sentir. Y por supuesto, no logré mi cometido.

= Señor: me fui porque, a la llegada del licenciado Francisco Labastida al gobierno, en el periódico me hicieron la vida imposible entre algunas personas y además porque recibí una muy buena oferta de un modesto diario de Culiacán. Y sí, por esos días, me habló Juan y me comentó de alguna oportunidad de mejorar en El Sol; pero ya no tuve más noticias y por eso me fui, casi por casi tres años a ese periódico. Y si vengo es porque toda mi vida me he sentido “asoleado” y además porque ando buscando chamba don Mario. Para que más que la verdad.

Era un día de febrero de 1990, casi en el arranque del cuarto año de gobierno de Francisco Labastida. Quien esto escribe contaba con 35 años de edad, ya con alguna experiencia como director, precisamente en El Diario de Sinaloa. Entre 1972 y 1987 trabajé para El Sol de Sinaloa. La mitad de ese tiempo, para la sección deportiva del matutino de la Organización Editorial Mexicana en Culiacán; la otra mitad, como reportero titular de las fuentes oficiales y políticas, bajo la dirección de Heberto Sinagawa Montoya y Carlos Rodríguez Terrón.

= Pues su curriculum es bueno y además está usted muy bien recomendado – me dijo Vázquez Raña -; pero no crea que yo le hago mucho caso a los curriculums y hasta me río de los famosos títulos de licenciados en ciencias de la comunicación. Para mí solo cuentan dos cosas: hechos y resultados. Joven señor: no vaya a hacer quedar mal a quien tan bien han hablado de usted, porque, de cualquier modo, no me voy a tentar el corazón para echarlo a la calle. Usted ya está otra vez con nosotros. Bienvenido de regreso a su casa. De la que nunca debió salir.

La rudeza desapareció del rostro de don Mario y su tono de voz cambió. Dio indicaciones a Jimena (Jimena Saldaña) de que corriera el trámite ante la dirección de Recursos Humanos de la OEM; me volvió a dar la mano e indicó finalmente:

= Preséntese el lunes con Guillermo (Chao). El le informará sobre tareas a realizar de inmediato y planes a corto plazo para usted. ¿Estamos?

= VEINTE AÑOS DESPUES =

La mañana del 14 de diciembre de 2010, veinte años después, hice, de nueva cuenta, el mismo recorrido. Los actores éramos los mismos (solo con 20 más de edad) y el escenario también era prácticamente el mismo, a pesar de la modernización de que habían sido objeto las instalaciones físicas de OEM. Adivinaba el motivo de la inesperada cita.

Apenas la noche previa, en plena época navideña, trabajaba en las oficinas de la dirección de El Sol de Sinaloa, cuando sonó el peculiar timbre de mi radio Nextel. Identifiqué el número de inmediato. Era él, en persona: Mario Vázquez Raña.

Dispuso:

= Director: váyase temprano al aeropuerto y compre boleto en el primer vuelo que salga a México. Quiero verlo mañana mismo. No traiga ningún papel. Solo quiero platicar con usted.

Cumplí la orden. Encontré lugar y a eso de las 11 de la mañana ya estaba en la capital del país.

Negros presentimientos.

A esas alturas de la vida, con 56 años de edad, personalidad más templada y carácter más sereno, no había nervios; pero si, obvio, curiosidad y marcada inquietud. Mi sentencia, sin embargo, estaba dictada.

Para mi sorpresa, Mario Vázquez Raña me recibió con una amabilidad sin precedente en el marco de muchos encuentros – individuales y masivos, tras cerca de 21 años de servirle como director: en Ciudad Juárez y Culiacán -. Lo cordial de su recibimiento me hizo pensar, por algún momento, que mi presentimiento era infundado; pero no fue así. Su intención era suavizar y hacer más llevadero el mal momento.

Finalmente, tras cruzar miradas con Jimena Saldaña y la española Pilar Ferreira García – directora nacional de Información – entró al tema, de lleno:

= Director: te llegó el día amargo. Contra mis deseos, tengo que removerte de la dirección. Perdiste y perdimos en Sinaloa – en alusión a la contienda gubernamental entre Jesús Vizcarra y Mario López Valdez, en la que El Sol de la jugó de manera abierta y decidida con el primero -; sin embargo, yo puedo recomponer el camino con MaLoVa porque finalmente la mía es una empresa y él lo entenderá; pero tú, querido director, no tienes salvación. Voy a tener pronto pláticas con MaLoVa; pero sin ti de por medio. Tu ciclo terminó. ¿Estamos de acuerdo?

Aunque no por esperada – amigos y enemigos me la habían cantado tantas veces – la noticia no dejó de impactarme y eso fue notorio entre los presentes. Repuesto de la impresión, le comenté:

= Como usted diga don Mario. A la hora que usted lo decida. Estoy listo.

= Tiene que ser ya. De inmediato. Faltan dos semanas para la toma de posesión del gobernador y en estos días un emisario mío estará con él, a reserva de que lo vea personalmente antes del día 31. Estoy seguro que tu entiendes todo a la perfección -, me dijo.

Y añadió:

= Algo más: quiero que me firmes tu renuncia porque tú tendrás abiertas las puertas de la OEM y en cualquier momento puedo llamarte nuevamente. Y no es por dinero. Te voy a indemnizar en los términos que marca la ley en caso de despido injustificado, más una gratificación adicional. No pierdo de vista que prácticamente toda tu vida has estado con nosotros.

Cuando volví a Culiacán, luego de una odisea causada por el movimiento aéreo y terrestre de la época, ya no era director de El Sol de Sinaloa.

Y muchas cosas comenzaron a cambiar a partir de entonces.

Esa fue la última vez que vi a Mario Vázquez Raña. Algunas veces, en estos años, identifiqué su número marcado en mi Nextel; pero no me reporté. Quise quedarme con la duda si en realidad me llamó o si fue alguna equivocación de su parte, en algún intento de comunicarse con sus nuevos directivos en Culiacan.

En fin.

= VAZQUEZ RAÑA, UN HOMBRE DEL PODER =

La condición humana es compleja e inexplicable.

Tras ese episodio de mi vida, no fueron pocas las voces que me aconsejaron sobre la posibilidad de hacer públicas las razones de mi salida de El Sol de Sinaloa, en el entendido de que había sido no solo en condiciones injustas sino también arbitrarias y abusivas. Mismas voces que tenían la clara y perversa finalidad de involucrar en esto a Mario López Valdez, de lo que no tuve certeza en ningún momento, aunque si sospechas de algunas personalidades ligadas al hoy gobernador del Estado.

Mi respuesta fue siempre la misma: “si algo le tengo a don Mario es gratitud. Trabajé en sus empresas 35 años de mi vida y se lo tengo que agradecer. Si me corrió pues tuvo sus motivos y además el dueño puede hacer con sus negocios lo que le venga en gana. Mi conciencia está tranquila:  jamás encontró en mi un solo gesto de deslealtad ni mucho menos de deshonestidad. Así de fácil”.

Mario Vázquez Raña, con su cadena periodística; sus estaciones de radio; de televisión; sus pantallas electrónicas y algunas cosas más, era uno de los hombres más poderosos de México, junto a otros personajes de la industria de la comunicación.

A nivel mundial, sin embargo, era más conocido por sus cargos en el Comité Olímpico Internacional, en los que convivía con los más renombrados personajes del deporte en todo el orbe. Esto, lo compaginaba con su afición al periodismo y fue así como entrevistó, para sus empresas, a la mayor parte de los jefes de Estado de la tierra entera. Desde el país más diminuto hasta el más poderoso del planeta.

Era, dentro de su gesto hosco, un hombre hasta cierto punto simpático y amigable. Cuando estaba de buen humor, subyugaba al más pintado. Además de tener mucho dinero, por supuesto.

Con los directores de los diarios de su propiedad – “le pago poco; pero los quiero mucho”, solía decirnos – no era especialmente abierto; pero si atento. Nos ofrecía, además de exquisitos manjares, dignos del mejor cheff del mundo, grandes copas de ron cubano, mezcladas con refresco de cola helado y generosas raciones de hielo – “porque si la coca no está fría mata el hielo y le quita sabor a la bedida” – las que disfrutábamos, disipada la invariable tensión de las reuniones de trabajo. Era, dentro de todo, un hombre tolerante y paciente. De hecho, daba siempre una segunda oportunidad, más allá del tamaño de los errores cometidos.

Le reitero mi agradecimiento y mi oración por el eterno descanso de su alma.

Así sea.

= COLOFON =

Y por hoy hasta aquí.

Nos vamos ya.

Dios los bendiga.

PALCO PREMIER

= MIS DIEZ CAMPEONATOS =

 

= La década de oro de Tomateros de Culiacán.

= Y la larga sequía de diez temporadas en blanco

= Vibrante el décimo campeonato, apenas días atrás

 

Tercera de tres partes.

 

Entre la edición 1994-1995 de la Liga Mexicana del Pacífico y la 2003-2004, transcurrieron diez temporadas que han representado la mejor época para Tomateros de Culiacán en sus cincuenta años de historia en el poderoso circuito invernal: seis series finales, de las que ganaron cuatro, que se tradujeron, por supuesto, en  igual número de campeonatos; en dos de ellas, los guindas se atoraron en semifinales; en una, en la fase de la respesca y en una más no lograron la calificación a los “pley offs”.

Se trata de la época gloriosa para el equipo local, sin duda, aunque con un prietito muy notorio dentro de lo blanco del arroz: la campaña en la que Tomateros de Culiacán no avanzó a la postemporada, fue la 2000-2001, precisamente cuando nuestra ciudad capital fue sede de la Serie del Caribe. Eso nos dolió a todos y mucho, desde luego; sin embargo, la afición de casa dio una gran lección a propios y extraños, exactamente un mes después. Los Naranjeros de Hermosillo fueron los monarcas y representaron a nuestro país en el torneo caribeño. Y el respaldo de la fanaticada hacia el team de la capital del vecino estado de Sonora fue decidido y a fondo. Sin reservas de ninguna naturaleza.

Esto, sin embargo, es otra historia de la que ya nos ocuparemos en su oportunidad.

Este espacio es para Tomateros y para ir por partes, permítanos recordarle que en 95, perdieron la serie final ante Naranjeros de Hermosillo, en un sexto juego en el estadio “Héctor Espino”, en el que Hermosillo aprovechó un parpadeo de Rodrigo López para imponerse por marcador de 4 carreras contra 3. La actuación de los guindas, de todos modos, nos dejó sumamente satisfechos: era la primera final desde 1990, aunque la tercera que se perdía de manera consecutiva.

El estadio “Angel Flores” había sido remodelado por el gobernador Renato Vega Alvarado de un modo tal que lucía como uno de los mejores del circuito, posiblemente solo superado por el de Hermosillo. En ese año de 1995, justamente, cundió la fiebre de la “tomateromanía” y comenzó la época grande. Una temporada después, luego de once años y diez de sequía, cayó el sexto campeonato, ya reseñado en nuestro trabajo anterior. Y a la campaña siguiente, el séptimo y segundo al hilo, cuando la máquina guinda cobró venganza de los Naranjeros de Hermosillo, en una historia de muchos matices, que es la que viene a continuación.

= BICAMPEONATO EN 1997 =

La oportunidad del desquite para Tomateros, de la afrenta sufrida en 1995 ante Naranjeros de Hermosillo, llegó muy pronto. Apenas dos años después, en efecto,  las dos principales franquicias de la Liga Mexicana del Pacífico estaban de nuevo en una confrontación titular. Una edición más de la final de etiqueta.

Una serie muy recordada, por cierto, a raíz de un acontecimiento que ocupa un lugar muy especial en el anecdotario de la Liga Mexicana del Pacífico. Lleno de colorido.

Y es que, meses atrás Juan Manuel Ley López encabezaba la pelea por traerse a Culiacán la sede de la Serie del Caribe de 1997, bajo el argumento de que ya era turno de nuestra ciudad y en el entendido de que, hasta entonces, solo Hermosillo y Mazatlán, habían tenido tal privilegio. La capital de Sonora era, de nueva cuenta, el contendiente principal. La directiva de la LMP decidió, entonces, someterlo a votación; pero tras tres rondas, el cabildeo de un lado y otro, no había funcionado: no había ganador.  Persistía un empate a cuatro. Apoyaban a Culiacán: Mazatlán, Guasave y Los Mochis; a Hermosillo: Navojoa, Obregón y Mexicali. Y ninguno cedía un centímetro en sus respectivas posturas.

Bajo esta circunstancia, los presidentes de los ocho clubes pidieron al titular del circuito, Arturo León Lerma, el ejercicio de su voto de calidad; pero este se negó. Sugirió, antes bien, un volado entre los representantes de Culiacán y Hermosillo y el azar favoreció a Sonora. La actitud de León Lerma, de algún modo salomónica, fue considerada, sin embargo,  como humillante por los aficionados de casa, quienes no perdonaron jamás a León Lerma, máxime que era de fama pública su inclinación hacia los Naranjeros. Alguna vez, la presencia de León Lerma fue hecha pública por el sonido local en el “Angel Flores” y a don Arturo le gritaron hasta de lo que se iba a morir. Y la porra no dejó de saludarlo, inning tras inning.

Por si esto fuera poco, los cronistas deportivos de Culiacán todavía no olvidaban las burlas de los colegas de Hermosillo, que se dejaron ver por aquí, a raíz de la final del 95. Es que el quinto juego, de esa final, aquí en el “Angel Flores” lo ganaron los Naranjeros por marcador abultado, para tomar ventaja en la lid – recuerdo un jonrón del Borrego Sandoval con las bases llenas en la novena ronda -, de tal suerte que esa misma noche, en el palco de prensa, los sonorenses, en alusión al presumible poderío ofensivo de los guindas, reflejado en las etapas previas de la competencia, preguntaban, en tono entre hiriente y sarcástico:

= ¿Y dónde quedó el super equipo?

En esa campaña 96-97, la historia fue diferente: Tomateros lució superior en todo momento y cuando la contienda titular  volvió a Culiacán, los de casa estaban con ventaja de 3-2 y a solo un triunfo de la corona. Lleno hasta las lámparas, la noche del 27 de enero en el “Angel Flores”, con un sentimiento revanchista imperante en cada uno de todos los aficionados de nuestra ciudad: ¿Qué mejor manera de cobrar venganza de aquella humillación que dejar fuera a los Naranjeros en su propia Serie del Caribe: Hermosillo-97?

Desde algún punto de la tribuna central, quien esto escribe gozaba y sufría con las incidencias de ese partido, que Culiacán ganaba 3-2 hasta el noveno inning y que nos tenía a un paso del delirio; pero a un out de la victoria, Miguel Flores cazó una recta del Cañoncito López y puso la bola por encima del jardín izquierdo, con uno en las bases, para la trágica voltereta al marcador. Un jonrón, desde luego, que acalló ese volcán en plena erupción que era el “Angel Flores”. Lo clásico: como balde de agua fría.

Sin embargo, Tomateros vino al ataque sobre el cierre y al primer pitcheo de ese capítulo, el gringo Matt Stark conectó línea salvaje hacia el filo de la barda del jardín izquierdo; la pelota dio un gran bote sobre la cresta de la barda y salió hacia arriba para estrellarse finalmente en los espectaculares de aquel sector del inumeble para lo que fue un cuadrangular dramático y salvador. Y de repente, con una base por bolas para Eduardo Jiménez y par de errores del cuadro naranjero, las bases se pintaron de guinda, sin out en el marcador. Situación prácticamente insalvable para Hermosillo, cuyo manager, Dereck Bryant, intentó resolver con el ligamayorista Juan Acevedo, en misión prácticamente imposible.

Paquín Estrada, a su vez, respondió con otro ligamayorista, con un emergente de lujo: Benjamín Gil, resentido de una lesión en una de sus piernas; pero que tomó el bat con determinación, ante el rugido de la multitud. Todavía recordamos la escena: en el camino, Benjamín se cruzó con Heriberto García, que estaba ya listo para tomar su turno. Los dos se fundieron en un cálido abrazo y Gil siguió su ruta a la caja de bateo. Gil esperó solo dos lanzamientos. Al tercero atizó una línea por arriba del short, José Luis Sandoval, que dejó a los Naranjeros sembrados sobre el campo de juego.

Venganza consumada.

Culiacán no tuvo Serie del Caribe en ese 1997; pero los Tomateros, en cambio, fueron los representantes del circuito en el “Héctor Espino” de la capital sonorense, con todo y la rabieta del doctor León Lerma, flamante presidente del circuito invernal.

¿Mejor? ¡Imposible!

= RESURGIMIENTO EN EL 2002 Y LLEGO EL OCTAVO =

Insistimos: era la época dorada de los guindas y aunque no hubo título en las cuatro temporadas siguientes, Tomateros de Culiacán se mantenía como el gran animador del circuito: se quedó en semifinales en 98, contra Venados de Mazatlán; perdió la final de 1999 ante Aguilas de Mexicali – la única vez que un equipo foráneo se ha coronado en el “Angel Flores”; llegó otra vez a la instancia semifinal en 2000 – ahora nos ganó Hermosillo en siete choques trepidantes – y en 2001 el recuerdo triste de la eliminación de los “pley offs” con la Serie del Caribe en casa. Cosas del beisbol.

Y vino la temporada 2001-2002, con Paquín Estrada, de regreso al timón de la nave.

Rodrigo López, Vicente Padilla y Jorge Campillo, lucieron como los estelares de aquel equipo, con el respaldo de Darrel Serman, Kitt Pellow y Crhiss Latham, entre otros. Tomateros fue el máximo ganador a calendario corrido y en la postemporada se despachó en cinco juegos a los Yaquis de Obregón y también en cinco a los Naranjeros de Hermosillo.

El otro finalista, Mazatlán sufrió en grande al llevar a la instancia máxima tanto la eliminatoria como la semifinal. Le ganó primero a Hermosillo y después a Mexicali.

Martes 29 de enero de 2002. Estadio “Angel Flores”. Sexto partido.

Por una jugada del destino, me ausenté durante dos temporadas completas del parque y del ambiente beisbolero. Volví aquella noche, invitado por un amigo yucateco, de nombre Carlos Rubén Calderón Cecilio, a quién me había presentado el también amigo Renato Gutiérrez. Carlos Rubén fungía como delegado general en Sinaloa del Comité Ejecutivo Nacional del PRI y en esa jornada fui su compañero de palco, junto con otras personas más, aficionados todos de hueso colorado y Tomateros hasta el tuétano.

Oscar Rivera, el lanzador de los Venados, solo tuvo una distracción. Subestimó a Adán Amezcua y el cátcher de Tomateros le conectó un largo cañonazo que se estrelló contra los anuncios del lado izquierdo, cuando apenas transcurría la segunda entrada. Había dos en base y muy temprano los guindas estaban arriba en el marcador, 3-0.

Vicente Padilla estaba en plan grande; pero cedió terreno paulatinamente y cuando llegó la novena entrada, aquello estaba 3-2 y el “Angel Flores”, cargado de electricidad. Se presentía que si Mazatlán ganaba ese partido, la situación se complicaría. Además, Paquín ya no contaba con ningún lanzador de la talla ni de Rodrigo ni de Padilla. Ellos ya habían hecho su labor. Y muy bién, además.

En el arranque del noveno inning, comenté con mi compañero de palco.

= Ojalá y sea una entrada tranquila. El nervio ya no da para más.

¿Tranquila? ¡Que va?

Mazatlán colocó corredores en tercera y primera, con dos outs en el pizarrón. De entre Oliver Pérez y Jorge Campillo para el relevo, Paquín Estrada se inclinó por Campillo, a quien Daniel Fernández recibió con sólida línea por el jardín derecho, que levantó al gentío de sus asientos. Allá, en la pradera, Chriss Latham gritó “¡es mía!” y la pelota se anidó en su guante, para el sufrido out 27.

Euforia colectiva e invasión de campo. La historia de siempre.

El octavo campeonato.

= Y DOS AÑOS DESPUES, EL NOVENO =

En una nueva etapa de mi vida personal y en la acumulación de años al frente de las empresas periodísticas de Mario Vázquez Raña aquí en Culiacán – El Sol de Sinaloa y El Sol de Culiacán – resurgió mi afición al beisbol, mi fanatismo por los Tomateros y la costumbre de asistir al parque de pelota, cuando menos un partido por serie.

La temporada 2002-2003 no fue del todo buena para los guindas. Ciertamente tuvieron record positivo tras el calendario regular; pero en la primera fase del “pley off” cayeron ante los Yaquis de Obregón, equipo que dos semanas después perdería la final ante Cañeros de los Mochis. Ese equipo cañero, a propósito, fue el peor de la campaña en juegos ganados y perdidos; pero calificó a “pley offs” por las bondades del sistema. Ya en esta instancia, los verdes se convirtieron en una auténtica aplanadora y terminaron por adjudicarse el banderpin.

La 2003-2004, Tomateros conquistó el tercer sitio en ambas vueltas y clasificó sin contratiempos a postemporada, donde se impuso a Guasave en seis encuentros y a Hermosillo también en seis. Obregón, por su parte, venció en cinco a Navojoa y en seis a Mazatlán, que había sido el máximo ganador de juegos durante el rol regular.

Y así llegaron a la final: Tomateros de Culiacán y Yaquis de Obregón, de las mejores escuadras del torneo y altamente competitivas.

La serie inició en el “Tomás Oros Gaytán” y el saldo fue una alentadora división de honores.

Aquí, en su parque, Tomateros ganó tres al hilo y conquistó el noveno campeonato de su historia y el derecho de representar a México en la Serie del Caribe Santo Domingo 2004. Fue segunda vez en que se proclamaron monarcas tras abrir en patio ajeno y hacerlo en solo cinco encuentros. Como en 1996. Serie que terminó en cinco, sí; pero que resultó peleada desde el principio hasta el final.

Fue un lunes 26 de enero, de ese año 2004. Ya no hay necesidad de decirlo nuevamente: la casa de los guindas, hasta los topes. Lleno espectacular. Con mi nueva compañera de vida, ubicado en un palco, que compartía con la familia del médico del club, justo a un costado de la casa club de Tomateros. Muy cerca de la acción.

Espeluznante empate a 4, tras cinco entradas completas. Duelazo entre Rodrigo López y el cubano Ariel Prieto, a pesar de las 4 anotaciones contra cada uno de ellos. Ambiente tenso, con el juego en el alambre.

De perder Tomateros regresaría al “Tomás Oros Gaytán” y eso era lo que menos quería Paquín Estrada y su gente.

Benjamín Gil contra Prieto. Cierre del sexto capítulo. Corredores en segunda y tercera. Dos outs. Gil encuentra una recta del antillano y la línea sale por un lado de la segunda base que se extiende a la pradera derecha y produce dos carreras para el 6-4 en el pizarrón. Justo el marcador final.

Noche de fiesta. De celebración. Un campeonato siempre será bien recibido. Y este ya era el noveno.

= OTRA LARGA SEQUIA: DIEZ TEMPORADAS; ONCE AÑOS =

Tomateros de Cuiacán duró diez temporadas y once años entrampado en nueve campeonatos. Una sequía tan larga como aquella de 1985 a 1996, con una diferencia: mientras que en aquella llegó a tres series finales, en ésta, la comprendida entre 2004 y 2015, ni tan siquiera a eso. Hubo buenas campañas, indudablemente; pero los “pley offs” comenzaron a convertirse en una maldición para Tomateros.

De ahí la explosión de júbilo, luego de aquel garrafal error de Francisco Rodríguez a toque de Sergio Omar Gastelum, que marcó la victoria de 9-8 sobre Mexicali en el séptimo de la semifinal, solo superada por la que vivimos la noche del lunes 25 pasado, en el quinto del duelo titular contra Charros de Jalisco.

Todo el estadio de pie. En un ambiente incomparable, cuando se abre el noveno episodio, con el marcador a favor 4 carreras contra 3.

Héctor Daniel Rodríguez ya sacó un out; pero faltan dos. El ropero Amador y el norteamericano Smith esperan turno. Los dos con la dinamita suficiente para emparar el encuentro con solo un batazo. Oscar Villareal viene al relevo y muchos reprueban la decisión de Benjamin Gil, ante los titubeos del cerrador en los últimos partidos; pero otros la respetan y aplauden.

A mi lado, mi compañera; Paola y Marco. Nervios en tensión.

Amador eleva al jardín central para el segundo tercio y los teléfonos celulares, a modo de cámaras de video, llenan el estadio. Todo mundo filma. Todo mundo quiere grabar los últimos instantes. Del partido, de la temporada y también del estadio “Angel Flores”. Tomateros cerca, muy cerca. Y lejos, bien lejos, al mismo tiempo. Smith intenta detener el movimiento; pero no lo logra. El ampáyer de primera decreta el ponche y llega, al fin, el décimo campeonato.

La fanaticada enloquece. Salta, grita, baila, aplaude, se choca las manos, se baña con cerveza.

Caramba. Ya hasta se me había olvidado como era un campeonato.

Lo he vivido nuevamente, a mis 60 años de edad y ahora en mi etapa de jubilado, pero no retirado, porque seré periodista hasta el fin de mis días. Espero repetir la experiencia pronto.

Por lo pronto, el décimo título para Tomateros de Culiacán.

Mis diez campeonatos.

¡Salud!